62. Copacabana y claqué

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-¿Has guardado la fruta?
-Afirmativo.
-¿Y agua?
-Afirmativo también.
-¿Meto también unas galletas?
-Nat, cariño-se rió la rubia-. Que vamos a echar la mañana al parque, no a pasar el día haciendo senderismo.
-Ya, pero no sé, igual nos da hambre a media mañana.
-Si nos da hambre buscamos cualquier sitio, o esperamos a llegar a casa, que somos dos personas adultas, Natus, no vas con Alejandra-volvió a reírse.
-Ya-murmuró-. ¿Tú llevas tus cosas?
-Aquí está todo-levantó su mochilita, donde había metido su libreta, un par de bolis y un portaminas-. ¿Tú la cámara?
-Ay, que se me olvidaba-Natalia salió casi corriendo a la habitación, y volvió a los treinta segundos con su fiel compañera.
-Media hora preguntándome a mí si lo llevo todo y te ibas a olvidar tú lo más importante, ¿eh?-se burló Alba mientras se despedía de Queen, y se rió al ver a Natalia levantar el dedo corazón hacia ella-. Vamos, anda.

Cuando iba sola utilizaba la bici para ir hasta su parque favorito a dibujar, pero lo de ir acompañada de Natalia le complicaba un poco eso de la bici, así que cogían el metro y pasaban el trayecto compartiendo auriculares para escuchar música. Consiguieron sentarse antes de que se llenase demasiado el vagón, pero pronto estuvieron rodeadas de gente que intentaba agarrarse donde podía para no caerse sobre ellas. Mientras se acercaban a una parada, un hombre que estaba justo delante de Alba se movió para ir hasta la puerta, dejando libre durante un segundo un hueco que no tardaron en rellenar. Pero en ese segundo Alba pudo ver a la fotógrafa reflejada en el cristal de enfrente, a su lado, concentrada en la canción que estaban escuchando, y se sintió completa. No completa como si le faltara algo sin ella, porque no era eso. Era completa como las fresas con nata, o completa como la crema de calabacín con queso de cabra. Las fresas podían existir perfectamente sin nata igual que la crema de calabacín estaba riquísima sin echarle queso de cabra por encima, pero ambas eran mejores si tenían ese plus. Y Alba, se dio cuenta durante ese segundo en el que se vio malamente reflejada con Natalia a su lado, también era mejor cuando estaba con ella. No mejor en el sentido de ser mejor persona, porque no lo era igual que las fresas no estaban malas sin nata, sino que simplemente brillaba más cuando la tenía al lado.

-Pon ahora Copacabana-pidió Natalia a la pediatra, que era la que estaba controlando la música.
-¿La de Izal?
-Sí.
-Es un temazo, pero espera que esta me encanta. ¿La conoces?
-No me suena-Natalia leyó en la pantalla el título de la canción que acababa de empezar, El colapso gravitacional de La casa azul, y negó con la cabeza.
-Dios, pues es que tienes que escucharla. De verdad que no me puedo creer que no escuches a La casa azul.
-Albi, llevas eligiendo tú todo el camino, caradura-le dio un golpe suave con el hombro.
-Pero es que necesitas escucharla, Nat, te tengo que educar.

La morena soltó una risilla y negó con la cabeza, porque tenía claro que no le quedaba otra que dejarse educar, y se concentró en la canción. Era cierto que era muy buena, eso se lo tenía que conceder, así que anotó mentalmente lo de escuchar más a aquel grupo. No les dio tiempo a escuchar Copacabana porque llegaron a su parada, así que Natalia dedicó todo el camino hasta que llegaron al parque a meterse con la rubia por dictadora, y esta se reía cada vez que lo decía porque le hacía gracia verla tan picada por una canción. Una canción que, además, podían escuchar en cuanto se acomodaran porque era algo que solían hacer: cuando conseguían un hueco medio alejado de la gente, ponían cualquier playlist con el volumen no demasiado alto para poder escucharla mientras echaban ahí la mañana.

Se sentaron sobre el césped y durante un rato se contaron lo que no se habían podido contar a lo largo de la semana, porque ya era el tercer miércoles que no salían a cenar y el primer sábado en un mes que, entre la lluvia que estaba cayendo esa primavera y el poco tiempo que habían tenido, podían salir a unir sus cosas favoritas. Cuando se concentraban en ellas dejaban de hablar, y Alba aprovechaba el silencio de Natalia para observarla, y dibujaba la postura de su mano alrededor de la cámara o sus dedos jugando con el septum mientras buscaba a su alrededor algo para fotografiar. No sabía si la morena se daba cuenta de que la estaba dibujando y fingía no hacerlo o si de verdad no se enteraba de que lo hacía, pero lo cierto es que tenía en su libreta una colección grande de detalles de Natalia haciendo fotos, camuflada entre dibujos de gente paseando, árboles o puentes, a la que tenía especial cariño. Eran como anotaciones de cada vez que habían ido juntas a observar lo que las rodeaba, cada una a su manera, y cuando echaba un vistazo a las páginas anteriores de su libreta y veía un ceño fruncido por encima de una cámara se reía al recordar el día que la fotógrafa se frustró porque las nubes se movían muy rápido y no paraba de cambiar la luz. Era como una especie de diario a base de detalles de los que quizás solo ella podría reconocer a quién pertenecían, y le gustaba tenerlo ahí, entre el resto de líneas que ni siquiera ella sabía a quien pertenecían, pues era imposible recordar a todas las personas a las que dibujaba.

La casa del árbolWhere stories live. Discover now