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Esa mañana, Aylin se había prometido bajar a desayunar. Luego de días de conformarse con paquetes de golosinas almacenados en su habitación como último recurso, la bruja era consciente de que debía ingerir algo más sustancioso que varitas de regaliz o ranas de chocolate, sin embargo, no se había atrevido a abandonar su habitación más que un par de ocasiones, pues la irritabilidad de la bruja con la que vivía y sus punzantes gritos eran suficiente amenaza para mantenerla encerrada en su cuarto. Pero, esa mañana, todo era silencio y paz, la clase de silencio que había habido antes de la muerte de Orion, la clase de silencio que dictaba que todo comenzaba a volver a la normalidad. Aylin confió en el silencio y, dejando su varita detrás, bajó dirigiéndose a la cocina.

Sigilosa como un felino, se deslizó por las escaleras descalza, tratando de atraer la menor atención posible, rogando porque la vieja madera de los escalones no la traicionara, porque lo que era paz en un instante podía transformarse en algo completamente diferente. Llegó hasta el pasillo del segundo piso sin hacer el menor ruido y, sonriendo porque había logrado pasar la habitación de la otra bruja sin ser disturbada, se dispuso a recorrer el tercer tramo de escaleras. Claro que fue ahí donde todo salió mal.

–Aylin –escuchó a la bruja llamarle desde la habitación frente a ella, la única con la puerta entre abierta, su tono más amable de lo que ella había escuchado jamás. Aylin sintió un escalofrío recorrerla.

Consideró el seguir de largo, ignorar el llamado y seguir con su odisea, excusándose en no haberla escuchado, pero mientras debatía mentalmente sobre lo que más le convenía, la voz de la bruja volvió a hacerse presente, esta vez llamándola con más insistencia. No había punto en seguir debatiendo, Walburga sabía que estaba ahí. Sin tiempo de hacer nada más, inhaló profundamente y se adentró en la habitación de donde la voz brotaba.

–¿Me llamaba? –preguntó, introduciendo tímidamente su rostro a la habitación.

En cuanto Aylin cruzó el umbral reconoció la habitación, era una de las que siempre se mantenían cerradas. El cuarto era parecido a una estancia, un par de sillones lujosos y poco cómodos, libreros del tamaño de las paredes albergando dentro de sus estantes la colección más diversa de libros de magia negra y, en una de las paredes, la pintura de un árbol que en otra situación, en otra casa, le hubiese parecido una idea ingeniosa, pues de las ramas de este colgaban los nombres e imágenes de todos los integrantes de la familia Black. La pintura abarcaba toda una pared.

Walburga Black estaba parada justo frente a esta, en el conjunto de ramas que conformaban su familia.

–Sí. Ven aquí, niña.

Y, a pesar de que ni siquiera se giró a mirarla, Aylin sintió un escalofrío recorrerla.

Entró a la habitación.

Walburga le dedicó una mirada reprobatoria al notar la puerta entreabierta, a pesar de eso, ninguna de las dos fue a cerrarla.

–Dime, Aylin, ¿qué es lo que ves aquí? –preguntó, su tono filoso como una navaja.

–Un árbol, un árbol genealógico–obvió, resistiendo el impulso de torcer los ojos.

La bruja le sonrió con suficiencia, como si hubiese respondido justo lo que ella quería. Las alarmas dentro de la cabeza de Aylin comenzaron a resonar como un susurro indiscreto.

Walburga se giró de nuevo hacia la pared, delineando con una de sus manos las imágenes que conformaban su familia.

–Durante mucho tiempo –dijo–, creí que tenía la familia perfecta. Tenía un esposo poderoso y adinerado, una casa con más habitaciones de las que podía contar con los dedos de la mano y un estatus digno de la sangre pura y la aristocracia.

Traitors-(Sirius Black) [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora