Capítulo 47. Efecto Ada.

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«Efecto Ada»

«Efecto Ada»

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Féryco.

La palabra resonó en mi cabeza y la sentí como si una parte de mí estuviera de vuelta en casa. Observé todo lo que mis ojos pudieron captar, el lugar estaba lleno de verdes praderas mágicas que brillaban bajo un sol cálido y suave. Esbeltos seres iban y venían a lo largo de ellas, algunos vestidos tan normales como Ezra y yo, otros con ropajes lujosos y distintos. Sus voces eran como tintineos que vibraban con cada sonido.

Ezra volvió a sujetar mi mano al notar que yo estaba congelada en mi lugar y me arrastró consigo, a lo largo del suave césped.

—¿Estás bien? —preguntó un poco divertido—. Parece que te va a dar un ataque.

—Apenas puedo soportar lo hermoso que es —dije con un hilo de voz.

Caminamos entre flores de colores vibrantes que desprendían aromas embriagadores, haciendo que las sensaciones de estar ahí se magnificaran hasta el infinito. Por primera vez en mucho tiempo me sentía plena y feliz.

Ezra pareció notarlo y me miró con ternura, asegurándome silenciosamente que yo merecía ese momento de paz. Alzó una de sus manos y señaló al fondo, llamando mi atención.

—Nuestro palacio.

Era enorme, incluso mucho más grande que el de Sunforest. El palacio tenía dos torres que se extendían hasta casi tocar el cielo y toda la estructura reluciente de oro y plata brillaba con los rayos del sol. También delgadas enredaderas y flores crecían alrededor de sus muros.

—Es hermoso —suspiré—. ¿Vives en él?

Cuando Ezra se detuvo en seco, supe que había hablado sin pensar.

—¿Cómo lo sabes? —Exploró mi rostro con su mirada.

—Lo supuse —admití, no tenía caso negarlo—, sé que eres el príncipe de Féryco.

Él tragó saliva y sus ojos se abrieron por completo, demostrando su sorpresa.

—¿Arus? —Negué, para proteger a mi abuelo.

—Joham. Me lo contó cuando estabas inconsciente, me ayudó a comprender muchas cosas.

—Yo iba a decírtelo —admitió con tristeza—. Justo hoy.

—Bueno, aún deberíamos hablar del tema —comenté— pero tal vez en otro momento.

Ezra asintió.

—Gracias por comprenderlo —dijo besando mi mejilla.

Esa parte de mi piel ardió como si el sol acabara de tocarla, pero de una manera muy dulce y cálida. Él debió notar mi acaloramiento.

—¿Quieres refrescarte?

—¿Qué tienes en mente?

Me jaló con su mano para guiarme, hasta que pude visualizar un gran riachuelo que serpenteaba en la pradera hasta llegar al lejano castillo, parecía no tener fin. Volví a maravillarme en segundos en cuanto lo vi, con una corriente tranquila pero que rodaba sin cesar.

SunForest 4. Ada Rey.Where stories live. Discover now