46. La pediatra de Ale

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Alba se despertó envuelta en un olor tan profundo a Natalia que sonrió antes de abrir los ojos siquiera, pero se le cambió la sonrisa por un ceño fruncido cuando estiró el brazo y se dio cuenta de que estaba sola en la cama. Abrió los ojos despacio para comprobar que efectivamente lo estaba, y arrugó aún más el gesto. No pensaba pasarse la mañana entera en la cama como habían hecho el sábado, pero unos buenos días bien dados sí que le apetecían. Miró el móvil para ver la hora y si le  había escrito la morena avisando de que iba a algún lado, pero no tenía ningún mensaje suyo. Rodó sobre el colchón para acercarse al borde y levantarse, pero justo en ese momento se abrió la puerta y apareció la fotógrafa con el pelo mojado y con Fígaro en brazos.

-Huy, ¿te he despertado?-preguntó en un susurro al ver que se giraba a mirarla.
-Ven-respondió la rubia, volviendo a girar sobre sí misma para hacerle hueco, y dio un par de golpes en el colchón a su lado.
-Pareces un koalita-se rió Natalia cuando, al hacerle caso, la pediatra se enganchó a su cuerpo con fuerza-. Cuidado, que tienes a Fígaro a los pies.
-Me has abandonado-se limitó a decir, con voz ronca, mientras buscaba a tientas la base del cuello de la morena para darle un beso.
-Es que creo que se estresó de estar encerrado, porque empezó a maullar como a las siete, ¿no lo escuchaste?-Alba negó con la cabeza-. Pues le abrí y me quedé con él fuera, y ya pues me he duchado y eso. ¿Qué tal has dormido?
-Bien-por fin abrió los ojos y liberó un poco a la fotógrafa, aunque mantuvo una pierna enrollada con la suya al ponerse boca arriba-. ¿Tú?
-Poco-se encogió de hombros-. Es que Albi, he pasado toda la noche pensando que si me movía iba a aplastar a Fígaro, y qué susto.
-Eres monísima-se rió Alba-. ¿Por eso has dormido poco?
-Es que es muy pequeño, imagínate que lo aplasto, pobre, Alba, me muero-dijo súper seria, y la rubia tuvo que volver a reírse.
-Huy, hola, pequeñín-saludó cuando el peludo se le subió en la barriga, y empezó a acariciarlo con cariño-. No es por nada pero te ha salido súper cariñoso, ¿eh?
-¿Sí?
-Ayer estaba tímido pero míralo, pidiendo mimos lo tienes ya-se rió al ver cómo pegaba el hocico a la palma de su mano.
-Bueno, antes estuve quince minutos buscándolo y estaba hecho una bola dentro de la mochila de la cámara, igual un poco de espacio también le gusta tener porque menuda manera de esconderse.
-Qué cabrón-se rió Alba-. A mí eso me lo hizo Luisa pero se había metido en un cajón.
-Oye.
-Dime.
-¿Hoy comes con tu madre?
-Hoy no, ¿por?
-Pues porque van a venir Vicky y Ale luego a comer, y bueno, por si te apetecía quedarte-se encogió de hombros mientras acariciaba a Fígaro, que seguía sobre el pecho de la rubia-. Que si quieres ir a casa y descansar un poco no pasa nada, ¿eh? O si no te apetece, pero bueno, por si te apetece, puedes quedarte.
-¿A ti te apetece que me quede?
-Si no me apeteciera no te lo estaría proponiendo-alzó las cejas, y Alba se rió porque estaba segura de que algo parecido le había dicho ella una vez-. Además, creo que nos vas a venir bien.
-¿Por?
-Pues porque sabes de bebés y sabes de gatos y vamos a juntar a un bebé y a un gato por primera vez en sus vidas. Y en las nuestras.
-Es verdad-se rió la rubia, que no lo había pensado-. ¿Tienes ganas de que Ale conozca a Fígaro?
-Ay, muchas. Imagínate a esta bolita tan mona con la loca de mi sobri, miedo me dan-se rió de visualizarlo. Le apetecía mucho en realidad-. Oye, ¿desayunamos? Me estoy muriendo ya de hambre.
-¿No has comido aún?
-Te estaba esperando-se encogió de hombros, y estiró el cuello para darle un beso en la nariz. Estaba monísima con el pelo tan despeinado.

Y también estaba monísima con esos pantalones remangados varias veces y la sudadera que también había tenido que remangarse y que se podría poner a modo de vestido si quisiera, pero esta vez no se burló mientras la veía buscar las tazas en los armarios de la cocina, sino que se limitó a observarla con una sonrisa que se le escapaba de los labios. De hecho las burlas fueron por parte de la rubia hacia Natalia precisamente por esa cara con la que le miraba, aunque no quiso decirle, porque se moría de vergüenza, que la cara se debía a que estaba demasiado feliz. Y lo estaba por verla ahí, en esa estampa tan doméstica y con su propia ropa a modo de pijama, desayunando con ella. Como si fuera su novia, aunque no lo era. No lo era, ¿no? Ni siquiera habían tenido ninguna conversación al respecto, y no estaba segura de si a Alba le apetecía ponerle nombre a aquello, o si le apetecía ponerle ese nombre en concreto, porque quizás era precipitado. Pero en realidad eso no le importaba, porque con el nombre o sin él estaban bien como estaban. Estaban genial, de hecho.

La casa del árbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora