7. Calendario benéfico

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-Buenos días, marmotilla-saludó con voz somnolienta cuando escuchó los quejidos de Alejandra.

Casi sin abrir los ojos, bajó la barrera de la cuna y ayudó a la niña a arrastrarse hasta la cama con ella, con la esperanza de que así dormiría un poco más. Pero no, lo que hizo fue empezar a gritar moviendo los brazos en cuanto puso un pie en la cama, intentando ponerse de pie y trepando por encima del cuerpo somnoliento de Natalia.

-¿Pero se puede saber de dónde sacas estas energías?-se frotó los ojos, buscando con la mano su móvil para comprobar lo tempranísimo que era-. Ven aquí, lagartija.

Sin que Alejandra se lo esperase, dio un tirón de su brazo con cuidado que le hizo caerse justo a su lado, y empezó a atacarla con cosquillas como si no hubiera un mañana, desatando en ella unas carcajadas que bien podrían despertar a todo el edificio entero. Cuando decidió que había terminado de vengarse por despertarla a las siete de la mañana, se levantó para subir la persiana y volver a tumbarse junto a Alejandra el tiempo que ella aguantara sin querer irse a corretear por la casa. Como estaban a oscuras, no vio hasta ese momento lo rojas que tenía la niña las mejillas.

-Madre mía, Ale, sí que eres calurosa tú, ¿eh? ¿Me he pasado un poco con las cosquillas?

Le dio un beso mientras la levantaba y la llevó al baño para echarle un poco de agua en la cara, porque el color con el que había amanecido en los mofletes no le parecía normal. Al menos, no lo había visto ningún día en las casi tres semanas que llevaba despertándose con ella. Le cambió el pañal y la dejó sin vestir mientras desayunaban, para que estuviera fresquita, y solo la vistió cuando fue la hora de llevarla a la guardería. Para entonces, ya estaba ella dándole demasiadas vueltas a la cabeza, porque las manchas de las mejillas no se habían atenuado siquiera desde que se levantaron. Al principio había pensado que eran culpa de la agitación y el calor, pero al ver que una hora y media después seguía igual, Natalia estaba empezando a preocuparse. Además, llevaba de un humor de perros desde que abrió un ojo, quejándose mucho más de lo que era normal en ella. "Bueno, relaja, cuando la recoja de la guarde vemos cómo está", pensó mientras salía de casa con Ale en su carrito, porque no era plan de rayarse demasiado.

Sin embargo, nada más subirse al metro tras haber dejado a la niña en la guardería supo que aquello no iba a ser posible. Es verdad que esa noche había hecho calor, bastante calor, ¿pero había sido para tanto? Debería haberla dejado dormir en pañal, pero es que con el ventilador encendido toda la noche, tampoco le hacía gracia que estuviera tan expuesta, y siempre solía quitarse las sábanas a patadas, por eso creía que lo mejor era que durmiera con un body al menos, y hasta ese día no parecía que hubiese pasado calor. Se había despertado sudando, eso es cierto, pero nunca había escuchado que pasar calor por la noche pudiese provocar una manchas tan rojas en las mejillas. Entonces se le encendió la bombilla: una alergia. Vicky no le había dicho que fuera alérgica a nada, pero a lo mejor es que no lo había descubierto aún. Joder, ¿y si había intoxicado a la niña con vete a saber qué? ¿Pero qué habían cenado? Natalia hizo memoria y pensó en el pescado a la plancha y la zanahoria hervida que le había dado la noche anterior, buscando el origen de aquella reacción alérgica, pero no era capaz de averiguar en qué momento le había dado algo que no hubiese tomado nunca. La zanahoria estaba harta de comerla con ella, y nunca le había puesto la piel así, y el pescado lo mismo, justo hacía tres noches que lo había comido y tampoco le había pasado nada. Se planteó darse la vuelta y recogerla para llevarla al médico, ¿y si la reacción resultaba no ser únicamente tópica y le pasaba algo peor? ¿Y si le afectaba a la respiración?

Natalia recordó que se había guardado el número de la pediatra en su agenda, así que sacó el móvil dispuesta a escribirle. Pero justo al desbloquearlo recordó a la pediatra diciéndole, la segunda vez que llevó a Alejandra a la consulta, que lo más difícil de ser madre es precisamente no entrar en pánico a todas horas. Eso es, tenía que relajarse. No podía pensar que se estaba muriendo solo por unas manchas en las mejillas, no. Respiró hondo un par de veces, concentrada en alejar de su cabeza esos pensamientos, y a punto estuvo de saltarse su parada. Se bajó de un salto cuando las puertas estaban a punto de cerrarse de nuevo, tomando en ese instante la decisión de no darse la vuelta y llegar en hora al trabajo. No podía faltar así como así, además. Un par de respiraciones después decidió definitivamente que iba a tranquilizarse, que lo iba a dejar estar hasta que recogiese a la niña a mediodía, y entonces decidiría qué hacer. Además, en la guardería tenían su número, así que con cualquier cosa que pasara la llamarían.

La casa del árbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora