85. Sitios chulos y chulos en todos los sitios

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Los pájaros se levantaron ese día más contentos, y la gente más animada, y el cielo más despejado. Al menos, así lo veía Natalia, aunque en realidad los pájaros estaban refugiándose del frío de diciembre, la gente caminaba cabizbaja por las calles intentando hacerse más pequeña dentro de sus abrigos y las nubes que cubrían la capital eran casi más densas que la contaminación de sus calles. Pero la mente a veces distorsiona un poco la realidad a nuestro antojo, y ese día la de Natalia veía todo más feliz porque ella se sentía así: contenta y nerviosa, muy nerviosa. Había desayunado rápido antes de salir de casa, agradecida a la vida por el horario de la sesión y la hora extra que había podido rascar en la cama, y ahora la música que escuchaba acompañaba su estado de ánimo. En realidad no había vuelto a hablar con Alba desde el lunes, pero tenía la corazonada de que iba a estar por allí. Y aunque posiblemente ni siquiera se fueran a ver, le ilusionaba el simple hecho de pensar que la pediatra tenía la intención de pasarse por el retiro. Ese interés ya era muchísimo más del que esperaba recibir Natalia hacía ya cerca de dos semanas, cuando habló con ella. Era como diez mil veces más interés, así que cada vez que lo pensaba su corazón se alegraba un poco, y con él su cerebro y los estímulos que recibía del exterior.

Todo había surgido en realidad a partir de la broma de que no trabajaba, o sea que todo eso del retiro era una tremenda tontería, pero estaba tan emocionada que decidió tomárselo como una especie de juego entre ellas. Tenía ganas de ver si la pediatra estaba tan dispuesta como ella a jugar, así que en cuanto puso un pie en el metro sacó su móvil y se hizo una foto. Escribió en una esquina "felises porque hemos dormido 1h+ como en canarias ahora de camino al retiro lo bonito de ser fotógrafa es que a veces trabajas en sitios chulos", lo releyó un par de veces y subió la historia, nerviosa y emocionada al mismo tiempo.





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La rubia estaba desayunando cereales y peleando con Luisa para que no le metiera el hocico en la leche cuando vio esa foto de Natalia hecha desde abajo en un vagón de metro, con los auriculares puestos y media sonrisa tímida, y tardó lo suyo en darse cuenta de que había algo escrito. Más o menos tardó el tiempo que le llevó preguntarse cómo era posible que saliera tan guapa en una foto desde ese ángulo, pero cuando por fin lo leyó se le escapó la sonrisa a ella. Llevaba desde el lunes subidísima a ese juego también, y algo le decía que aquella historia de la fotógrafa era parte de las pistas que le había pedido que le dejara. Le divertía y le hacía ilusión pensar que volvían a tener algo suyo, de las dos, aunque el resto del mundo ni siquiera lo supiera; y si resultaba que no era así, nadie se enteraría de que se había montado tremenda película ella sola.

Se levantó de un salto del taburete en cuanto terminó de comer, se lavó los dientes e intentó disimular un poco las ojeras que decoraban su cara antes de preparar su mochila de mañanas en el parque dibujando. Con la llegada del frío apenas había hecho esas excursiones suyas desde hacía por lo menos un mes, así que le llevó un rato encontrar el bloc de dibujo y el portaminas que le gustaba utilizar. Cuando por fin su memoria le permitió acordarse de que lo había soltado encima de la encimera de la cocina un día que iba con prisa y necesitó vaciar la mochila sin pararse demasiado, y que de ahí lo había pasado a un cajón del mueble del salón, pudo coger un par de mandarinas y terminar de abrigarse para salir a la calle con un nudo de nervios y emoción por partes iguales en la boca de su estómago. Quería comprobar si lo de Natalia había sido pura casualidad o si ella también se estaba tomando eso como un juego, como si fueran un ratón y un gato corriendo en círculos que habían acabado en realidad corriendo el uno detrás del otro pero sin llegar a alcanzarse. Se sentía un poco así esa mañana, como el ratón que huía sin darse cuenta de que al correr en círculos lo que estaba haciendo era perseguir al gato que intentaba atraparle, solo que ella sí que era consciente de lo que tenía delante y de que estaba corriendo hacia el peligro. O hacia lo que sabía que debía considerar un peligro por mucho que no fuera capaz de verlo como tal.

La casa del árbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora