22.- "Mareo"

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El primogénito del rey lo miró en silencio, la propuesta de matrimonio no estaba dentro de sus planes próximos, aunque sabía que debía enfrentarse a tal situación debido a su posición, pero para Siran no era algo fácil de afrontar debido a la imperfección en su rostro.

—Tú desposaras a la princesa de Riveren y con esa alianza estaremos un paso más cerca de derrocar el despreciable gobierno de Leofris Aurión —dijo Rakard a su primogénito.

Siran bajó leve la mirada y tocó su rostro a la altura de la cicatriz que tenía cubierta. Cerró los ojos y respiró profundo, debía reunir la valentía necesaria para transmitir sus pensamientos.

—Padre, no es mi intención desafiar su mandato, pero dudo que una mujer tan hermosa como seguramente es la primera princesa de Riveren, acepte ser desposada por alguien tan desagradable como yo —Siran retiró la prenda que cubría la mitad inferior de su cara y miró de frente a su padre.

Hacía mucho que Rakard no veía esa cicatriz que él mismo le había hecho a su hijo, puesto que a Siran le acomplejaba esa marca y por ello no había tomado a ninguna mujer por esposa, a pesar de tener veinte años de edad.

—Eres mi hijo mayor, el indicado para desposar a esa princesa, pero concuerdo contigo en que solo le causarías repulsión y eso arruinaría mis planes —mencionó Rakard y Siran bajó la mirada —. Dada la situación tendré que usar a Elar, es más joven e imprudente, pero no tengo más recurso que él.

Elar Akfor era el segundo hijo de Rakard, tan solo tres años más joven que Siran. El tercer hijo era una mujer por lo tanto no podía recurrir a ella y el último hijo, Harald, era demasiado pequeño para siquiera considerarlo. El rey le ordenó a Siran que trajera personalmente a su hermano, inclinó la cabeza y aceptó el mandato.

—Realmente espero que tu negativa sea por tu desagradable aspecto y no porque continúes traicionando mi linaje —había un sutil tono amenazante en su voz al colocar la mano en el hombro de su hijo.

Sus ojos se ampliaron, cuando las puertas se cerraron tras su espalda, Siran dejó salir el aire que contenía. Normalmente era ordenado, disciplinado y distante, trataba de mantenerse en control, pero las palabras y el tono empleado por su padre le hicieron recordar su mayor temor, la falta que había cometido y el castigo que le fue otorgado por ello. Le aterraba la idea de que su padre se percatara de los corrompidos sentimientos que aún prevalecían en él. Se estremeció y sudó frío, pero recuperó la compostura, tenía muchos años controlando sus impulsos, así que sin mayor demora se dirigió hacia Tai Vie, la región que estaba a cargo de su hermano menor, Elar.


Las olas del mar golpeaban armoniosas contra la sólida base del muelle, brotando unas brillantes gotas que, al reflejar la luz dorada, daban la impresión de ser mágicas. Había una mesurada cantidad de personas que deseaban abordar el barco, los subordinados del príncipe lo esperaban al pie del puente de madera, mostraron sus respetos y le indicaron que avanzara junto a su compañera.

—¡Majestad, la luz de nuestro reino! —dijeron al unísono.

Valtrana portaba un atuendo digno de su cargo, con el broche del emblema real a la altura del pecho. Los presentes no pudieron ignorar su llamativa presencia, así que abrieron paso al príncipe, el cual les dedicó una amable sonrisa que compensaba cualquier suceso negativo que les hubiese ocurrido en ese día. Ascendieron hasta la embarcación, uno de los sirvientes entregó los boletos y con ello les permitieron el acceso a la cubierta. Valtrana les ordenó que llevaran sus pertenencias a sus aposentos, para poder pasear por la cubierta principal.

El graznido de las aves imperaba sobre el resto de los sonidos. Al encontrarse en la parte superior de la embarcación, Luciel se sintió extraño, con un leve aturdimiento similar a cuando se tiene resfriado. Era una sensación singular, puesto que no se enfermaba con regularidad ni experimentaba debilidad. Se acercó a uno de los costados para mirar hacia abajo, la ciudad, las personas, el agua que jamás estaba quieta, luego miró hacia arriba, el azul del cielo, las grandes y esponjosas nubes, las aves sobrevolando con libertad, pero el malestar iba en aumento. El barco finalmente zarpó, Luciel se mantuvo sujetado del borde, para seguir admirando el paisaje en un intento por despejar su mente, pero el olor y leves movimientos provocaron el efecto contrario.

Valtrana [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora