Su amor ha demostrado ser más fuerte que aquellos obstáculos en el camino, pero su historia apenas comienza. Después de sobrevivir a una guerra y otros eventos que han puesto a prueba su unión y lealtad, Jonathan y Olivia se enfrentan a nuevos desaf...
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21 de marzo 1880.
White Oak Lands, Minnesota.
Elizabeth salió de la escuela y como era costumbre, no se regresó a la casa con sus hermanos, sino que tomó el camino del bosque para ir recolectando flores. Le gustaba ir por el bosque (White Forest) que quedaba alrededor de White Oak porque en su interior crecían las mejores flores para hacer coronas en la primavera. Siguiendo el camino hacia el campo de la mansión podía recoger; rosas, caléndulas, daffodilis, entre muchas otras.
Traía un ramo en su mano con el cual haría una tiara para su madre cuando llegara a la casa e iba con un vestido de mangas largas que terminaba por debajo de sus rodillas, porque, aunque la nieve se hubiera derretido, todavía los días eran un poco frescos. No podía esperar más por el verano y su oportunidad de hacer amigos.
Tarareó una canción que Harvie le había enseñado y trepó algunos troncos que el invierno había volcado con sus bruscas tormentas. Estaba caminando por un bosque que conocía a la perfección pues era donde había crecido y vivido toda su vida, cuando una figura más grande se atravesó en su camino, impidiéndole avanzar y se detuvo, levantando la vista para encontrarse con un hombre al que no conocía.
Elizabeth conocía a todos los hombres en White Oak, incluso a los dos nuevos que habían llegado; ese tal Keiran que su padre no dejaba salir de la casa y Rylan el ladrón que había tomado el bolso de su madre y ahora rengueaba porque le habían disparado en una nalga. A Keiran no le conocía personalmente, pero había hablado con Rylan y era muy simpático, aparte de que a él le gustaban las flores como a ella.
—¿Qué tenemos aquí?
Retrocedió al ver a ese hombre que no conocía y se sobresaltó cuando su cuerpo chocó con las piernas de otro hombre a sus espaldas.
—Déjenla, es solo una niña —señaló otro hombre asomando de entre los árboles.
—Nunca he estado con una.
Elizabeth sintió su respiración un poco más acelerada ante el miedo en su pecho. Dejó caer las flores por accidente cuando uno de los hombres intento acariciar su mejilla y retrocedió otra vez hasta pegarse contra un árbol. En total había tres, dos que la ponían nerviosa y un tercero que parecía irritado por el comportamiento de sus compañeros.
—Es solo una niña —le escuchó repetir.
—Pero está bonita.
El hombre miró a su compañero pintando una sonrisa que resultó aterradora a ojos de Elizabeth y cuando la agarró para arrastrarla hacia un punto apartado del bosque, le mordió la mano con fuerza, asegurándose de que sus dientes se enterraran bien profundo en su carne y cuando la soltó echó a correr con todas sus fuerzas rumbo a la casa.
—¡Déjenla ir! —gritó el mismo hombre que la defendía.
Y aunque escuchó un forcejeo seguido de un disparó, no miró atrás y continuó corriendo por el bosque, con lágrimas en sus ojos y su corazón latiendo con fuerza hasta en sus oídos.
