42. Tocarte, abrazarte...

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Alec se quedó viendo esos labios y se preguntó qué haría Magnus si él se inclinaba y lo besaba.

¿Lo tomaría mal?

¿O pensaría que era un beso accidentado que pretendía ir en la mejilla como un simple gesto de cariño o de Buenas noches?

Y más importante, ¿cómo se sentiría?

¿Sería como los soñadores decían, como sentir fuego ardiendo por las venas, como la sensación de locura recorriendo tu cuerpo, mariposas en el estómago, hormigueo en las manos al tocar el rostro contrario?

Justo ahora sentía su piel arder ahí donde su piel y la de Magnus conectaban, donde su encadenado tenía su mano rozando su cuello. Magnus no apartaba la mirada de él y estaban tal vez demasiado cerca, el verde dorado de sus ojos demasiado brillante. Y sus labios seguían en una sonrisa dulce.

Alec sintió un nudo en su garganta, suspiró antes de cerrar los ojos y se inclinó hacia su encadenado, buscando a ciegas sus labios, su corazón latiendo frenético.

Sus manos buscando un lugar en el cuerpo de Magnus que no fuera incómodo de tocar. Una se quedó cerca de su cadera, sus dedos rozando su vientre, la otra acunó un lado de su rostro, sintió el aliento de Magnus cuando él suspiró...

Entonces Magnus soltó un gemido suave, lo empujó y salió de la cama. Alec sintió la decepción correr por su cuerpo, ¿qué había hecho mal? No había besado a nadie antes, pero...

Abrió los ojos cuando escuchó la puerta del baño cerrarse de golpe. Y después el sonido inconfundible de Magnus pasándola bastante mal.

Oh. Náuseas.

No debería sonreír mientras su encadenado sufría, pero se sentía aliviado de que Magnus no lo había rechazado.

Se levantó para tocar suavemente la puerta. —¿Magnus, necesitas ayuda?

Escuchó un gruñido y después el sonido de la cadena del baño. Pero Magnus no salía, y él empezó a preocuparse. Nunca antes se imagino sintiéndose así por alguien que hace dos meses no conocía. ¿Debería pedir ayuda a Izzy o llamar a la doctora de Magnus?

—Magnus, voy a pasar —avisó antes de abrir la puerta.

Magnus estaba sentado en el piso, recargado contra la fría pared de azulejos. Su frente perlada de sudor y un puchero acentuaba sus labios, sus ojos brillaban con lágrimas contenidas.

Alec sintió que se le partía el corazón.

Se arrodilló frente a él. —¿Magnus? Me estás asustando.

Magnus lo miró, sin quitar su puchero. —Tengo náuseas. Y vómito —las primeras lágrimas cayeron—, no me gusta. Yo no había tenido ningún síntoma más que mucha hambre, yo quería antojos, no esto. No me gusta.

El puchero de Magnus se acentuó y Alec acercó su mano, rendido por fin, para recorrer esos labios con sus dedos.

Pero Magnus negó y se alejó de su toque. Se puso de pie, apoyándose en la pared. —Estoy sucio, odio esto —refunfuño mientras se lavaba la cara y los dientes.

El corazón de Alec se llenó de ternura. Magnus parecia un niño y seguía haciendo pucheros. Alec se acercó con una toalla y lo ayudó a secarse.

—Creo que voy a dormir en el sofá —avisó Magnus cuando volvieron a la habitación.

Alec sintió su corazón detenerse. —¿Qué? ¿Por qué?

Magnus ya estaba agarrado su almohada cuando Alec lo detuvo. —Tal vez me vuelvan las náuseas, mejor duermo aquí para no molestarte.

Alec se sorprendió cuando las lágrimas de Magnus no lo molestaron, pensó que se desesperaría con el embarazo de su encadenado, pero lo que quería era envolverlo en sus brazos y hacerlo sentir mejor.

Así que lo hizo.

—Magnus, lo siento —no sabía si se disculpaba por los malestares de Magnus o por lo tonto que fue en el pasado, sólo sintió la necesidad de disculparse.

Magnus hizo un ruidito extraño antes de derretirse contra Alec, aceptando un abrazo sincero que desde el primer momento había esperado.


Encadenados (Malec Mpreg)Where stories live. Discover now