Capítulo 30

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Entramos luego de entregar los dos boletos. En este mismo museo es donde voy a exponer y quise venir a ver la dinámica, además, la exposición recopila obras de mis pintores favoritos, algunos de ellos son por los que empecé a pintar cuando era niña.

—¿Quiénes las hicieron están aquí? —me preguntó Jane de pronto.

—No, no creo, lo sabría —respondí. La profesora Rosario, la que organizó el evento y me consiguió los boletos, me hubiera dicho si los artistas asistirían. Apunté y encaminé a una de las pinturas—. Mira. Esta era la que quería ver. Viene desde Tokio.

Es la ciudad de noche, solo que el paisaje no es lo que me interesa, sino los colores irrepetibles que nadie que conozco ha conseguido replicar. Algunos dicen que no se utilizaron pinturas acrílicas para lograr estos tonos de azul.

En otra pintura de los osos polares, la que el guía estaba explicando, me concentré en el bosquejo, no en el hombre, para grabar esos colores en mi mente, algo que conseguí, nada más que perdí la noción del tiempo y el espacio, hasta que me volví a buscar a Jane y no la vi por ningún lado.

La exposición solo es en esta sala y las puertas están cerradas, con excepción de la salida. ¿Habrá sido capaz de irse?

Empecé a pensar que salió sola a la calle y que algo podría sucederle.

Inspeccioné con mucho cuidado a cada persona presente, buscándola, y sentí que mi corazón se detenía al no verla. En definitiva, salió.

Iba a dirigirme a la puerta cuando la vi llegar de los sanitarios. El alma me regresó al cuerpo.

Fui a situarme frente a ella.

—¡¿Dónde estabas?! —pregunté sin medir el tono de mi voz.

—En el baño —contestó como si nada. ¿No se le ocurre que debió haberme avisado?

—No te apartes así —enfurecí, pero al mismo tiempo sentí que iba a llorar por culpa del miedo que tuve de que algo le sucediera.

—Perdón —se disculpó—. ¿Lía? —habló cuando no la miré y terminé por hacerlo.

—Me preocupé, no estoy enojada.

Como es característico en ella, no pensaba decir nada más. No quería una disculpa, sino que entendiera por qué me puse así.

—Lía, linda, qué bueno que estáis aquí —escuché la voz de la profesora Rosario acercándose.

Suspiré antes de dirigirme a ella y le sonreí.

—No me lo iba a perder —Miré a Jane—. Jane, ella es Rosario, era una de mis profesoras en la universidad —se la presenté.

—Es un placer —le dijo Jane. Así que sí puede ser así de educada con los demás.

Me molestó un poco que la profesora la observara y como que tuve la intención de pedirle que no lo hiciera.

—¿Te conozco? —se extrañó la mujer y seguía contemplándola. En serio, quiero que quite sus ojos de ella.

—No —contestó Jane.

—Siento que te conozco... —susurró—. ¿No estudiabas con Lía?

—Jane no vive aquí —atraje la atención de la profesora en cuanto tuve la oportunidad.

—Oh... Igual te he visto en algún lado —la miró otra vez, pero ya no por mucho tiempo. Ahora se dirigió a mí—. Como sea, Lía, arriba tengo las exhibiciones que llegaron de Perú, ¿quieres verlas?

—¡Sí!

Estaba esperando ver esas pinturas desde hace mucho y sé que no se van a exhibir, nada más están siendo celosamente guardadas por un tiempo.

[4.1] CCC_Sui géneris | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora