67.- "Recuerdos Difusos"

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Regresó a sus dominios, la sangre le hervía por la insolencia humana, imprimía fuerza en sus pisadas y golpeaba objetos a su paso, como una forma de aliviar su rabia. De entre todos los humanos, los Erdianos habían usurpado el título de hijos del cielo, cuando en realidad les pertenecía a los habitantes de Celes. Dragones, Albas y Nigrum Cornus poseían sus propias alas para surcar los cielos y trasladarse a otro lugar, no como los Erdianos que se valían de Pegasos para hacerlo. Perdonaron la ofensa al ultrajar su linaje, incluso se vieron obligados a pactar la paz, por lo que durante demasiados años desviaron la mirada para ignorar sus terribles acciones, pero no podían hacerlo más, no después de lo que hicieron. Con ese pensamiento agitando su cabeza, observó la espada que le había prestado a Luciel durante su duelo, aquella que procuraba tener cerca de su trono. Al empuñarla, Tabard recordó lo que ese objeto significaba, cerró los ojos y su ira se fue apaciguando, decidió regresar la espada a donde pertenecía. Caminó hasta la puerta que se encontraba al fondo del gran salón, bajó los irregulares y amplios escalones de piedra. Los guardias lo siguieron, pero ordenó que lo dejasen solo y continuó hasta detenerse frente a una puerta casi sellada.

Se valió de sus fuertes garras para abrirla y entrar en la oscura habitación, encendió las antorchas con un soplo incandescente y elevó su mirada hacia las jaulas que colgaban en lo más alto, las cuales estaban llenas de huesos pequeños. Incluso había cuerpos esqueléticos sujetando los barrotes que murieron en la espera de ser liberados. El polvo de esqueletos cubría el piso y algunas superficies, en sus sólidos muros de roca podía percibirse el paso del tiempo, más que una simple habitación, parecía una catacumba. Tabard desplegó sus alas para elevarse, tenía una clara imagen grabada de sus ojos horrorizados al contemplarlo en su forma más salvaje y primitiva, casi podía sentir el fuego incandescente que subía por su larga y gruesa garganta, mientras que los rostros de sus enemigos palidecían al desaparecer en la espesa negrura de sus memorias. Podía escuchar las almas de esos endebles seres implorando misericordia, sus constantes gritos de dolor permanecían vívidamente guardados en sus recuerdos y no le hacían pestañear. No se conmovió en aquel entonces, tampoco sentía culpa alguna, le tomó un momento saciar su sed del tormento añejo que impregnaba la habitación. Dejó la espada en el lugar que le correspondía, la mano esquelética del hombre que la empuñó en vida y se fue.

Selló de nuevo la sombría habitación a la que solo él tenía permitido el paso, continuó por un ancho y largo pasillo que conectaba con el calabozo principal, cuyo interior estaba tenuemente iluminado por antorchas alimentadas con su propio fuego. Se detuvo frente a los barrotes para ver al rey Nigrum sentando en el único taburete de la prisión. Sus heridas causadas por los latigazos estaban sanando bastante bien. Ambos se miraron sin emitir palabras, Risha bajó la cabeza y sonrió de medio lado, era bueno leyendo los rostros de los demás, incluso el de alguien tan veterano como el rey Dragón.

—Estoy impresionado con lo pronto que has vuelto a mí. Déjame adivinar, ¿los humanos ya lo arruinaron? —expresó Risha con un tono de burla sutil.

—Cierra el pico, no estoy de humor para bromas. Quiero hacer un trato contigo.

Risha se puso de pie, el acuerdo con un ser tan solemne como el rey Dragón era equiparable a una gran compensación, similar al sonido interminable de monedas de oro cayendo o a su pronta liberación.

—Soy todo oídos.

—Soy todo oídos

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Valtrana [BL]Where stories live. Discover now