2. La medio negra, la marica y la bisexual

9.4K 594 94
                                    

El jueves por la tarde Alba se había sorprendido a sí misma varias veces pensando en cuánto tardaría Natalia en volver a pasar por su consulta, y la respuesta le llegó nada más y nada menos que al día siguiente: poco más de veinticuatro horas. Natalia ya le había contado a Vicky todo lo ocurrido, y su amiga se había reído ante su reacción, desde su punto de vista, algo exagerada. Pero eso no la paró para volver a encaminarse hacia la consulta cuando vio que la niña seguía sin comer y con más fiebre incluso que el día anterior. Esta vez salió de casa más preparada: se llevó el carrito para no tener que cargar con Ale en brazos todo el tiempo, la mochila mejor organizada que el día anterior y una neverita en la que había metido sus dos mordedores nuevos y una zanahoria pelada, pues era de lo poco que había descubierto que le aliviaba. Le daba un poco de vergüenza volver a aparecer por ahí tan solo un día después de que la pediatra le hubiese dicho que estaba todo bien, pero le pesaba mucho más la preocupación por la diarrea con la que se había levantado su ahijada esa mañana y la sospecha de que pudiera pasarle algo más.

-Anda, que ya te vale a ti, poniéndote mala cuando mami me deja sola contigo, ¿eh?-le hizo cosquillas a la niña, sentada en la sala de espera, aunque ella apenas se rió y eso solo hizo a Natalia suspirar.
-Mami-respondió Alejandra, que apenas había aprendido a decir unos cuantos monosílabos, pero el "mami" se lo sabía a la perfección. A Natalia le ponía el corazón blandito ver que entre esos primeros monosílabos con los que estaba aprendiendo a comunicarse, estaba "adi", su versión de "Nati", que iba nada más y nada menos que por ella, por mucho que María se empeñara en decir que era por ella.
-Sí, mami nos ha dejado solitas unos días, ¿qué te parece? Y en vez de montarnos una fiesta de pijamas te pones malita-le decía con tono tierno, meneando el juguete que tenía enganchado a la barra del carrito mientras le colocaba el pelo detrás de la oreja.
-¿Alejandra?-la voz de la pediatra le hizo dar un pequeño salto, y alzó la mirada hacia la puerta para encontrarse a la misma rubia del día anterior sonriéndoles a ambas.

-Vas a pensar que estoy loca-suspiró la morena mientras cerraba la puerta de la consulta tras pasar, intentando disculparse con la mirada.
-He tenido madres viniendo tres veces en un día con un resfriado-le intentó tranquilizar, y señaló a Alejandra con la barbilla-. ¿Le ha subido la fiebre?
-Un poco, y sigue sin dormir ni comer mucho-lo de dormir se lo había imaginado la rubia al ver, ahora desde más cerca, las ojeras que tenía Natalia-. Y hoy tiene diarrea.
-Huy, ¿tenemos la tripa suelta?-le preguntó a la niña, acercándose al carrito, y luego miró a Natalia-. ¿Puedo?
-Claro.

Alba la cogió para tumbarla en una camilla que, para una niña de poco más de un año, era bastante grande. Natalia se mantuvo un paso por detrás, observando a la pediatra examinar a su ahijada e intentando agudizar la vista para ver ella misma la temperatura que le marcaba el termómetro, mientras la pequeña se entretenía con el collar que colgaba del cuello de Alba. Se fijó, al verla desde atrás y con la cabeza agachada, en que bajo aquel pelo corto ligeramente ondulado por las puntas, la pediatra tenía la nuca rapada, y se tuvo que obligar a sí misma a devolver su atención a la camilla cuando se encontró atrapada por los movimientos de los músculos de su cuello mientras le hacía tonterías a la pequeña para mantenerla entretenida.

-Ha subido poquito-señaló al darse la vuelta, encontrándose con una Natalia algo sonrojada, cosa que achacó al calor que hacía ese día-, como sigue sin llegar a 38'5° no le vamos a dar medicina todavía, ¿vale?
-Vale-asintió la morena-, ¿y si sube?
-Si sube habría que darle apiretal, ahora te dejo escritas las dosis, no te preocupes.
-Gracias-musitó, cogiendo a la niña en brazos-. ¿Pero qué le pasa? ¿La diarrea también es por los dientes, o porque está comiendo poco? ¿Y la fiebre? Perdona el interrogatorio, es que Vicky está fuera por trabajo y es la primera vez que me quedo tanto tiempo con ella yo sola, no se habían separado antes desde que nació Alejandra y me acojona que le pueda pasar algo estando yo con ella, porque nunca había sido la total responsable de alguien tan pequeño y... Perdón, perdona, que empiezo a hablar y no me callo, ¿qué más te da a ti esto?
-No te preocupes-sonrió Alba, de nuevo sintiéndose enternecida por esa angustia que veía en la morena, que la miraba sonrojada-. A ver, vamos por partes. La fiebre y la diarrea no son por las muelas, aunque a veces puede estar un poco relacionado y creo que este es el caso.
-¿Por qué?
-Como les calma el dolor morder algo, muchas veces se llevan a la boca sus propios dedos, con los que han estado tocando absolutamente todo.
-Pero yo le lavo mucho las manos-se apresuró a aclarar Natalia, y Alba volvió a sonreír. Era gracioso ver a una chica tan alta, e imponente a su parecer, paniquear de esa manera.
-No me cabe duda, pero es muy difícil de controlar. Lo más seguro es que haya pillado alguna infección intestinal.
-¿Y eso es grave?
-Nada que no se solucione en un par de días. Para la fiebre es bueno que beba mucha agua, y que vaya fresquita, ¿vale?
-Sí, en casa está todo el día en pañal.
-Los baños templados también ayudan a bajar la temperatura, pero que no esté muy fría el agua. Si le gustan más los zumos, también sirven, pero que beba mucho líquido.
-Anotado-dijo Natalia, que había traído consigo el mismo papel en el que había apuntado las indicaciones el día anterior, para acumularlas todas juntas.
-¿Cuánto tiempo va a estar Victoria fuera?
-¿Vicky? Tres semanas, y solo lleva tres días.
-Estoy segura de que vais a sobrevivir sin problema-dijo la pediatra con una sonrisa.
-Eso espero-suspiró-. No sabía que lo de ser madre era tan difícil, la verdad.
-Lo más difícil es no entrar en pánico-le dedicó una sonrisa de comprensión-, y no dejarse llevar por el miedo de que le va a pasar algo a todas horas.
-Mira, justo lo que hago yo. ¿Tú tienes hijos?
-¿Yo? Qué va, tengo suficiente con todos los críos que pasan por estas cuatro paredes-rió, y a Natalia le hizo cosquillas ese sonido cuando le llegó bajo la mirada de la pediatra-. Mira, dame eso. Te voy a apuntar aquí mi número, y así si tienes alguna pregunta no tienes que venir hasta aquí, ¿vale?
-Hala, no, no hace falta que hagas eso-frunció el ceño Natalia, aún con la sangre acumulada en las mejillas, pero la rubia le insistió.
-En serio, para mí no es molestia.
-Pero no es justo, tu trabajo está aquí y deberías atender solo aquí.
-Parte de mi trabajo también es que estéis tranquilas en cualquier momento. Yo te lo dejo ahí, por si te hace falta-sentenció ella con firmeza, pero sonriéndole.


La casa del árbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora