Capítulo 9

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El sábado tuve una cita con Enzo. Fuimos a caminar, me acompañó a comprar las pinturas que no había conseguido y comimos en un restaurante.

Es agradable pasar el tiempo con él, siempre se comporta atento, me presta atención, me resultan adorables sus intentos por recordar lo que le digo y me da la razón en todo.

Me gusta su compañía, siempre que no mencione...

—¿Quieres ir a mi casa?

Cosas como esa.

—... —bebí un sorbo de mi bebida—. ¿Están tus padres?

—Sí —respondió sin más.

—... Podemos ir un rato... —accedí para nada convencida.

Luego de pagar la cuenta, fuimos a su casa, tomados de la mano. Ya he ido antes y sus padres son amables conmigo, creo que les caigo bien, aunque no hablan mucho, solo son cordiales.

Como sea, saben que Enzo y yo somos novios y, gracias a que son algo tradicionales, nunca nos dejan a solas. Su vigilancia me alivia.

Entramos y el único en recibirnos fue Max, el gran perro negro de su familia. Enzo no tiene hermanos, como yo, y siempre le hemos dicho a Bianca que ella tiene el hermano que a cada uno nos correspondía.

El can me olfateó y después me dejó acariciarle la cabeza.

—¿Y tus padres? —pregunté. Me puso nerviosa pensar que no hay nadie.

—No sé, ven —dijo y encaminó a las escaleras.

—Oye... —no me dejó decir nada, volvió, me tomó de la mano y subimos, con el perro detrás de nosotros. Entramos a su pieza y Enzo le cerró en la cara a Max—. Va a estar arañando la puerta... —intenté abrir, solo que me sujetó de la cintura para hacerme girar hacia él.

Me apretó contra su cuerpo. Estoy mucho más nerviosa que antes. Tragué saliva y respiré hondo.

Acarició mi mejilla y retiró el cabello que le estorbaba, entonces me besó. Intenté seguirlo, corresponderle, pero llegó al grado de ser doloroso.

Lo empujé por los hombros.

—No quiero que tu mamá nos encuentre aquí —me excusé temblando.

Sonrió y me dio un beso rápido, para por fin soltarme y abrir la puerta, luego volvimos abajo.

Sus padres venían llegando. Parece que trajeron comida y Max fue el primero en darse cuenta.

—Buenas tardes —saludé.

—Hola, hija —me respondió la madre—. Trajimos comida china, ¿te quedas? —preguntó.

—Oh, no...

—Quédate —solicitó Enzo.

—... Bueno, puedo quedarme un rato.

Ayudé a la señora a poner la mesa. La casa es grande y muy linda, pero el ambiente que hay aquí nunca me ha gustado, en un tanto inquietante.

—¿Hace cuánto llegaron? —preguntó al darme un servilletero para llevarlo a la mesa.

—Unos minutos antes que ustedes —respondí escondiendo mi rubor. A veces creo que esa mujer puede leerme la mente.

—... —no dijo nada más.

Nos sentamos a comer y nadie decía una sola palabra. El aura aquí es muy diferente a la que hay en casa de Flor, allá hay silencios más cómodos que aquí.

Mi estómago no dejó de vibrar de miedo en ningún momento. No quiero volver a esta casa.

Mi teléfono sonó y, muy a pesar de que no les gusta que se utilice el móvil en la mesa, revisé el texto. Es Flor, quiere que le consiga unas levaduras.

[4.1] CCC_Sui géneris | TERMINADA | ©Where stories live. Discover now