Capítulo 62

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Y cuatro semanas más tarde, aunque nadie me creyera, con Bianca, mi madre y Elvira, volvimos a México no por Jane, sino nada más para la ceremonia que organizó el coleccionista en su galería, con mis pinturas y con las de Bianca.

Inclusive Rosario vino, de hecho, ella ya estaba en México, por asuntos personales.

Fue algo muy pequeño, pero muy importante para nosotras.

Estábamos comiendo en un restaurante y mamá me acercó una bebida.

—Estoy bien —le repetí por centésima ocasión.

Por lo que pasó la última vez que vine, algo que le conté a mi madre, estuvo llevándome al médico, para estudios de sangre y salieron bien, no tengo nada. La suposición fue la misma que la de Iris, que había sido por el repentino cambio de aires, igual por eso Bianca también se llegó a sentir mal.

El punto es que mamá no deja de vigilarme para que me alimente bien y, a la más mínima señal, quiere llevarme a un hospital.

Elvira estaba algo ansiosa, lo ha estado desde que salimos de Verona.

—Felix está bien —le dije, sabiendo muy bien cuál es su inquietud.

Felix se quedó en casa, con Abelard y, si algo hubiera sucedido, ya lo sabríamos.

La mujer solo suspiró.

Nos estamos quedando en un hotel porque no quería aprovecharme más de Colec y Flor. Son ellos los que pagan por el mantenimiento, así que ya era mucho encaje.

Poco antes de las tres de la tarde, volvimos porque a mi madre en realidad nunca le ha interesado el turismo y Bianca y yo ya habíamos ido a conocer la ciudad.

Me senté en la cama para quitarme los zapatos y, al ponerme de pie, casi me vengo abajo.

—¿Qué tienes? —me preguntó mamá enseguida, con una mano en mi frente.

—Estoy bien...

—No, vamos al hospital —mandó.

—Mamá...

—Espérenos aquí —ordenó a Bianca y Elvira.

Sujetó mi mano, agarró el bolso, mis zapatos, su chaqueta y me llevó casi arrastrando hasta el hospital más cercano.

Hizo todo un espectáculo para que me atendieran cuando en realidad yo no venía herida de gravedad, solo era un mareo.

Por eso fue que, hasta una hora después, entré a la sala de urgencias, me tomaron más muestras de sangre y nos pidieron esperar los resultados. De por sí me siento mareada y luego me sacan sangre, pues peor.

Yo estaba sentada en la camilla, inquieta, tanto como Elvira en el restaurante, y mamá, de pie, cruzada de brazos, observaba sus alrededores.

Las camillas están separadas con cortinas, así que tampoco está husmeando.

—No les creí cuando me dijeron que estabas aquí —habló Iris al acercarse.

—Hola —la saludé. Esto es vergonzoso. La última vez vine desmayada y ahora parezco hipocondríaca, pero esa es mi madre, no yo. Mi madre la observó—. Es la misma doctora que me atendió cuando me desmayé —le expliqué.

—Por supuesto.

—Iris Guzmán —se presentó y me miró—. Esta vez no viniste sola.

—Por si me desmayaba —respondí y sonrió.

—Amm... —interrumpió mi madre—. Le han estado haciendo pruebas y parece estar bien, pero sigue mareándose cuando se levanta.

—Ya no es normal —respondió Iris—. Te vamos a hacer otras pruebas de glucosa y un análisis de hemoglobina.

—Tenemos pensado irnos esta noche.

—No se preocupe, no va a tardar más de una hora —le aseguró Iris a mi mamá.

Ella me volteó a ver y, cuando me sonrió para irse, no pude devolver el gesto, solo desvié la vista.

—Vamos a esperar en la sala —indicó mamá.

Mientras mi madre llamaba a Elvira para decirle que volveríamos en un rato más y le confirmaba que podíamos viajar esta misma noche sin ningún problema, yo fui a comprar algo en la máquina expendedora.

Si se mareo por falta de azúcar, entonces necesito comer azúcar.

—Ya están devolviendo la habitación —me anunció al volver, todavía tecleando en su teléfono.

Vi venir a Iris y sentí el mareo otra vez.

—Tienes deficiencia de hierro —explicó—, pero con medicamento de base estarás bien. En el mejor de los casos, el cambio de aire es lo que provoca que te sientas así.

—Entonces no hay nada de qué preocuparse —aseguró mi madre.

—Nada —Iris sonrió y ver su sonrisa me nubló otra vez los sentidos. Todavía no estoy bien—. Ya pueden irse.

—Gracias —mi madre le estrechó la mano, le recibió los estudios e Iris se fue.

Me perdí mirando a la nada, hasta que sentí la atención de mamá sobre mí.

—¿Qué? —pregunté.

Desvió la vista y tardó en responder.

—Nada —puso una mano en mi espalda para que avanzara con ella, a la salida.

Regresamos a Verona poco antes del amanecer y Bianca se quedó conmigo, porque una vez que llegamos a mi casa, nadie quiso volver a salir.

[4.1] CCC_Sui géneris | TERMINADA | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora