27. La casa del árbol

8.6K 590 120
                                    

Le apetecía ir a ver Mamma mia con Alba, claro que le apetecía, pero según se acercaba la hora a la que habían quedado se sentía cada vez más y más nerviosa. No era lo mismo quedar a comer o salir de fiesta con sus amigos que plantarse en su casa. Ella sola, en casa de Alba. Se le iba a salir el corazón del pecho de lo rápido que le bombeaba. El camino en metro se le hizo desesperadamente largo, y eso que durante todo el día le habían pasado las horas en un abrir y cerrar de ojos. Le molestaba un poco ponerse tan histérica por ir a ver una película a su casa, de hecho llevaba un poco enfadada consigo misma desde que escribió ese "me apetece". Lo que le acojonaba tanto de conocer a gente nueva era que no les gustara su personalidad tan introvertida y se dieran cuenta de que no merecía la pena conocerla con nada que tuvieran una conversación, pero Alba ya le había demostrado que con ella eso no iba a ocurrir. Al menos no en la primera conversación, ni en la segunda, ni en la tercera. Realmente le hacía sentirse una persona especial de verdad, cuando la miraba como si le fascinara lo que le estaba contando, y no entendía por qué si dejaba de tener motivos para tener miedo por eso, tenía que seguir dándole semejante taquicardia por pensar en quedar con ella.

Respiró un par de veces, parada frente al portal del que la había visto salir el sábado anterior, y llamó al telefonillo, repitiéndose a sí misma que no pasaba nada y que solo iban a ver una película. No tardó en sonar el zumbido de la puerta abriéndose, así que sin pensarlo más y sabiendo que ya no había vuelta atrás la empujó y subió los escalones hasta la segunda planta.

-Hola-saludó Alba con una sonrisa sin dientes desde el marco de la puerta. Tenía la mitad del pelo recogido en una coleta, probablemente porque la otra mitad no le alcanzaba a quedarse sujeto por la gomilla, y el flequillo hacia un lado; y vestía simplemente con un pantalón de chándal gris y una camiseta de tirantes blanca, pero Natalia estuvo a punto de caerse de culo al verla.
-Hola-le correspondió la sonrisa.
-Eh, pasa-carraspeó la rubia, abriendo la puerta y echándose a un lado-. ¿Quieres algo?
-¿Agua?

La morena echo un vistazo a su alrededor mientras entraba. El piso era pequeño, de hecho no había más separación entre la cocina y el salón que un muro que servía también como mesa, pero se le antojó acogedor. Acogedor y muy acorde a Alba. Tenía plantitas en el mueble de la tele, y en los estantes que había sobre ella, y en la mesita que tenía junto al sofá, dándole alma a los muebles básicos de Ikea, y en la terraza cerrada que cubría toda la pared del fondo del salón, ahí había muchísimas plantas. Y en la esquina, un caballete plegado y varios lienzos de espaldas apilados junto a él. Nunca lo había pensado, pero verlos ahí de pronto le despertó muchísima curiosidad, y si no fuera por su timidez, le habría preguntado si podía echarles un vistazo.

-Voy. Las palomitas son con sal, te juro que ayer bajé a la tienda pero no tenían con mantequilla.
-No pasa nada, creo que podré soportarlo.
-Al menos los de la tienda tienen buen gusto. No has visto Mamma mia, las palomitas con mantequilla... No haces más que perder puntos, muy mal.
-¿He perdido muchos?-hizo una mueca. Ni dos minutos llevaba allí dentro y ya se había relajado, lo de esa pediatra era mágico.
-Con lo de Mamma mia muchísimos, no te voy a engañar. Pero bueno, hoy pueden recuperarse-soltó una risilla.

Natalia se asustó al ver a Luisa saltar hasta la encimera que separaba la cocina del salón, pues ni siquiera se había acordado de que en esa casa vivían dos gatas hasta que vio a una de ellas acercar el hocico a su mano para olerla. La saludó con caricias entre las orejas, riéndose cuando la gata empujaba su cabeza contra su mano, mientras Alba metía las palomitas en el microondas y llenaba un vaso de agua.

-¿Y la otra?
-¿Queen? Esa con los gatos muy bien, pero con las personas le cuesta. Seguramente estará debajo de las sábanas de mi cama ahora mismo.
-Pero contigo es muy cariñosa-le dijo. Lo sabía porque había visto un vídeo que subió Alba a las historias con la gata pegándole el hocico en la cara.
-Es que es selectiva, pero tardó lo suyo en quererme, ¿eh?-se rió-. Oye, suelta eso por ahí y siéntate, mujer.

La casa del árbolWhere stories live. Discover now