· 48 ·

139 17 2
                                    


Por primera vez en mucho tiempo, todo parecía ir bien.

Luego, el momento terminó.

Alastor Moody, director de los aurores y uno de los magos más excéntricos que Sirius jamás hubiese conocido, había dicho que sería una operación sencilla, vigilar un pequeño vecindario muggle aterrorizado por los magos tenebrosos. Había dicho que no correrían más riesgo de lo usual, que, esta vez, regresarían todos a salvo. Sirius le había creído, jamás sabría si eso había sido un error o no.

Por primera vez en mucho tiempo, los miembros de La Orden superaban a los mortífagos en el pequeño pueblo londinense. Habían logrado interceptarlos antes de que hicieran un daño mayor, emboscándolos, rodeando todos los flancos, dejándolos sin escapatoria. Luego de eso, la pelea se había desatado.

Sirius peleaba ferozmente con un mortífago que no lograba reconocer detrás de la negra máscara que ocultaba su rostro, a su lado, James protegía su espalda, atacando sin piedad a todo aquel que osara enfrentarse contra ellos. En tiempos de guerra, poco espacio había para la piedad y la misericordia, James había aprendido eso de la peor manera.

Remus, solo a unos metros de ellos, se defendía hábilmente. A pesar del dolor en su cuerpo luego de la luna llena, era un contrincante de respeto. Peter, muy cerca de este, hacía lo que podía para mantenerse entre las sombras, cuidando a la distancia a sus amigos, o, al menos, aparentando eso, pues en el fondo sabía que de ser necesaria su intervención era poco probable que se atreviera a salir a la luz, alejándose de su improvisado refugio. Los otros tres lo sabían, pero jamás habían considerado el recriminarle esto, pues poco confiaban en la capacidad de él para defenderlos, siendo conscientes de que, muy probablemente, Peter estaba mejor a la distancia.

Hechizos volaban en todas las direcciones y, pronto, miembros del ministerio aparecieron, aprisionando a aquellos mortífagos que ya habían sido dejados fuera de batalla, llevándolos consigo a Azkaban. Ninguno se atrevía a asesinar ni al peor de los mortífagos, a pesar de que se lo merecieran, a pesar de que sabían que del otro lado de la moneda, ninguno les tendría tanta consideración.

Sirius suponía que eso era lo que los hacía diferentes de ellos. Que eso era lo que los hacía buenos.

La operación seguía su curso y el final de la batalla parecía sonreírles orgulloso, pues el éxito caía en sus manos luego de una serie de fracasos, infundiéndoles esas gotas de esperanza que necesitaban para poder seguir adelante, para seguir luchando. Y, entonces, la vida dio un giro inesperado.

Los cuatro magos, aquellos que tan solo algunos ayeres hacían llamarse a sí mismos Merodeadores, divisaron un pequeño grupo de mortífagos que corrían lejos de ahí, ocultándose entre las sombras que parecían ser sus únicas aliadas esa noche. Nadie más había reparado en ellos que discretamente huían.

Tal vez si hubiesen sido otros magos tenebrosos los hubieran dejado partir, no se hubieran atrevido a alejarse del grupo al que se les había asignado apoyar. Si hubiesen sido otros mortífagos, ninguno de los leones hubiese olvidado toda responsabilidad que sobre sus hombros recaía, todo protocolo que se les había enseñado. Toda indicación que protegía su bienestar. Pero aquellos, no eran otros magos tenebrosos.

Los ojos de James quedaron fijos en la oscura cabellera que rengueaba solo a unos metros de él, huyendo. La máscara que debía cubrir sus rostro había caído, revelando la mirada aterrorizada del mago que había sido responsable de muchas de sus pesadillas, aquel que había arrancado la vida de un niño frente a sus ojos sin temor o remordimiento alguno, William Mulciber.

James corrió detrás de él.

–¡James! –gritó Sirius, tratando de llamar su atención, tratando de hacer que lo esperara. Fue en vano.

Traitors-(Sirius Black) [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora