Valtrana [BL]

58.- "Cicatrices invisibles"

Cuando la carta proveniente de Norde llegó a la capital de Caddos, Valtrana ya había desaparecido y el castillo real era un caos, por lo que dicho papel terminó por acumularse entre muchos otros sobre el escritorio de su despacho. Las doncellas entraban a limpiar las habitaciones y encendían las chimeneas para mantenerlas cálidas, aunque el príncipe se encontrara en paradero desconocido, la reina Hesda ordenó que todo estuviera en perfecto estado a su regreso. Un día, Elaine pasaba cerca del despacho cuando observó a las doncellas salir y cerrar la puerta, pidió a sus damas de compañía que la dejasen sola. Al cerciorarse que nadie se encontraba cerca, entró en el despacho y puso el cerrojo a la puerta. Caminó lentamente, inspeccionando con cuidado cada objeto a su paso, deslizó su mano sobre los lomos de los libros en los estantes, nada se veía extraño y apartó su mano justo antes de tocar el libro que Valtrana había traído de Celes.

Llegó hasta el escritorio, el trabajo y la correspondencia estaban apilados. Revisó los documentos, ninguno parecía relevante, hasta que observó el emblema de la familia Gifford en uno de los papeles. Quitó el sello con cuidado para leer su contenido, se trataba de una carta de Gilbert Gifford, un escrito normal entre dos amigos que no se habían visto en mucho tiempo. Sin embargo, unas líneas llamaron su atención.

—Tu ángel está conmigo, pronto será el intercambio.

—¿Intercambio y un ángel? —Elaine dobló el papel y lo metió de nuevo en el sobre—. ¿Qué significa eso?

Para Elaine, el joven Gifford era un hombre serio a la vez que un fiel aliado de Valtrana. Sus palabras carecían de sentido, pero la fecha escrita en el documento y el orden que ocupaba en los pendientes, significaba que la envió deprisa, por lo que su contenido debía ser algo importante. Trozó en pedazos el papel y lo arrojó al fuego de la chimenea. Salió de la habitación sin ser vista y fue hasta el estudio donde su hijo tomaba sus lecciones. Hizo una señal a la sirvienta cerca de la puerta, la doncella asintió y salió de la habitación, tras un corto tiempo regresó con pastelillos y té sobre un carrito dorado. Acercó los aperitivos a la mesa ubicada cerca del balcón y de nuevo se marchó. Elaine sirvió el té, colocó una taza y un plato con el pastelito favorito de su hijo en el lugar frente a ella. El pequeño cerró sus libros y fue hasta donde se encontraba su madre, tomó la servilleta y la desdobló sobre su regazo. Su rígido semblante se relajaba al ver a su pequeño disfrutando de placeres sencillos, una dulce mirada que solo aparecía cuando nadie más estaba cerca de ellos. Aunque su preciado tiempo con Lucalus era lo más importante, no podía apartar de su cabeza la carta del capitán Gifford.

—Lucalus, ¿sabes quién es el ángel de tu hermano mayor? — Con una pequeña pinza, Elaine tomó un fruto rojo para depositarlo sobre el postre de Lucalus.

—Así es como Val le dice a mi hermana Lucina —Engulló el fruto.

—¿Estás seguro? —Lucalus asintió con las mejillas llenas—. «¿Entonces ella está con el capitán?, eso no tiene sentido, los tiempos no coinciden» —Se quedó pensativa.

Quizá su hijo había entendido mal, pero Elaine estaba muy interesada en descubrir el asunto al que se refería el capitán. Terminó la merienda con su hijo y se retiró para dejarlo descansar. En el camino hacia sus aposentos, Elaine instruyó a sus subordinados para recabar información sobre la esposa del príncipe heredero, pues en realidad sabía poco de ella y podría omitir algún detalle importante. Cerró la puerta a sus espaldas y pretendía tomar un largo baño caliente, había dado un par de pasos cuando escuchó que llamaban a su puerta, un sirviente le manifestó que el rey requería de su presencia en el gran salón.