36. Un capítulo más

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«¿Te gusta Etta?»

Esta vez fue Magnus quien se tensó, se retiró un poco de Alec, con las manos todavía acariciando su vientre.

El ceño de Alec se frunció, incluso él sorprendido de lo que acababa de preguntar.

Magnus se quedó un momento en silencio, después lentamente fue naciendo una sonrisa, sentía mariposas en el estómago, y eso no era bueno. Él tenía que recordar el trato, eran sólo encadenados y, con suerte, amigos. Nada más.

—¿Por qué preguntas eso? —intentó no sonar emocionado ni nervioso.

El ceño de Alec se frunció un poco más y el libro se cerró de golpe. —¿Eso es un sí?

Magnus empezó a reír porque era todo tan surrealista.

Los labios de Alec se fruncieron. —No es divertido, Magnus. Somos encadenados y creo que es incorrecto e ilegal estar con alguien mientras nos ata la cadena.

Magnus limpió sus ojos, había lágrimas de tanto reír.

Alec quería enojarse, pero Magnus se veía tan lindo riendo.

Espera... ¿lindo?

Él no debería ver lindo a Magnus ni a ningún otro hombre.

Pero es que Magnus estaba riendo tanto, y esa risa, esa sonrisa, y sus manos seguían en su vientre. Ahí donde estaban sus hijos.

Cuando dejó de reír y limpió bien sus ojos, estaban brillantes, y no sólo por las lágrimas. —Ah... Hace mucho no reía así...

—No sé si eso es bueno —muy a su pesar, Alec sonrió.

—Es muy...bueno —Magnus seguía luchando por respirar—. Y no te preocupes, no voy a hacer nada tonto, Alexander. Y no me gusta Etta, bueno, sí, pero como persona, ha sido muy amable conmigo. Más que nadie. Sólo mis amigos me habían tratado bien. Y ella me ofrece su ayuda.

—Yo te puedo ayudar —Alec apretaba el libro contra su pecho, luchando para no hacer pucheros.

Magnus acarició la mejilla de Alec, casi sin pensar. —Tú no eres doctor, Alexander. Pero puedes seguirme leyendo, anda, eso no lo hace nadie más.

Alec luchó contra su sonrisa, pero no pudo evitarlo. Volvió a acomodarse para leer, inclinándose un poco hacia Magnus, dándole permiso de volver a recargarse en él.

Eran amigos. Eran encadenados. Y les gustaba la novela. No estaba mal si se acostaban juntos, ¿cierto?

Entonces los soñadores avanzaron hasta quedar frente a frente, extendiendo sus manos como si dudaran si podían tocarse en el sueño. Y resultó que sí, podían, y se sentía tan real. Los ojos de ambos se abrieron demasiado, antes de que un par de pequeñas sonrisas aparecieran. Entonces el castillo se sacudió, uno de ellos iba a despertar. No alcanzaron a decirse sus nombres.

—¿Y ahora cómo van a encontrarse? —se quejó Magnus.

Alec sonrió. —¿Otro capítulo y ya?

—¡Sííí! —Magnus se acurrucó contra él mientras leía sólo "otro capítulo más".

Y así se quedaron dormidos juntos por primera vez y despertaron abrazados, con la novela olvidada entre las sábanas


Encadenados (Malec Mpreg)Onde histórias criam vida. Descubra agora