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—Suban las manos, y les prometo una muerte rápida

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—Suban las manos, y les prometo una muerte rápida.

Ese fue el peor trato que he hecho en mi vida. Pero el frío cañón del arma en mi cuello, no me dio muchas opciones. Tadeu se giró abruptamente, justo como Joe. Pero quién sea el hombre que hayan visto detrás de mí, los dejó helados.

El brazo alrededor de mi cuello me estrujó tan fuerte que me cortó la respiración. Empecé a jadear por aire, y removerme contra el grueso cuerpo masculino detrás de mí. Fue solo entonces que Joe y Tadeu reaccionaron, tirando sus armas al suelo.

Volví a respirar. Bocanada tras bocanada de aire, y sin embargo mis temblores no se redujeron. Quise mirar sobre mi hombro, y apenas lo intenté el arma de antes se apretó contra mi sien.

—Así que es verdad... —dijo el hombre, con crudo acento— sí hay americanos jodiendo por la zona.

—Solo para que quede claro, soy de Inglaterra.

El tipo olía a tierra, y a falta de desodorante. Cuando acercó su rostro a mí, aguanté la respiración con su mal aliento.

—Zorra, eso será lo último que me importará cuando te vuelva mi esclava —susurró en mi oído.

Pánico.

Miré a Joe, él estaba a punto de asesinar al sujeto. Solo que no tenía armas para hacerlo. Oh, diablos, estábamos muertos. Cerré mis ojos cuando sentí que el tipo presionaba con fuerza el metal sobre mi piel. El hombre empezó a rugir palabras en árabe, y cuando separé mis párpados, cuatro personas con pañuelos rojos cubriendo sus bocas, sostenían rifles contra Joe y Tadeu.

—¿Quién tiene las llaves del camión? —inquirió el tipo, apretándome más el cuello con su brazo.

Sentí que empezaba a asfixiarme de nuevo, cuando Tadeu dio un paso al frente al notarlo.

—¡Yo!

Tadeu sacó las llaves de su bolsillo, haciendo que el hombre dejase de ahorcarme. Jadeé con fuerza, tratando de meter aire a mis pulmones. Estaba temblando, con los latidos de mi corazón a punto de destruirme las costillas.

Odio que la corazonada se haya hecho realidad.

—Ustedes tres traigan el camión —les ordenó, tres de los tipos malos se alejaron, dejando solo a uno apuntando a los dos soldados—. Y ustedes par de cerdos, ¡muévanse! O ella paga las consecuencias.

Joe me lanzó una mirada para que guardase la calma. Eso era lo último que tenía en mi sistema. Él y Tadeu se giraron, y empezaron a caminar con las manos sobre su nuca.

Empecé a dar tropezones en lugar de pasos, es muy difícil caminar cuando mis piernas son como gelatinas. Pero el jefe de los malos no le importó, era un tipo grande, su brazo alrededor de mi cuello era del tamaño de una gruesa anaconda, estrujándome lentamente. Solo me arrastraba como si no fuese problema para él.

NO TE ENAMORES DEL SR. SEXODonde viven las historias. Descúbrelo ahora