Capítulo 42

2.1K 115 8
                                    


Un mes había pasado desde ese momento de paz y desolación al mismo tiempo. Treinta días, en este caso, en los que intentar superar mis miedos se había convertido en mi meta diaria. Nada había cambiado para mí, muchas noches me despertaba atormentada por todo lo que día a día me avasallaba, pero incluso me hice a la idea de mi nueva vida.

Entrenar y entrenar, enfrentarse al dichoso suero y ver a Eric como si nada hubiera sucedido. En eso se resumían mis días. Incluso Cuatro había cambiado conmigo, ya no se inmiscuía en mis horas como si fuéramos amigos de toda la vida, hecho que no pasaba desapercibido para mí.

El despertar de hoy había sido como el de otro día cualquiera, al menos al principio.

Me duché, como ya me había acostumbrado a hacerlo, delante de todos como si nada... Me puse el dichoso uniforme que tantos estragos había hecho en mí y tras contemplar el notorio morado de mi mejilla derecha, puesto ahí como si de un complemento se tratase, me dispuse a ir al comedor a por algo de energía mañanera.

Tris había sido la culpable, esta vez, de esa elevación insospechada en mi pómulo poco, ya de por sí, cuidado. Entrenar con ella a altas horas de la noche se había vuelto normal entre nosotras. No solía contarme gran cosa, como yo tampoco osaba hablarle de todo lo que se me pasaba por mi ajetreada cabeza, pero por raro que al principio pareciera se convirtió en algo rutinario y que se sentía bien compartir con alguien, en un sitio tan solitario como era Osadía.

Me senté en una de las mesas más poco transitadas que encontré y tras servirme lo que creí oportuno para llenar mi estómago hasta la comida, empecé.

Una mano en mi hombro derecho, fue la responsable de que un trozo de pan se atorara por unos segundos en mi garganta. Empecé a toser como si no hubiera un mañana, pero al poco tiempo, tras descubrir que se trataba de Cuatro, el serio de Cuatro que solo cambiaba su expresión con la valorada Beatrice Prior, se me pasó el desalentador momento.

- Lo siento, no pretendía...

- ¿Qué me ahogara? – le pregunté interrumpiendo sus disculpas.

A lo que asintió y se sentó a mi lado para, como supuse, pasar desapercibido.

- Necesito que vengas conmigo un momento – dijo mirando a la mesa con demasiada decisión.

- ¿Para qué me necesitas? – le pregunté masticando un nuevo trozo de pan.

- No puedo decírtelo, solo...

- De acuerdo, iré – le dije haciendo un intento de levantarme. Su mano me lo impidió y mi culo golpeó el banco de nuevo.

Lo miré de forma acusadora.

- Saldré yo primero, iré despacio para que bien puedas seguir mis pasos. Espera unos segundos y actúa normal, ¿de acuerdo?

Asentí y cuando él se marchó empecé a beber zumo de naranja como si mi vida dependiera de ello. ¡Ni siquiera me había dejado terminar de desayunar en condiciones!

En cuanto sentí que debía levantarme para seguir sus pasos, lo hice.

Sabía bien por donde había ido, pues mis ojos no habían desaparecido de su camino, aunque mi boca estuviera demasiado ocupada con ese zumo.

Algunos pasos por instinto, otros por seguridad, llegué al final de una zona que yo no había pisado nunca. Empecé a subir unas escaleras que parecían no terminar. Los pasos de Cuatro se habían acoplado al silencio que nos embargaba.

En el último piso una puerta bastante grande se encontraba en la poco cuidada pared. Había escuchado segundos antes como se había abierto y cerrado con dos golpes sonoros y poco comunes.

Treat you betterWhere stories live. Discover now