52. Besos rojos

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Alec se encargó de limpiar todo antes de dejar que Magnus se sentara en los viejos sofás de su casa.

—Alexander, yo puedo ayudar —había dicho Magnus—, estar embarazado no me impide hacer cosas así. Es sólo limpiar, no es algo difícil o pesado. Déjame ayudarte.

—No —Alec ni siquiera lo había mirado o interrumpido su trabajo—. No vas a hacer nada de esto. Tienes que descansar y cuidarte. Tu amada doctora no se ha cansado de repetirlo, tu embarazo no es como el de cualquiera encadenada, debes tener más cuidados.

Magnus asintió. —Etta es muy linda. Se preocupa mucho.

Alec hizo una mueca. La doctora no le caía bien, tenía un interés más allá de lo profesional en Magnus, pero tenía razón en que Magnus debía cuidarse y no arriesgarse a cualquier daño.

—Ajá... Además fui yo el del antojo. No tienes por qué limpiar tú.

—Entonces iré a la cocina —Magnus casi saltaba feliz, acariciando su vientre—. Tenemos hambre.

El ceño de Alec se frunció. —Pero tú ya no vives aquí. No hay comida.

—Alexander, hará sólo tres meses que me fui. Sí hay comida. Cat se encarga de que en su casa y la mía haya despensa. Nunca sabemos cuando podríamos necesitar volver... —Magnus hablaba ya desde la cocina.

Era algo que Catarina le había dicho al inicio. "En cualquier momento los Lightwood podrían corrernos y yo prefiero ir a mi casa, donde siempre serás recibido, Magnus. Pero debes también tener la tuya lista".

Aunque eso ha cambiado, pensó Magnus con una sonrisa. Alexander ya no lo iba a correr nunca, pasaría el resto de su embarazo con él y después verían a sus hijos nacer y crecer. Y tal vez, cuando Alec aclarara sus sentimientos, cuando se conocieran más, podrían ser una pareja real y no sólo un par de encadenados o de amigos que vivían juntos por sus hijos.

Magnus encontró fruta, fresas que cortó en trozos pequeños mientras Alec limpiaba y después lo llamaba.

El sofá era grande, podían recostarse ambos juntos. Pusieron una película y Alec llevó las fresas y crema batida y chocolate para comer. Alec preguntó por qué no palomitas. Magnus sólo se había encogido de hombros. —Quería algo dulce.

Habían pasado tal vez quince minutos de la película cuando Magnus gritó. Alec saltó en su lugar y casi cayó del sofá, pero su encadenado lo detuvo.

—¡¿Qué?! ¿Te sientes mal? ¿Te duele algo?

—Quería algo dulce —repitió Magnus, con una gran sonrisa.

Alec lo miró mal un momento, después negó y tomó una fresa con chocolate, llevándola a los labios de su encadenado.

Magnus negó, pero después se lo pensó mejor y aceptó la fresa. Gimió feliz. —No me refería a eso. Quiero decir, ¡quería algo dulce!, ¿eso es un antojo?

Sus ojos verde dorado están tan llenos de luz, sus labios rojos y húmedos por la fresa, y tenían una mancha de chocolate. Alec tenía su propio antojo.

Se acercó a él, pegándose a su encadenado que se giró hacia él, el vientre ya ligeramente abultado de Magnus contra su abdomen firme, y sus labios se encontraron en un beso dulce y lento, un sabor adictivo.

Alec suspiró cuando se separaron, una de sus manos a un lado del cuello de Magnus, la otra en su vientre. —Creo que sí, puede ser un antojo.

—¡Me encanta! —Magnus se removió feliz, hasta que la mano de Alec moviéndose hacia su cadera lo detuvo—. Dame más —pidió ansioso.

Alec metió una, esta vez, en la crema batida. Sintió su estómago llenarse de mariposas, su rostro ardía, y su boca se hizo agua cuando se burló de Magnus sólo embadurnado sus labios de blanco, limpiándolos con su lengua suavemente. Tomó la fresa con los suyos y cerró los ojos, no listo para ver los de Magnus, para ver su reacción. Magnus se sorprendió, pero sonrió antes de acercarse y tomar la fresa, besando a Alec después.

Fue una tarde dulce, muy dulce, en la que no vieron demasiado las películas, pero experimentaron más besos que en los meses anteriores, dejaron sus manos acariciar sólo un poco el cuerpo contrario, brazos, cuello, rostro, abdomen, vientre, caricias sobre la ropa en los muslos fuertes.

Tal vez ninguno de los dos tenía experiencia real -no además de la primera vez obligada-, y el miedo no los dejaba buscar llegar a más, no todavía, pero se disfrutaban juntos, reconociéndose un poco más.

Abrazados juntos, Magnus sobre su espalda, y Alec de lado, pegado a él, se quedaron dormidos en el sofá, el sonido de la película de fondo, los labios rojos por la fruta y por los besos. La nariz de Alec cerca del cuello de Magnus, una de sus manos entrelazada a la de él sobre su vientre.

Los dos pensando que había sido un buen antojo cumplido.






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Encadenados (Malec Mpreg)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora