122. Liberados

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Nunca dudé de tu corazón. Sólo dudé si yo merecía un lugar en él. Por un largo tiempo esperé conocer a alguien como tú. No sabía que casi había dejado de tener esperanza hasta que llegaste. Ya sea si me escoges esta noche o no, o si me quieres por siempre o jamás en la vida, te doy las gracias por ser todo lo que eres, Alexander Gideon Lightwood, el chico arquero que nunca me falla, mi esperanza más allá de la esperanza.
(Extra de The red scrolls of magic)


—Contigo. Prefiero que estén contigo, que sean felices juntos. Los tres —y entonces Alec tiró de Magnus cuando éste medio rió/medio sollozó, sus manos juntas, hasta que sus labios se tocaron. Porque se merecían al menos un último beso.

Sus labios se tocaron. Suave. Apenas un roce, compartieron un suspiro porque se estaban perdiendo –"Un suspiro es aire que nos sobra por alguien que nos falta"–, sus manos entrelazadas con fuerza. Sabía a sal, sabía a corazón roto, pero también sabía a esperanza porque había un final feliz para tres de ellos.

No se separaron al terminar el beso, sólo juntaron sus frentes. De sus ojos cerrados escapaban algunas lágrimas que resbalaban por sus mejillas.

Magnus apretó con fuerza la mano de Alec –de su encadenado– y Alec le regresó el gesto, con ansias de pasar sus manos por el rostro de Magnus, sentirlo, su piel, acariciarlo con tanta ternura, tan tan suave, de esos gestos que se sienten hasta el alma y todavía años después –vidas incluso– provocan ecos en la memoria, en el corazón.

Pero no podía. Porque en uno de sus brazos, acunado perfectamente, descansaba su hijo. Porque no quería soltar la mano de Magnus, tanto como no quería abrir los ojos por miedo a lo que venía después.

Era como –porque ellos eran lectores y no podía faltar la analogía– cuando terminas un buen libro y no quieres pasar de la última página porque sabes que después ya no hay nada que no sean recuerdos o una relectura, pero ¿cómo releer un amor?

Magnus levantó su rostro cuando escuchó a Etta, su nariz y sus labios rozando de nuevo los de Alec. Su corazón tartamudeó mientras abría los ojos y retrocedía un paso. Se encontró con los azules de Alec ya mirándolo. Quiso sonreír, pero no pudo y una lágrima nueva escapó cuando Alec soltó su mano para limpiar sus mejillas con un gesto suave.

La mano de Alec subió una vez más y Magnus la tomó para dejar un beso suave en su palma.

—Te amo —formó las palabras con sus labios, apenas audible.

Los labios de Alec se fruncieron, sus ojos brillaron con lágrimas apenas contenidas. —También te amo —él lo dijo un poco más fuerte, sin importar las personas a su alrededor.

Hubo un suspiro. Quizá por parte de la joven enfermera ojiazul que diera al pequeño Rafa a Alec.

Y entonces Etta estaba ahí: —Siento interrumpirlos, pero necesito hacerlo... Necesito que sepan... —ella se atascó con sus propias palabras; tan emocionada porque estaba pensando en su Bonita, en Joseph, en Ragnor y Raphael, y otros tantos que por fin podrían ser ellos mismos—. Lo siento —sacudió su cabeza y no podía dejar de sonreír aunque quisiera. Magnus y Alec la miraron mal, ¿cómo se atrevía a sonreír en este momento?—. Lo siento, yo... No se supone que esto fuera así, tan difícil, tan duro, pero al menos puedo darles una buena noticia ahora: ¡Ya no son Encadenados!

Magnus y Alec se miraron. Y en esas miradas podían verse claramente las líneas de dos corazones rompiéndose.

Eso ya lo sabían. No habían aprobado.

Encadenados (Malec Mpreg)Where stories live. Discover now