13. Consultorios Reche

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El día de la pediatra empezó como solía hacerlo: un hocico olfateando su barbilla y dos patitas amasando su barriga buscando hacerse un hueco para tumbarse. Sonrió medio dormida y levantó el brazo hasta encontrar alguno de los cuerpos peludos para acariciarlo. Lo único que le gustaba de trabajar por la tarde eran esos ratitos que podía disfrutar en la cama antes de levantarse, con Queen y, ahora, con Luisa también. Acarició el cuerpo de la más pequeña con un deje de tristeza, sabiendo que ya le quedaba poco con ella porque estaba perfectamente sana, adaptada a convivir con gente y con gatos, y era preciosa. Sería una adopción súper rápida en cuanto diera el visto bueno a la protectora para que pusieran el anuncio, y solo esperaba que encontrase una familia que la quisiera bien.

Cogió el móvil para salir de ese bucle que sabía que le venía especialmente mal unos días antes de que le bajara la regla, contestó a unos mensajes que le había escrito Paula después de que se durmiera, y quedaron para cenar juntas esa noche. Al abrir whatsapp se acordó de que había quedado con la fotógrafa en que le enviaría a lo largo del día el resto de fotos que hizo a los voluntarios, para que se las pasara y pudieran tenerlas ya todos, y de pronto empezó a molestarle un pinchazo leve en la boca del estómago. ¿Eran nervios, impaciencia? No tenía ni idea, pero de repente estaba intranquila. Frunció el ceño, queriendo comprenderse. No tenía sentido que se sintiera así ante esa tontería, pues solo iba a pasarle un enlace, ella le daría las gracias y a volar. Ningún sentido.

Se levantó de la cama creyendo que eso iba a despejar su cabeza; pero ni eso, ni la ducha, ni el desayuno que se preparó, y ni siquiera ponerse a limpiar la casa, hizo que desapareciera esa tirantez de su estómago. Rendida ante su propio organismo, se dejó caer sobre el sofá para intentar contestarse a las preguntas que no la dejaban en paz. Como era de esperar, por mucho que se sentara no conseguía entender de dónde salían esas ganas de conocer a una chica con la que apenas había intercambiado un par de conversaciones cortas. Supuso que era su mirada, porque se había dado cuenta el sábado de que tenía unos ojos que no solo eran profundos, sino que además la miraban por dentro. Sí, así se sintió cuando hablaron, como si hubiese entrado sin permiso en su interior y, lo peor, es que a ella no le había importado lo más mínimo. Lo que no le gustaba era que aquello no hubiese sido recíproco, pues ella no había conseguido ver a través de los de la morena. No había podido ver qué había, pero por algún motivo sabía que había mucho. Seguro que su curiosidad partía precisamente de ahí: conocer todo lo que pensaba una persona que hablaba tan poco, y cuyos ojos decían tanto y a la vez nada.

Se sorprendió a sí misma buscando la excusa para volver a verla y poder comprobar si aquello que estaba pensando era tal y como lo recordaba, si esos ojos realmente hacían de barrera de un mundo interior tan grande como el que imaginaba. Quiso volver a ser testigo de esa mirada para, ahora con ese objetivo en mente, poder atravesarla. Qué mala era la curiosidad, pero qué poco caso le hacía Alba a aquello de que mató al gato.

Se dio una ducha después de dejar comida preparada para el día siguiente, pues seguramente cenaría por ahí esa noche, se hizo una ensalada y salió para la clínica. A lo tonto, había pasado toda la mañana y por ahora no había recibido ningún mensaje de la fotógrafa. "Bueno, estará trabajando, no seas tan impaciente", se recordó a sí misma mientras salía de casa. "O a lo mejor ella no tiene tanta prisa, que es lo más lógico. Tonta, que eres tonta".


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-No estuvo mal lo de los gatos, ¿no?-preguntó Natalia cuando se quedaron solos en el estudio. Habían acabado rápido la sesión de esa mañana, así que dedicarían la última hora de la jornada a editar allí, y a casita.
-Yo me lo pasé de puta madre, la verdad. Podrían haberse portado peor pero estuvieron de diez.
-¿A que sí?-asintió la morena-. Yo temía que la liaran aquí pero fueron buenísimos.
-Hostia, mi favorito fue el negro ese que no paraba de esconderse-se rió Dani ahí recordar los veinte minutos que estuvieron buscando a uno de los gatos-. Huyendo de la peña, ese gato es tu animal espiritual, ¿eh?
-Y tanto que lo es-se rió Natalia, pues no había mentiras en lo que acababa de decir su compañero de trabajo y amigo.

La casa del árbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora