35.- "Fuera de las murallas del castillo"

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Se había aproximado a ellos, dejando a las damiselas desconcertadas con su repentina ausencia. Valtrana le mencionó a Gilbert que lo esperara en su despacho a la vez que se marchaba con Luciel. Una vez alejados de la muchedumbre, Valtrana le recriminó la cercanía con su mejor amigo, aludiendo un comportamiento impropio de la esposa del príncipe. Luciel contuvo su enojo, aunque la discordancia entre ambos calentó sus ánimos, pues el príncipe justificaba su comportamiento como mera cortesía hacia las damiselas que mostraban interés en sus hazañas.

—Te has convertido en un títere de tus propias mentiras, un bufón que nos arrastra a todos a su circo —exclamó Luciel frente a él.

—Las mujeres bellas son cual rosas y no tengo más remedio que sucumbir ante sus encantos—Valtrana se escudó y Luciel negó con la cabeza.

—¡Cuántas sandeces!, eres el siguiente en la línea de sucesión y dices estar enamorado, esperaba un comportamiento a la altura, pero me has decepcionado otra vez.

Luciel pasó por un lado de él, su hombro chocó contra el suyo y se marchó. Valtrana se quedó inmóvil, no trató de detenerlo, ni siquiera miró hacia atrás, fue como si su alma hubiese abandonado momentáneamente su contenedor mortal. La compañía de ese joven le resultaba sincera y agradable, por ello lo aceptaba sin reserva en su corazón. Todo lo que provenía de Luciel era transparente y honesto, tan puro como la nieve recién caída, confiaba en él, pues ese sentimiento lo conoció solo con tenerlo a su lado, a pesar de sus marcadas diferencias. A Valtrana le parecía extraño, sus palabras pesaban en su conciencia y sacudían su interior, no podía describir esa desagradable sensación, tampoco el lugar que ese joven ocupaba en su vida. Su buen ánimo decayó, así que envió a una doncella con un mensaje de disculpa y ordenó que despidieran a las invitadas en su lugar. Luego fue donde Gilbert, aunque había olvidado el motivo por el cual lo citó en su despacho.

Abrió la puerta y encontró a Gilbert ordenando su escritorio, en la pila más grande se encontraban los documentos relevantes que ocupaban su atención inmediata, en otra acomodó las invitaciones a eventos sociales y en el tercer cúmulo estaban los papeles sin importancia, entre ellos las cartas que las jóvenes casaderas volvían a enviar tras su regreso a la capital. Gilbert tomaba un montón y lo lanzaba al fuego, imaginó que Valtrana lo detendría cuando se aproximó en silencio.

Fiorella De Grenefeld... —Valtrana leyó el remitente y echó al fuego la carta.

Le era difícil de creer a Gilbert que su mejor amigo se deshiciera de esa carta por sí mismo, no solo una, sino todas las restantes en el escritorio. Valoraba la posibilidad de que no fuese Valtrana, así que pasó la mano por su rostro.

—¿Qué haces? —replicó el príncipe al sentir esa mano tocando su frente y moviendo su cabello.

—Creí que tal vez Luciel usaba tu máscara.

—Luciel... está demasiado molesto conmigo como para hacer algo así.

—Tu comportamiento lo ofendió, no es para menos lo que te haya dicho para que ahora estés así —mencionó Gilbert.

—Es un hombre y, a pesar de ello, con el tiempo nos hemos acercado. Creí que sería incomodo convivir con un hombre como mi pareja, pero me ha resultado relajante, hasta el punto de ser agradable. De cierta forma puedo ser ofensivo y egoísta con él, mostrarme tal cual soy y no se alejará de mí, no me tratará diferente, pero... —expresaba con la mirada fija en el fuego.

—Si lo aprecias tanto deja de jugar con su paciencia y trata de tener un gesto amable con él, como si fuera tu hermano menor —sugirió Gilbert y el príncipe adoptó un gesto reflexivo.

—Como si fuera mi hermano menor... creo que puedo hacerlo —Recuperó la compostura—. Un momento, ¿eso significa que no puedo besarlo o tocarlo?

Valtrana [BL]Where stories live. Discover now