Capítulo 30. Corona.

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«Corona»

Me miré al espejo como por millonésima vez, encantada con el vestido que tenía puesto

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Me miré al espejo como por millonésima vez, encantada con el vestido que tenía puesto. Siempre me había gustado la moda y la ropa, pero lo que estaba vistiendo en ese momento parecía ser de otro nivel.

Era un vestido imperio de un suave color jade que terminaba en una delicada falda de tul abierta. El escote en V se ajustaba a mi pecho y resaltaba mi figura, mostrando apenas la piel suficiente de manera encantadora. Las mangas, largas y transparentes, también eran de tul y caían hasta mis muñecas. Para rematar había flores lavanda bordadas aleatoriamente en la parte del pecho y el inicio de la falda, mientras que hojas verdes estaban cosidas a los delgados tirantes, en el puño de las mangas y al final del vestido, cubriendo mis pies.  

Las flores y las hojas eran reales, aunque parecían estar protegidas con magia para evitar que se marchiten.

—¿Te gusta?

Amira se acercó a mí y su rostro apareció en el espejo, a mi lado. Me di media vuelta para mirarla y disfruté de lo ligero que era mi vestido. Mis manos bajaron por mi cintura, acariciando la suave y fresca tela.

—¿De donde sacas ropa tan bonita? —susurré sin aliento

—Oh, ese vestido no es mío —dijo con una sonrisa llena de dulzura—. Joham y yo lo mandamos a hacer especialmente para ti. 

—¿En serio? —pregunté sorprendida. 

—Sí —afirmó, acariciando la tela de la larga manga—. Lo elegí de este color porque resalta tu cabello, me encanta como se ve en ti.  

Un asalto de ternura me recorrió y tuve que pasar saliva antes de hablar.

—Gracias... también por peinarme

Ella había recogido mi cabello en una media cola y tejió un par de trenzas que se unieron al centro con un listón lavanda, el cual combinaba a la perfección con las pequeñas flores del vestido.

Amira suspiró al escuchar mi agradecimiento.

—Sé que ya estás grande para que te peine, pero como nunca pude hacerlo cuando eras una niña...

—No necesito ninguna explicación —le dije con una sonrisa cómplice—. Me encanta que lo hagas.

Ella me devolvió la sonrisa y acarició uno de los rizos que había caído sobre mi hombro.

—Solo falta un detalle —comentó misteriosa. 

—¿Cuál?

Amira se alejó de mí para acercarse a su cómoda, ya que nos estábamos arreglando en su recámara. Algo brilló cuando abrió uno de sus cajones y mi corazón latió dolorosamente cuando lo tomó entre sus manos y me lo mostró: era una corona de oro, hecha con delgadas líneas doradas que se enredaban unas con otras. Los diamantes incrustados soltaron destellos con la luz de la habitación.

SunForest 4. Ada Rey.Where stories live. Discover now