9.- "Un enlace prohibido"

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El fatal día había llegado, Luciel despertó muy temprano debido a la angustia que le impidió dormir con tranquilidad. Se paró frente al vestido de novia, imaginaba lo hermosa que su hermana luciría con ese elegante atuendo. Quiso retroceder en su descabellada decisión, pero la culpa y el agradecimiento, lo empujaron a cumplir con su promesa interna autoimpuesta. Debía proteger a su hermana y no podía fallarle al príncipe Valtrana, se sentía en deuda con él.

Con la mayor vergüenza jamás experimentada, Luciel vistió la prenda que no estaba destinada para él. Observó su reflejo, su rostro se tornó de un vivo color rojizo, el cual cubrió inmediatamente con sus manos. Quería ocultar su cabeza, deseaba desaparecer, tan solo ponerse ese vestido lo hacía sentir humillado, patético, lo peor en el mundo. No obstante, si comparaba esa enorme vergüenza con el hecho de perder a su hermana, se reducía a nada, un bajo precio que debía pagar por el bienestar de su único familiar. Así que retiró sus manos del rostro, volvió a mirarse frente al espejo, la vergüenza no abandonaba su sitio, pero su mirada era más firme que antes y eso hizo que el color disminuyera hasta regresar a la normalidad.

El vestido solo revelaba sus manos, cuello y cabeza, agradecía que esa prenda cubriera sus hombros y la gran mayoría de su cuerpo, puesto que tenía la misma cara que su hermana, pero sus hombros y pecho eran más firmes y rectos. Aunque no poseía mucha masa, sus músculos si estaban marcados debajo de la vestimenta.

Había logrado vestirse de manera adecuada, pero observó que su cabello debía verse de manera femenina. Recordó como su hermana arreglaba su cabello cada mañana e intento imitarla. Al tratar de verse agraciada, comprendió lo difícil que les resultaba a las mujeres lucir hermosas y femeninas todo el tiempo. Se odió a sí mismo, ya que se estaba convirtiendo en aquello que más detestaba, ser equiparado a una mujer.

Tras varios intentos logró un resultado aceptable, se miró de nuevo en el espejo para cerciorarse de que no pudieran reconocerlo, él mismo pensó estar viendo a su hermana en el reflejo, solo que Lucina tenía una mirada distinta a la suya, de carácter apacible y dulce. Su corazón latió deprisa cuando escuchó que llamaban a la puerta, era la persona designada para llevarlo al castillo.

Con esfuerzo en su garganta, Luciel suavizó su voz para sonar similar a su querida hermana, todo le era vergonzoso y prefería morir a ser descubierto en tan bochornosa situación. El chofer no tuvo la leve sospecha de que la persona que escoltaba no fuera una damisela, Luciel hizo un buen trabajo con su apariencia y con su actuación para engañarlo. Jamás había estado en un carruaje como el que fue a recogerlo, por fuera era de un hermoso color blanco con detalles dorados, por dentro tenía los asientos más cómodos y suaves. Un vehículo digno de la realeza.

Durante el trayecto, el temor, la incertidumbre de cometer un error y ser descubierto le quitaban el aliento. El camino pareció corto desde su pequeña vivienda hasta las imponentes murallas del castillo. Su corazón golpeaba con fuerza su pecho, hacía mucho que no experimentaba un temor tan grande, ni siquiera cuando enfrentaba enormes bestias sentía algo igual. Luciel podía enfrentar cualquier peligro con su espada en mano, pero en esa situación estaba vulnerable, llevaba metros de tela encima y aun así se sentía desnudo, incapaz de defenderse.

El carruaje se detuvo, la puerta lateral se abrió y la misma persona que lo conducía le prestó su mano para ayudarle a bajar. Luciel realizaba toscos movimientos, no estaba acostumbrado a ser tratado de forma frágil, le indignaba que lo tratasen así, pero debía continuar haciendo a un lado su orgullo. De inmediato fue recibido por unas doncellas que lo guiaron hasta una habitación donde debería aguardar hasta el comienzo de la ceremonia.

Luciel se limitó a cooperar con ellas, oraba por no ser descubierto, pero sus súplicas parecieron no ser escuchadas por los Dioses, ya que en el trayecto a esa sala especial se encontró de frente con el joven Gifford. Se miraron el uno al otro, Luciel estaba petrificado al verlo, Gilbert también se sorprendió y le tomó un instante entenderlo, fue como si esos ojos grises reflejaran su alma y Gilbert se percató de ello.

Valtrana [BL]Where stories live. Discover now