45. Fígaro como el de Pinocho

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Consiguieron llegar a la protectora, aunque no se sabe muy bien cómo. Entre lo que tardó Natalia en acostumbrarse al juego de pedales para que no se le fuera el coche al soltar freno para pisar acelerador usando un solo pie; las indicaciones de Alba, que para explicarte que no se te está muriendo la niña genial, pero para decirte por qué calle desviarte era tan desastrosa como para cocinar; y que Natalia no conocía mucho la zona, el trayecto fue un cuadro de gritos y carcajadas cada vez que se equivocaba la morena, se ponía nerviosa y se paraba donde podía, o no se paraba y daba más vueltas pidiéndole a Alba que se concentrara. La gente las miraba desde fuera, la de la calle y la de los coches que se paraban a su alrededor en el semáforo, pero es que era para mirarlas. Las dos meadas de risa mientras se gritaban quién lo había hecho peor en ese cochecillo sin ventanas, una tan alta que casi chocaba con el techo y la otra tan bajita atrapada debajo de un transportín que, con el poco espacio que tenía ahí detrás, casi la cubría por completo. Y Natalia tres meses antes habría hecho aquel trayecto muerta de vergüenza porque todo el mundo se giraba a mirar un coche como ese y las iban a juzgar, pero se estaba divirtiendo tanto que ni siquiera se paró a pensar en eso. Incluso saludó sonriente a una chica que estaba tan pendiente de analizar el panorama de aquel Twizy que ni siquiera se dio cuenta de que se le había puesto el semáforo en verde. Y así llegaron a la protectora, siendo un cuadro, pero uno tan divertido que contagió a Natalia de ese pasar de todo que rodeaba siempre a la pediatra.

-Pues bienvenida a la humilde morada de nuestros gatetes-sonrió Alba cuando se bajaron las dos del coche, señalando la puerta de la protectora con la mano estirada. Con esa misma mano luego cogió la de Natalia, y la acompañó hasta la entrada-. Ven, vamos a saludar y damos una vuelta.

La guió hasta la caseta en la que había firmado, apenas una semana antes, los papeles para adoptar a Luisa, sonriendo con el entusiasmo de la fotógrafa al ver su calendario ahí dentro.

-¡Alba!-se sorprendió la gallega, medio gerente de la protectora y por tanto casi siempre presente en esa oficina improvisada, al verla llegar-. No sabía que fueras a venir.
-Hola, Sab-le dio un abrazo-. ¿Te acuerdas de Natalia, la fotógrafa del calendario?
-¡Claro! ¿Qué tal, Natalia?-sonrió, porque había reparado en sus manos al entrar y recordó cómo se saludaron aquel día en el estudio.
-Muy bien-sonrió la morena, agachándose para darle dos besos.
-Se está planteando adoptar un michi-explicó Alba, y a Natalia le hizo gracia esa forma de llamarlos.
-¿Sí?-se alegró Sabela.
-Sí, bueno, me lo llevo planteando desde que os conocí... a la protectora, digo. Desde que os hice el calendario. Pero ya me he decidido.
-Eso es genial.
-Vamos a dar una vuelta, ¿vale?
-Perfecto, si necesitáis cualquier cosa sabéis dónde estoy.
-Gracias, Sab.
-Gracias-murmuró también Natalia.

Le impactó un poco a la rubia esa timidez repentina en la fotógrafa, que había vuelto a trabarse al hablar como hacía tiempo que no la veía hacerlo. Era tonto en realidad sorprenderse con eso, porque ella misma la había conocido así y durante bastante tiempo además, incluso porque la misma noche anterior había pensado que estaba conociendo a Natalia completamente nueva al verla sin su timidez característica. Pero por lo visto se había acostumbrado demasiado rápido a esa Natalia que hacía el tonto cuando estaban a solas y que se reía a carcajadas como lo había hecho unos minutos antes en el coche; y ahora verla hacerse tan pequeña ante alguien a quien apenas conocía se le hizo incluso raro. Por si le servía de ayuda, o de apoyo moral, volvió a coger su mano para llevarla a ver a los gatos. Le explicó cómo dividían los patios por edades, para que los más pequeños no molestaran mucho a los que estaban más viejitos con sus ganas de jugar, y que también tenían otro espacio para los que estaban malos. Le señaló una especie de caseta bajita de cemento que había al fondo, bastante amplia en realidad, para explicarle que ahí intentaban meter a todos los gatos posibles durante los meses de invierno, aunque tenían prioridad los que andaban más delicados de salud, porque aunque el resto de patios tuviera un tejado de plástico para protegerlos de la lluvia, el frío también se les hacía difícil.

La casa del árbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora