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Lily era mi persona favorita

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Lily era mi persona favorita. Era la persona favorita de todos. Yo no entendía, cómo tan enferma se las arreglaba para sonreír y seguir siendo feliz.

Fingía que no le dolía. Pero yo era su hermana, una mitad de ella, parecía habitar en mí y viceversa. Esos punzones que yo apenas sentía cuando mi hermana recibía su tratamiento, debían ser insoportables para ella. Pero Lily hacía de todo para no quejarse.

Al final creo que aprendí a complacer a los demás debido a ella. Después de todo, siguió un año entero en tratamientos experimentales solo para hacer felices a mis padres, ya que, según sus emociones, ya no sentía las fuerzas de seguir luchando.

No sé si mi hermana habría estado orgullosa de verme siendo útil para los demás. A veces creo que intento imitarla solo para mantener su espíritu dadivoso con vida. Conseguí este empleo por ella, quería ayudar a los demás. Lily lo habría hecho...

"Aceptar"

No podía dejar de ver el botón rojo de la página web, en mi ordenador. Llevaba un par de minutos con la atención fija en las letras blancas. Un solo clic, y mi boleto de tren a York, estaría asegurado. Después de todos estos años, al fin valoraba la posibilidad de volver a Skipton, mi ciudad natal.

Desde que me fui, no regresé para nada, ni siquiera para dejar flores sobre la tumba de mi hermana en septiembre. Pero finalmente, lo haría. Solo... debía "aceptarlo".

Bonjour, ma belle femme.

La silla frente a mi pequeño escritorio de asistente, se vio brutalmente ocupada por un hombre, dejando sus cuarentas. De sonrisa brillante y ojos oscuros, de piel oliva, cabello negro y nariz gruesa.

El señor Mitchell estaba aquí.

Era un no soltero oportunista, que se llevaba a cuanta mujer quería a la cama. Su matrimonio le era aburrido, y ya que estaba forrado con plata, comprar señoritas con joyas, se le daba muy bien.

—Soy Benoit Mitchell, mon ange —se presentó con diplomacia y galantería—. Estaba aquí por mi amigo, Owen. Pero creo que me has robado mi atención.

Esbocé la más amable y falsa de mis sonrisas. Necesitaba algo de práctica, ya que no lograba disuadir a nadie que no estaba interesada en ellos. Por la expresión sonriente del magnate petrolero, sabía que había fallado.

—Buenas tardes, señor Mitchell —respondí con amabilidad.

Él me lanzó una escrutadora mirada. No tuvo ni un gramo de vergüenza en posar sus pequeños ojos en el recatado escote de mis pechos. No eran la gran cosa, jamás lo fueron, ni con kilos encima logré que se vieran grandes.

Ahora que estaba justo en mi peso ideal según mi estatura, había recuperado mi par de senos pequeños, en mi torso recto.

—Yo te imagino, belleza mía... —empezó a canturrear con su acento francés notándose con fuerza— con un hermoso collar de topacios azules que resalten el violeta de tu hermosa mirada...

NO TE ENAMORES DEL SR. SEXOWhere stories live. Discover now