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[Aiden]

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[Aiden]

Sentado en mi sillón, jamás sentí tanto placer en mi oficina. Eché la cabeza hacia atrás y cerré mis ojos unos instantes. Mi mano se introdujo entre los mechones caobas de Madison, bajé el rostro para observar el vaivén de su cabeza mientras me devoraba. Su lengua era tan caliente, y su forma de gemir deleitándose, me tenían devastado.

Llevaba un rato de rodillas, después de besarme y lujuriarme como la primera vez. Ella jamás haría una básica felación, estaba agradecido por eso, gané la jodida lotería.

—Sigue haciendo eso, amor —le gruñí excitado—. Destrúyeme ahora.

Desde nuestra última vez, ella había mejorado mucho. Sus gráciles dedos me apretaron con fuerza y empezó a bombearme mientras sus mejillas se hundían en la punta de mi pene. Sí, ella me destruía.

El fuego de antes, me quemó la columna y se abrió paso hasta que me derramé en su boca. Madison apenas dudó un segundo, antes de darse cuenta de lo que me había hecho. Y entonces continuó, tragándome mientras terminaba de correrme.

—Joder...

Me desplomé en mi asiento, jadeando con fuerza. Pronto ella escaló y se sentó en mi regazo, sus dedos acariciaron mi cuello, luego buscaron su camino a mi cabeza. Abrí un ojo, y la observé, la ladina sonrisa en su boca roja que la declaraba una diosa. Podía fanfarronear cuanto quisiera, ella se lo había ganado.

Mi mano sobre su muslo, escaló hasta su nuca, y la atraje a mi boca. Ella no se resistió, la besé saboreándome en sus labios. Esto era demasiado íntimo para hacerlo con cualquiera, pero Madison era mi jodidamente exclusiva.

—¿Lista para tu retribución?

—Sí —jadeó contra mis labios.

Sonreí, me levanté de la silla con ella en brazos para colocarla al borde de mi escritorio. Fue mi turno de arrodillarme y abrir sus piernas. Las bragas blancas de encaje fueron la mejor vista que podía desear. ¿Debería contarle que sus braguitas negras se hallaban en el cajón derecho de mi escritorio?

Apenas lo pensé, antes enganchar mis dedos en la cinturilla elástica de su ropa interior. Las hice descender por sus esbeltas piernas, acababa de tener un buen orgasmo, pero mi pene creció de nuevo contra mi bóxer.

—Necesito preguntar, amor —comenté curioso, rodeando sus muslos con mis brazos hasta que su sexo estuvo a escasos centímetros de mí—, ¿alguna vez lo intentaste?

Alcé la vista hasta su rostro, sus mejillas rojas se colorearon con más intensidad mientras ella mordía sus labios y negaba suavemente.

—Jamás llegué tan lejos con nadie —admitió avergonzada.

Cabeceé con suavidad. Ser el primero de nuevo. Esto le hacía bien a mi ego, y a la vez no. Si ella se enamora, si ella exige más, ¿yo lo querría? Dejé ese pensamiento de lado cuando reparé en lo que tenía frente a mí. Su rosadito sexo, inundado con sus jugos. Me incliné, y hundí mi lengua entre sus pliegues, saboreándola.

NO TE ENAMORES DEL SR. SEXODonde viven las historias. Descúbrelo ahora