40. Como si fueras de mentira

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La lluvia había cesado cuando la fotógrafa salió de casa y no había vuelto a hacer acto de presencia mientras llegaba al portal del piso de Alba, como si estuviera haciéndole un favor para que no tuviera que aparecer por ahí hecha un desastre. Aún así, Natalia no sé quitó su gorro naranja, pues si el tiempo se había empeñado en que ese día oliese tanto a invierno ella no iba a ser quien lo contradijera. Se asustó cuando una señora puso una mano sobre su hombro, porque no la había escuchado acercarse, y se quitó los auriculares.

-Perdona, es que creo que te llaman-señaló a algún punto por encima de su cabeza, un punto en el que encontró a una pediatra rubia muerta de risa con la cabeza asomada entre las plantas de su terraza.
-Gracias-musitó, muerta de vergüenza, dedicándole una sonrisa rápida a la señora antes de volver a mirar arriba.
-¡Hola, Nat!-exclamó la rubia, sacudiendo la mano junto a su cabeza-. ¡Qué bien te queda el gorro!
-¿Me abres?-le pidió, sonrojada, porque notaba que la gente había empezado a mirarles.
-Menuda Romea estás hecha, ni un poquito de intención le pones. ¡Cántame una serenata o algo!
-¡Alba!-exclamó, y la carcajada de la pediatra se desvaneció cuando entró para abrirle.

No tardó en sonar el característico zumbido de aquel porterillo indicándole que podía empujar la puerta, y Natalia subió a zancadas grandes las dos plantas, entre muerta de ganas de ver a la pediatra y muerta de ganas de matarla. La que había tenido que liar desde la terraza para que una señora se acercase a avisarla, miedo le daba. La rubia la estaba esperando con la puerta abierta, apoyada en el marco, y con una sonrisa tan amplia que a Natalia se le olvidaron las ganas de matarla en cuanto levantó la mirada del último escalón.

-Te decía en serio lo del gorro-le dijo, sonriendo.
-Se ha enterado toda la calle-intentó ponerse seria pero se le escapaba la sonrisa a ella también.
-Mejor, así han podido admirar un poquito estas vistas-la miró de arriba a abajo para dejar claro a qué vistas se refería, y las mejillas de Natalia se enrojecieron aún más.
-Qué vergüenza, Alba.
-Ven, aquí, anda.

Tiró de su chaqueta para que terminara de entrar y poder cerrar la puerta, y en cuanto lo hizo se puso de puntillas para poder besarla en condiciones. Sonrió en medio del beso cuando puso la mano izquierda en la mejilla de la fotógrafa y notó que estaban ardiendo por culpa del rubor. Estiró su palma al completo sobre ella, como si con lo fría que estaba fuese a conseguir que volviesen a su color de siempre, sin darse cuenta de que no iba a rebajar la temperatura corporal de Natalia si con la mano derecha seguía estrechando su cintura hacia sí por debajo de la chaqueta.

-Bueno, hola-dijo la morena, con timidez, cuando se separaron.
-Hola-se rió Alba-. Es que estás guapísima con el gorro.
-Calla-Natalia le tapó la cara con ambas manos, reacia como solía ser a recibir cumplidos.
-No, no callo, Natalia, las cosas hay que hablarlas-se puso seria, como si fuese un tema de suma importancia-. Y si estás guapa, estás guapa, y se dice, y no pasa nada.
-Pasa que me da vergüenza-dijo con un hilo de voz.
-Solo te estoy dando un dato objetivo-se encogió de hombros, volviendo a ponerse de puntillas para darle un beso, aunque esta vez uno más superficial.
-Eres boba.
-Un poco boba sí que me estás dejando-le dijo, como si no fuese nada.

Podrían haber pasado el resto de la tarde así de pie, mirándose a poca distancia con sonrisas tontas y brazos enrollados en cinturas y cuellos si no hubiese saltado Luisa a la encimera y, de ahí, al hombro de Alba, para saludar.

-¡Ay, qué susto!-exclamó Natalia, y enseguida se puso a acariciarle la cabeza-. Hola, bonita. Qué preciosa eres, ¿eh? No me extraña que Alba te haya cogido tanto cariño.
-Y más que le voy a coger-anunció la rubia, que no había querido darle la noticia por el móvil.
-¿Y eso?
-Oficialmente soy su mami.
-¿En serio?-preguntó Natalia con alegría, miró a Alba, luego a Luisa, y luego de nuevo a Alba-. ¿Del todo?
-Del todo, firmé ayer los papeles.
-Ay, qué bien, Alba. Seguro que no te arrepientes-aprovechó que la gata ya se había dado por saludada y había vuelto al suelo para abrazar a la pediatra, emocionada.
-Eso espero-se le escapaba la sonrisa en realidad-. Me convenció una compi de la protectora, y no sé, de momento ayudaré con otras cosas y a ver qué puedo ir haciendo.
-Pero Luisa se queda.
-Luisa se queda-sonrió.
-Qué bien, Albi. Huy, hola, Queen-la gata gris había hecho acto de presencia asomando la cara desde la puerta de la habitación. Al escuchar su nombre dio un paso hacia atrás, pero luego pareció armarse de valor, o de dignidad, y se adentró en el salón para meterse entre el sofá y la pared.
-Mira, ha salido de la habitación, puedes considerar esto un tratado de paz-se rió Alba-. Bueno, ¿estás lista para darte cuenta de que lo que decías de los musicales era absurdo?
-Depende de lo que me vayas a poner-intentó chulear, pero con esa sonrisa y el flequillo despeinado debajo del gorro no le salió demasiado.
-Billy Elliot, ¿la has visto?-preguntó la rubia, soltando por fin su agarre en torno a Natalia para ir a meter las palomitas en el microondas.
-Me la pusieron una vez en el cole, creo.
-Es un clásico, pero mejor empezar por ahí que por el vídeo grabado ilegalmente con el móvil en un teatro para que veas In the heights.
-¿Ese cuál es?-preguntó mientras soltaba sus cosas y se quitaba el gorro
-Buah, ese es uno buenísimo, pero de momento no lo han hecho en formato peli, aunque creo que están en ello.
-¿Te gusta más que Billy Elliot? Si lo prefieres podemos ver ese, aunque esté grabado con un móvil.
-No sé si me gusta más, es que son distintos. Pero hoy te voy a poner a Billy, que tengo que demostrarte que no todos los musicales consisten en poner a todos los personajes a bailar una coreografía impresionante de la nada-sacó las palomitas del microondas y las echó en un bol grande-. ¿Vamos?

La casa del árbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora