Capítulo 6. El trono.

731 146 10
                                    


«El trono»

El regreso de mi magia fue instantáneo

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El regreso de mi magia fue instantáneo. La sentí tan de golpe que hasta me hizo daño, similar a la sensación de quemarme viva.

Azael me soltó de inmediato junto con un gruñido lleno de dolor y me miró incrédulo, después miró sus manos. Realmente mi cuerpo se estaba quemando, eso era lo único que explicaba el porqué me había liberado.

No me detuve a analizar nada y aproveché ese momento de libertad para doblar mi rodilla y golpearlo en la ingle con todas mis fuerzas.

—Te dije que no me tocaras.

Azael me miró con furia, pero se limitó a sujetarse y dejarse caer en la cama, a un lado de mí. Yo me bajé de un salto y corrí lo más lejos posible de él. No tardé en encontrar la puerta de la habitación y salí por ella hacia un pasillo iluminado con antorchas de fuego azul.

Me detuve porque no tenía caso seguir corriendo, nunca podría huir de él estando en el infierno y mi magia era tan inestable que no podía confiarme de ella. Era momento de aprovechar para volver a Sunforest, así que me detuve frente a la pared negra del pasillo y cerré mis ojos para concentrarme.

Eso tenía que funcionar, por que era mi última esperanza...

Orbis... ¡aaaaaahhhhh!

Me jaló tan fuerte el cabello que un grito interrumpió mis palabras. Me giró y estrelló contra la pared, encajando sus garras en mis hombros para que yo no pudiera moverme.

—No has entendido nada de lo que te dije —gruñó Azael.

Me sujeté a sus brazos dispuesto a quemarlo de nuevo pero él me soltó de inmediato y utilizó su magia para girarme y pegar su pecho a mi espalda. Envolvió mi cintura con sus brazos y me cargó hasta que mis pies dejaron de tocar el suelo. Yo solté patadas desesperadas en el aire, pero aquello no sirvió de nada.

Desaparecimos del pasillo para llegar a un ala distinta, un poco más amplia e iluminada por el fuego azul, pero no tuve mucho más tiempo de analizarla porque Azael me empujó en ese momento y me tiró al suelo.

Caí y me golpeé contra el mármol negro, aparté el cabello de mi rostro para observarlo con todo el odio que estaba sintiendo por él en ese momento y eso lo hizo reír.

—Así que eres una princesita fiera, ¿eh? —dijo mientras me evaluaba—. Pensé que serías mucho más sumisa, pero aún puedo encontrar la manera de convencerte...

—Prefiero que me mates.

—No recuerdo haberte dado esa opción —respondió encogiéndose de hombros—. Anda, ponte de pie y ni se te ocurra huir de nuevo porque antes me he contenido, pero si me haces perder la paciencia realmente me vas a conocer.

Me puse de pie lentamente y sus ojos escarlata siguieron cada uno de mis movimientos.

—Muy bien —me felicitó—. Ahora, querida, quiero que conozcas tu trono.

Seguí la dirección de su mirada hasta encontrarme con el enorme trono negro y plateado con picos a su alrededor. Volví a mirar a Azael sin saber qué decir.

—¿Te gusta? —preguntó emocionado.

—Es horrible —respondí.

Azael frunció su ceño, nada contento con mi respuesta.

—Siéntate en él, tienes que sentirlo —insistió, como si eso fuera hacerme cambiar de opinión.

—No, gracias.

—¡Qué te sientes en él! —bramó de pronto, sobresaltándome—. No me hagas obligarte, princesa, porque será mucho peor para ti.

En silencio caminé hacia el trono, evaluando discretamente a mí alrededor para encontrar una manera de salir de ahí. Me detuve frente a la enorme silla y la observé durante un largo momento antes de girarme y sentarme muy lentamente.

Azael se había acercado y ahora estaba frente a mí, observándome con satisfacción, deseo y un atisbo de locura.

El trono estaba helado y era bastante incómodo, pero no me atreví siquiera a hacer una mueca.

—¿Qué opinas? —quiso saber.

—¿Por qué te importa lo que yo opine? —pregunté con verdadera curiosidad—. Si de todas formas tendrás que obligarme a que todo esto me guste, porque no hay manera de que yo lo acepte voluntariamente.

Azael no pareció afectado con mis palabras o, en todo caso, lo ocultó muy bien.

—Yo opino que te ves hermosa —dijo acercándose aún más a mí— y que has nacido para estar sentada en él, a mi lado.

Se detuvo a tan solo centímetros, con sus pies a cada lado de los míos. Juntó sus manos al frente y una corona apareció entre ellas. Era de oro negro y tenía ocho picos, con una gema roja incrustada en cada uno de ellos. Me tensé cuando la puso sobre mi cabeza para después deslizar su mano por uno de los rizos de mi cabello y dejarlo caer sobre mi pecho.

—Acepta ser mi reina.

El pánico me dominó y mi instinto de supervivencia me hizo agacharme para intentar huir por debajo de su brazo, pero él fue mucho más rápido y me empujó nuevamente en contra del trono. Intenté desaparecer sin éxito y volví a quedarme quieta, pero porque su mirada me paralizó por completo.

—Te lo advertí.

Unas cadenas aparecieron de la nada y se enredaron en mis muñecas y tobillos, inmovilizándome en el trono. Incrédula, intenté sacudir mis brazos en vano. Estaba atrapada y en sus garras. Gemí al comprenderlo y él acarició mi mejilla como si intentara consolarme, contuve las lágrimas al imaginar todo lo que ese monstruo podría hacerme. Él movió su mano por debajo de mi barbilla para alzar mi rostro y obligarme a verlo.

—Esta vida te gustará —me prometió, pero eso solo me hizo sentir vacía— y te daré una muestra de ello.

Azael se inclinó sobre mí y yo corrí mi rostro para evitarlo, pero sus garras se clavaron en mi mandíbula y me obligaron a volver a él. No supliqué porque sabía que aquello no serviría de nada y simplemente me quedé muy quieta cuando sus labios se posaron sobre los míos con una sorprendente suavidad.

Su cabello platinado rozó mis mejillas y su lengua se forzó el camino para obligarme a abrir la boca. Ante eso, su aliento dulce me embriagó por completo y una nueva punzada de náuseas atacó mi estómago. Gruñó y se inclinó más sobre mí hasta presionarme contra el helado respaldo del trono, aumentando la velocidad al notar que mis labios estaban inmóviles y yo no le devolvía el beso. Jamás lo haría. Si él quería algo de mí, tendría que obligarme a hacerlo.

De eso estaba segura.

—Quítale tus sucias manos de encima —dijo una voz terriblemente conocida.

Una voz que me devolvió la esperanza que yo ya había perdido. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


SunForest 4. Ada Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora