Capítulo 61

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—¿Qué pasó?, ¿la viste?, ¿hablaste con ella?, ¿cómo está?, ¿qué te dijo? —se encarriló Flor.

Sentada en el comedor, me pasé las manos por la cara y respiré hondo, antes de responder.

—Sí la vi, no hablé con ella, lucía bien, creo que tiene los mismos problemas de siempre y por eso regresé. Ah, y conocí a la novia de Logan, Hanna.

Flor y Colec se miraron entre sí.

—¿Conociste a Hanna? —preguntó Colec.

—Sí... —asentí, cruzada de brazos y mirando a la mesa—. Pauline y ella se conocen, ella no supo quién era yo ni... nada —murmuré.

—Ay, Lía.

—Lo voy a volver a intentar —interrumpí a Flor—. Solo que cuando me sienta capaz de hacerlo. Fue mucho por esta semana.

Ambos asintieron, estando de acuerdo en que haber regresado y esperar a encontrar el valor nuevamente, era la mejor idea.

Sin seguir al pendiente de los noticieros y sin preguntarles más cosas a Colec y Flor, pasé dos semanas trabajando en mis propias cosas, pinturas, es decir, y, una vez que las tuve listas, volví a México, yo sola.

Pensaba aprovechar ese viaje e ir a presentar mi trabajo, con quien Rosario me recomendó luego de decirle explícitamente que no quería que fuera nadie que tuviera algo que ver con la familia De'Ath.

Supe llegar al departamento, en taxi, pero reconocí el camino desde el aeropuerto.

Hice la limpieza que pasamos por alto cuando nos fuimos y pedí comida a domicilio.

Haber venido sola es difícil y se siente solitario, en cambio, no puedo pasar mi vida arrastrando a mis amigos conmigo cuando yo necesito algo, preocupándolos cada que la paso mal y llamándolos a media noche para que me escuchen. Sé que siempre van a estar ahí, pero es mi deber levantarme por mi cuenta y no necesitarlos tanto.

Todos tienen sus propias vidas.

Además, traigo conmigo trabajos de Bianca, porque, hablando de arte, a donde vaya yo, ella viene conmigo.

Al día siguiente, busqué en internet la dirección del coleccionista que Rosario me dio y fui muy temprano a buscarlo.

Es una galería muy curiosa. Nada de lo que hay aquí lo había visto en mi vida.

—Hola —me saludó un hombre en cuanto entré. Es alguien muy alto, delgado y con una barba pequeña y larga—. Lía, ¿cierto? —preguntó.

—La misma —respondí.

—Rosario me dijo que vendrías hoy, pasa, pasa —me señaló que avanzara delante de él.

Entramos a su oficina, donde parece tener una colección todavía más privada.

—Es...

—Muéstrame —me pidió las pinturas, desde el otro lado del escritorio. Las saqué del maletín y las puse delante suyo, para que pudiera verlas. Al principio, solo las miró por encima, luego, se puso los lentes que colgaban de su cuello y, cruzado de brazos, observó a detalle—. Son magníficas —masculló.

Mi pecho se llenó de esperanza.

—¿Eso cree?

—Desde luego —se retiró los lentes y se masajeó el entrecejo—. Aquí no es donde las podría tener, pero, tengo otra galería donde les puedo dar un nicho permanente. Solo necesito que me firmes una cesión de derechos.

—Por supuesto —para eso venía preparada.

Le firmé por la cesión, con la única cláusula de dejar los trabajos a nombre de Bianca y mío, según correspondiera.

[4.1] CCC_Sui géneris | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora