11. El siguiente paso correcto

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Natalia salió del estudio increíblemente agotada, pero muy contenta con lo que habían conseguido. Al empezar el día no tenía ni idea de cómo iba a darse una sesión fotográfica con catorce animales, pero les habían quedado algunas fotos realmente adorables. No sabía si fruto de su buen humor o de qué exactamente se ofreció a maquetarles el calendario ella misma, así que quedó con un tal David, uno de los voluntarios que había estado allí que por lo visto fue el que se había puesto en contacto con ellos, en que en cuanto lo tuviera les pasaría el archivo para que pudieran imprimirlos. Con los auriculares puestos, la tarjeta de memoria que había estado usando bien guardada en su mochila y una sonrisa más amplia que de costumbre, comenzó su marcha hacia casa.

Se pasó el camino dándole vueltas a la casualidad de que Alba fuese voluntaria en aquella protectora y hubiese acabado en su estudio, y a cómo aquello había afectado a su humor. No era la persona más experta del mundo en relaciones sociales, pero tampoco era tonta, y sabía que su cuerpo se había comportado con la cercanía de la pediatra de una forma particular. No podía decir que le gustase, porque no la conocía lo suficiente como para poder decirlo, pero sí que sabía que se había quedado con ganas de otra conversación para poder, aunque sea, revivir la sensación que se había apoderado de ella mientras la fotografiaba. Si cinco días antes se había acojonado y preguntado mil veces si le apetecía conocerla más lo suficiente como para arriesgarse a hacer el ridículo en el proceso, ahora sentía algún tipo de impulso en su interior que le pedía que cogiera el móvil y le sacara conversación con cualquier excusa. "A ver, contrólate, porque eso tampoco es plan".

-Ya estoy aquí-saludó según atravesaba la puerta de su piso, encontrándose de frente a María tumbada en el sofá como si estuviera derretida sobre él.
-¿Cómo ha ido?-preguntó, alzando una mano a modo de saludo.
-Muy bien-respondió-, la verdad es que ha sido más divertido de lo que pensaba.
-¿Qué focos has usado?-María, que se había especializado en iluminación después de la carrera, se llevó la conversación a su terreno.
-Pues al final no los he usado, porque hemos tenido a los gatos por ahí sueltos, y hemos usado la luz natural de los ventanales.
-¿En serio?
-Sí, pero han quedado chulas, luego te las enseño. Ahora voy a comer algo porque creo que voy a desfallecer.
-Tienes macarrones en la cocina. ¡De nada!
-Te juro que me casaría contigo-Natalia puso los ojos en blanco con fingido placer.

Mientras se servía un plato se preguntó mil veces si debía o no contarle a María lo de la pediatra. No sabía cómo se sentía ella misma con todo aquello, así que explicárselo a María iba a ser realmente difícil; pero por otro lado tenía ganas de hacerlo. Colocó el plato, los cubiertos y un vaso con agua y mucho hielo sobre una bandeja y se hizo hueco en el sofá, empujando las piernas de su amiga con el culo para poder sentarse.

-Pues no te vas a creer lo que ha pasado-dijo al fin, sin tener muy claro si se arrepentiría o no.
-¿Se os ha cagado algún gato entre los cables?-preguntó desganada. El calor apagaba bastante la personalidad escandalosa de María.
-No, coño. Se han portado muy bien. Es otra cosa. Dios, esto está riquísimo, te quiero.
-Ya me invitarás a una caña. ¿Qué cosa?
-¿Te acuerdas de Alba, la pediatra de Ale?
-Claro, la del teléfono, ¿qué pasa con ella?
-Pues resulta que es voluntaria en la protectora esta de los gatos, y estaba hoy en el estudio.
-¿En serio?-ese dato sí que hizo que se incorporara, sorprendida.
-Como oyes, no sabía dónde meterme cuando la he visto-admitió la morena.
-¿Por?
-Coño, porque me daba vergüenza. Me dio su número para que le hablara y no lo he hecho, y el martes me volvió a insinuar que le hablara y seguía sin hacerlo. Es que qué vergüenza, madre mía.
-¿Que el martes hizo qué?
-Que me insinuó que si me lo había dado era porque quería que le hablara-confesó con un hilo de voz, casi escondida detrás de su plato de macarrones con tomate.
-Natalia Lacunza.
-¿Qué?
-Eres la persona con peores habilidades sociales que existe, coño.
-Ya lo sé-resopló, casi molesta consigo misma por serlo.
-Pero entonces, ¿has llegado y la pava ya estaba allí?
-No, ha llegado después.
-¿Y?
-Pues no sé, creo que no estaba molesta ni nada.
-A ver, es que tampoco tendría motivos para estarlo, mujer.
-Ya, pero no sé... Bien podría no querer ni hablarme.
-Bueno, no me seas dramática tú tampoco, coño. Que no has rechazado una declaración con tuna debajo del balcón.
-Imbécil-se rió Natalia-. Yo qué sé, ¿tú crees que es tarde para hablarle?
-Prueba. ¿Ha estado normal contigo?
-Sí, sí. Hemos estado hablando un ratito, y bien, la verdad.
-Y a ti te apetece hablarle-adivinó María, con una ceja en alto, al ver la sonrisa que asomaba a las comisuras de su amiga.
-Creo que sí-admitió, con las mejillas rojas-. Es que estábamos hablando, Mari, y me estaba mirando, y tiene unos ojos que son para flipar. Porque son enormes y miran de verdad, ¿sabes? Te miran atravesándote entera, como si te estuviera viendo por dentro.
-Vaya, que has babeado por el chichi-se rió María, resumiendo a su manera lo que le estaba contando la morena.
-¿Puedes no ser tan bruta?-se sonrojó Natalia-. No ha sido así, joder, no de esa manera. Pero no sé, es muy guapa y, en serio, mira con una intensidad que te deja loca.
-O sea que has babeado por el chichi al estilo Lacunza.
-No sé, supongo. Es que no me atrae de decir "me la quiero follar", ni siquiera es un "la quiero besar", simplemente es que me apetece tenerla cerca. ¿Tiene sentido?
-En tu universo mucho-le concedió María.
-Pues algo así es.
-Coño, pues le hablas con cualquier excusa y ya vais viendo, tía-la Mari, como siempre, viéndolo todo con una facilidad casi extrema.
-Como si fuera tan sencillo-Natalia dejó caer el tenedor sobre el plato mientras se recostaba en el sofá.
-No es tan sencillo porque tú no dejas que lo sea, Nati-le recordó la rubia-. Buscas cualquier excusa, yo qué sé, alguna chorrada de los gatos, le hablas, y si te sigue el rollo, pues mira, mini punto para Lacunza.
-¿Y si no me lo sigue?
-¿Perderías algo?
-No-admitió en voz baja.
-Pues por eso es sencillo.
-¿Pero y si me lo sigue y se da cuenta de lo inepta que soy para las relaciones sociales?
-¿Y si te lo sigue y le molas y te acompaña en tu proceso de pasar de ser Natalia Rubores a ser Natalia Payasa?-alzó una ceja, sabiendo que estaba tirando de la cuerda con la morena-. Tía, hay mil posibilidades. A lo mejor ni siquiera os gustáis, o a lo mejor es buena chavala y acabáis siendo amigas, o te pone burrísima y te introduce en el mundo de los polvos de una noche. O lo mismo resulta ser una puta loca y Vicky tiene que cambiar de pediatra. Como te pongas a analizar todas las posibilidades te puede petar el cerebro.
-¿Entonces qué hago?
-Piensa en el siguiente paso correcto-María la miró muy seria-. Si se te hace bola la situación, la descompones en pasitos pequeños, y piensa en el siguiente. ¿Qué te apetece ahora mismo?
-Conocerla-dijo en alto lo que llevaba pensando desde que salió del estudio.
-Pues si eso es lo que te apetece, el pasito pequeño que te va a llevar hasta ahí es hablarle. Ahora mismo, y por desgracia para ti, para ella, y para aquí tu amiga y consejera María que tiene que acompañarte en tus rayadas, eso está solo en tu mano. Porque tú tienes su número y por tanto una manera de acercarte, pero ella no puede dar el paso.
-¿Entonces le hablo?
-El siguiente paso correcto, Rubores-le dedicó una sonrisa de medio lado, enternecida con la cara de animalillo asustado de la morena-. Es como cuando nos agobiaba un trabajo de la facu, ¿te acuerdas? En vez de pensar en el corto que tenía que estar guionizado, rodado y editado en una semana, pensábamos en el primer paso que tocaba para hacerlo. Y después, en el siguiente, y el siguiente, y el siguiente. Primero te sientas a pensar en el guión, después te pones a escribir, y ya habrá tiempo para alquilar las cámaras. Pasito a pasito.

La casa del árbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora