41. Rojo y verde

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El ruido de la lluvia chocando con fuerza contra la ventana de la habitación podría tapar el sonido de sus respiraciones, si no fuera porque estaban tan concentradas la una en la otra que apenas eran conscientes de que existiese nada más a su alrededor. Natalia unía con su dedo los lunares de la piel de Alba, y esta trazaba líneas sin sentido en la espalda de la fotógrafa, por debajo de la camiseta que le había dejado.

-Los vas a desgastar-se rió Alba, viendo su cara de concentración con el ceño fruncido para no saltarse ninguno.
-Es que me gustan-respondió la morena.
-Son lunares, Nat-se rió-. Tú también tienes.
-Ya-sonrió Natalia-. Pero me gustan estos. ¿Sabes lo que pensé la primera vez que los vi?
-¿El qué?
-Que parecen pintura. Como salpicaduras de pintura en un lienzo-dejó los lunares para mirarla a ella, sonriendo con timidez, y Alba le devolvió el gesto.
-¿Y eso cuándo fue?
-Pues... creo que el día de la sesión para el calendario.
-O sea que me miraste las tetas el día de las fotos, ¿no, guarrona?-se burló la rubia, señalándola con un dedo acusador.
-¡No! O sea, no eran las tetas, eran los del cuello y eso, y un poco el escote, pero no te miré las tetas, Alba, si además...
-Nat-a la rubia se le escapaba la risa-, nos hemos comido los coños hace un rato, no te tienes que morir de vergüenza por haberme mirado las tetas hace dos meses. 
-Pero es que no te las miré, de verdad-sí que se moría de vergüenza, porque no era lo que Alba pensaba que era. Se notaba las mejillas ardiendo, y también lo notó la pediatra cuando puso una mano sobre ellas-. Fueron los lunares solo, palabra. 
-Te creo-se rió-. Pero si hubiesen sido las tetas no pasaría nada. Yo te miré el culo.
-Pero sin saber que era yo.
-Y sabiéndolo-se rió-. No tiene nada de malo, mujer.
-Es que me da un poco de vergü-admitió con la voz pequeña.
-¿Por? Es una reacción normal del cuerpo. Además, dices que fueron los lunares, ¿no?
-Sí, pero es que por los lunares también me da un poco de vergüenza.
-¿Por?
-Porque ese día también pensé que les podría hacer una sesión de fotos a ellos, y lo sigo pensando-dijo en voz baja.
-¿A mis lunares?
-Sí.
-Pues cuando quieras se la hacemos-sonrió Alba, que en realidad quería comérsela ahí mismo-. ¿Tú crees que serán fotogénicos? Mira, este del hombro yo creo que es el más guapo, ¿no crees?
-No te burles-le pidió sonrojada.
-Oye, que no me estoy burlando, lo digo en serio. Un día te traes la cámara y les haces las fotos que quieras.
-¿No te suena raro lo de querer hacerle fotos a unos lunares?
-No-sonrió Alba, encogiéndose de hombros-. Suena a ti.

Natalia quiso preguntarle qué significaba eso exactamente, pero Luisa se subió de un salto a la cama y empezó a caminar sobre sus cuerpos, por encima del edredón. Se acomodó, con la cabeza apoyada en el hombro de la fotógrafa, y esta miró primero a la gata y luego a Alba con los ojos tan abiertos como un niño pequeño viendo a los mismísimos reyes magos delante de sus narices, en la cabalgata.

-¡Mira!-exclamó en un susurro, sin querer moverse ni medio centímetro-. ¡Albi! ¡Que se ha puesto a dormir ahí!

La rubia no sabía a cuál de las dos comerse antes, si a la gata que descansaba con ojos chinos usando a la fotógrafa de almohada, o si a esta, que parecía estar viendo un extraterrestre. Se rió y acarició la cabecita de Luisa, pero sin apartar la vista de la ilusión que bañaba la mirada de Natalia.

-Le encanta dormir así-sonrió-. A Queen le gusta más meterse por mi cuello, pero a veces pelean por la barriga.
-¿Duermes con ellas encima?-preguntó con los ojos muy abiertos.
-Con Queen siempre, si no está en la barriga o en el cuello está por los pies. Luisa es la primera acogida que lo hace. Aunque bueno, ya no es acogida.
-Por favor, me las como-Natalia se atrevió a moverse un poco para poder acariciar la cabeza de la gata-. Hola, peque, preciosa.

Aunque Queen no había ido a la habitación porque aún era pronto para confiar en Natalia, también se convirtió en la protagonista de la conversación que empezaron sobre vivir con gatos, dormir con ellos y las anécdotas que eso podía dar. Esas anécdotas las llevaron a contarse otras de cuando eran pequeñas, porque por algún motivo la historia de una gata meándose en el colchón acabó derivando en la del día que Elena se metió un zapato de las Polly pocket en la nariz y cómo Natalia le pedía que respirara para que sonara como un patito de goma. Y esa historia las llevó a la del día que Alba se perdió en un zoo, y esa otra las hizo acabar hablando sobre los circos y zoológicos, y por un momento ninguna se acordó de la timidez de la fotógrafa. Iban hilando historias y debates y ni siquiera Natalia recordó eso de que normalmente le costaba ser la protagonista de una conversación. No, por lo visto ya no le costaba, porque por primera vez se había sentido con la pediatra como si estuviese hablando con Vicky o María, sin ningún atisbo de timidez ni nervios al sentirse escuchada.

La casa del árbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora