64.- "En la guarida del león"

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Su descanso fue tan profundo como la muerte, cada músculo de su cuerpo dolía por la rigidez de haber permanecido demasiado tiempo en la misma posición. Sus heridas físicas sanaron poco a poco, dado que la soledad siempre formó parte de su estado de ánimo, el aislamiento en la celda no repercutió en su salud. Sacudió la rigidez de sus extremidades, aunque dolía, no se detuvo. Realizaba ejercicios para recuperar su condición, afortunadamente, los alimentos no le faltaban, pues cada día la reina Hesda se aseguraba que le fueran servidos. Fingía estar desmayado cuando percibía pasos ajenos, ya fuesen doncellas o los guardias haciendo ronda, así podía escuchar sus murmullos. La actividad en el calabozo fue disminuyendo con el pasar de los días, incluso le dio la impresión de que se habían olvidado de él, a excepción de la princesa Aurora, quien solía visitarlo con regularidad, a escondidas del rey.

Boyd no estaba acostumbrado a las intenciones sinceras, para él, la amabilidad de las personas no era gratuita. Solo Aurora parecía no tener intenciones ocultas, más allá del amor que decía profesarle, un sentimiento noble e ingenuo de una damisela. Cada vez que ella hablaba de él, la invadía una energía que le erizaba la piel, se veía colmada de una gran felicidad y los ojos le brillaban de una manera especial, aunque recordarlo encerrado en el calabozo hacía doler su corazón. La efusividad que se manifestaba en cada uno de sus gestos, no podía ser fingida y se sintió embriagado por tanto afecto. Una sola de sus palabras, la más mínima caricia de la princesa sanaba sus heridas emocionales, su bondad se convirtió en un bálsamo para el alma del joven, uno del cual no se creía merecedor. A pesar de que siempre se mostraba tan seguro de sí mismo, por dentro no se sentía digno de ninguna mujer, casi prefería que lo utilizaran para su propia satisfacción, pues era lo único que conocía. El campo de batalla era más fácil que las relaciones humanas, en el combate, el objetivo era vencer sin importar los métodos. En cuestiones amorosas, desconocía el propósito y los métodos para lograrlo, su inexperiencia le hacía brindar respuestas y reacciones que satisficieran únicamente los deseos de la princesa.

En su encierro, escuchó sobre el alboroto ocasionado por las acciones del rey, pues su nombre estaba en boca de todos. Su reciente comportamiento y carácter difícil, eran por demás inusuales, al menos para quienes tenían poco tiempo de servirle. También llegó a sus oídos la reunión que tuvo con los nobles acusados de tráfico Alba, un movimiento que juzgó como descuidado por parte de Leofris. Para Boyd, el rey se estaba volviendo irracional y, si llegaba a descubrir el secreto de Valtrana, las consecuencias escapaban a su comprensión. Se encontraba en una posición vulnerable, encerrado dentro de los dominios del rey y sin libertad para actuar, por lo que necesitaba de una oportunidad para cambiar su suerte.

—«Una vez que salga de aquí, no consagraré mi espada a tu servicio» —aludió al rey.

El sonido de unos pasos femeninos llamó su atención, reconocía el caminar de Aurora, en definitiva, no se trataba de ella, mucho menos de una mujer de clase baja. Sonrió discreto al observar el rostro de su visitante, iluminado por la luz del candelabro, aunque su presencia demandara ponerse de pie e inclinarse, siguió con la farsa de no poder hacerlo.

—Me siento honrado con la presencia de tan distinguida dama, aunque tendrá que disculpar mi descortesía si no me incorporo —expresó Boyd con la mirada hacia arriba, al permanecer sentado con la espalda recargada en el muro de piedra.

—Es un hombre fuerte y astuto, capitán Williams. He venido a proponerle un trato beneficioso para ambos —Su voz sonaba tranquila a la vez que firme.

—La escucho, mi señora Elaine.

—La escucho, mi señora Elaine

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