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Ganar una maratón era un objetivo

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Ganar una maratón era un objetivo. Completar los doce pasos de alcohólicos anónimos era un objetivo. Volver con tu cónyuge era un objetivo. Adelgazar, no era un objetivo. Como Cressida lo planteó, era solo mi camino a mi meta. Solo que había un problema.

Yo no tenía una meta.

—Eres demasiado complaciente.

Alcé la mirada de mi plato de fideos hacia Nina. Nos habíamos reunido para la hora de almuerzo en un bonito local de cultura asiática, lejos del corazón financiero de Londres, y de nuestros respectivos trabajos.

Llevábamos unos minutos hablando, le conté a Nina lo que había pasado el fin de semana en el gimnasio, y sobre todo el encuentro con Cressida.

Mi amiga pudo tener un buen futuro de terapeuta, pero Nina Wallace era muy impulsiva y jamás medía la fuerza de sus palabras. Era una chica dura, y como tal, esperaba que todos lo fuesen.

—¿Lo dices desde un punto de vista profesional? —pregunté con indiferencia.

Nina partió sus palillos chinos en dos, en ningún segundo sus ojos claros dejaron de verme. Alzó una oscura ceja rubia, sacudiendo su cabeza lentamente. Ella hablaba en serio, y no aceptaría ninguna evasiva de mi parte.

—No. Lo digo en todo sentido, Madison. Por la forma en que trabajas, cumpliendo deberes que no son tuyos, es donde mi teoría se comprueba sobre ser complaciente.

La miré, escéptica.

—Ese es mi trabajo, Nina. Soy una asistente personal, se supone que me dedico a hacer el trabajo de otros.

—Lo sé, Maddie, pero cada vez que tu jefe te pide hacer el trabajo de su hija, tú jamás dices que no.

Golpe fuerte de su parte.

—Estoy demostrando que puedo con encargos difíciles —respondí a la defensiva, segundos después de silencio—. ¿Jamás se te ha ocurrido que mi plan es impresionarlo? Además, ha rendido frutos, antes del próximo año tendré un nuevo puesto, mucho mejor que el actual.

Tendría la vicepresidencia, lo que significaba que Owen me cedería parte de sus obligaciones. Él estaba confiando en mí, y no en su hija. Había una razón muy obvia. Al final del día, el señor Hicks se inclinaba por la eficacia y no el nepotismo.

—Sí, sí, sí... lo haces por impresionar. De acuerdo —resopló mi amiga, barriendo una mano en el aire, insolente—. Pero lo que tú no has entendido es que de eso se trata todo.

Por la forma en que sus palillos llenos de ramen me señalaron, Nina me acusaba de la peor de las deshonras. Me tembló la mano, mientras removía mis propios fideos con un tenedor. Odiaba los palillos, jamás supe cómo usarlos sin botar la comida.

—Me perdiste —admití, confundida—. Explícate.

Ella inhaló hondo, con una amable sonrisa mientras me soltaba una bomba justo a la cara.

NO TE ENAMORES DEL SR. SEXOWhere stories live. Discover now