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No lloré en el hotel

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No lloré en el hotel. Me esperé a llegar a casa. Mis tres días de licencia en París, se convirtieron en dos y una apresurada salida en el primer vuelo a Londres que pude hallar. No tuve cara para contactar con Enzo, y disculparme. Y tampoco tenía ganas de hallarme al "Señor Soy su novio", y me hiciera otra escena.

¡Dios! Cuando pienso en la gente que permaneció en el restaurante solo para vernos discutir, me dan ganas de enterrarme voluntariamente en un hoyo. No sé cuántos entendieron nuestro idioma, pero imagino que fueron demasiados, ya que las quijadas desencajadas y ojos abiertos de asombro, estaban en el rostro de esas personas con cada rugido de Aiden.

—¿Qué voy a hacer? —gemí desolada, con la cara enterrada en mi almohada.

Hace mucho que no me sentía así, casi doce meses para ser exactos. Nina estaba recostada a mi lado, mientras Ethan pasaba una mano por mi melena. Sentí un tercer peso en la cama, y supe que era Natalie, que había dejado su lugar bajo el umbral de la puerta para sentarse al final del colchón.

El tercer día del viaje, un tranquilo domingo donde debía estar paseando por París, decidí pasarlo encerrada en mi apartamento, compadeciéndome. No tenía valor de llamar a Owen, y decirle que lo jodí.

—Bueno, ¿a qué tema de refieres? ¿Qué harás con Aiden? ¿O con Enzo? —murmuró Ethan, tan confundido solo como un hombre podía estarlo.

Las chicas gimieron con hastío al escucharlo. Tuve que sentarme en la cama, contra mi cabecero y acercarme a él, ya que si bien no era el mejor en el departamento del corazón, al menos sabía dar abrazos que calmaban mi angustiada alma.

—Ella no está pensando en eso, Ethan. Madison está preocupada por su trabajo. Esta era una reunión importante, y el idiota del jefe de Nina, lo estropeó sin razón alguna...

Cabeceé a las palabras de Nat, enterrando mi rostro en el cuello de mi vecino al tiempo que él me encerraba en sus fuertes brazos. Olía rico. Podía morir en su cuello, por mí estaba bien.

—Nat, cariño, te prohíbo que me menciones cuando insultes a ese tarado —le advirtió mi amiga, sentándose contra el cabezal de la cama—. Que sea mi jefe, no lo hace cercano a mí en este aspecto, en lo absoluto. Yo ni siquiera sabía que estaría en París. Te habría advertido, Maddie.

Noté su sinceridad cuando la observé. Asentí con suavidad, no estaba culpándola. Había sido una mala coincidencia. Solo nos tocaba esperar por Greg y sus noticias sobre Aiden.

El novio de Nina sí que me pidió perdón por no avisarme cuando llegué de improviso y tuve que confesar mi regreso. Greg se sintió culpable al instante, jamás pensó que pasaría algo así, y yo lo perdoné sin mucho esfuerzo, porque la culpa era de una sola persona: del "Señor Todas son mías".

Después de todo, nadie habría creído que Aiden se portaría como un celoso hombre de las cavernas al que solo le faltó un jodido garrote. En especial yo...

NO TE ENAMORES DEL SR. SEXODonde viven las historias. Descúbrelo ahora