5. Una sesión de Vogue

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Alba llevaba ya un par de horas refugiada bajo la sombra de esos mismos árboles, llegando incluso a disfrutar de la poca brisa que movía las hojas con timidez, como si temiese romperlas. "Pues ya podría ser un poco menos pudoroso el viento, sinceramente". Hacía calor, pero no tanto como había imaginado que pasaría. Era una de las cosas que más le gustaba de aquel parque, que parecía que la temperatura bajaba varios grados allí dentro, como si se tratase de otra ciudad u otro mundo, y no la misma Madrid abarrotada que estaba acostumbrada a ver. Todo el mundo conoce el parque del Retiro, todo el que visita la capital pasea entre sus árboles y observa a los grupos de gente haciendo yoga o meditando, a los más deportistas patinando o a los turistas haciéndose fotos. Sin embargo, el parque de El capricho es mucho más ignorado por los madrileños y los españoles en general, y eso lo hacía el favorito de la pediatra. Era mucho más tranquilo, no tardaba ni media hora en llegar desde casa si cogía la bici, y la cantidad de historia que escondía le parecía fascinante. Una vez hizo la visita guiada, al poco tiempo de conocerlo, y ya no recordaba mucho de lo que le contaron, pero le gustaba sentarse cada vez en un rincón del parque diferente y observar los distintos monumentos, esculturas y estilos arquitectónicos que la rodeaban.

El parque se construyó como palacio de verano de no sé qué duquesa, a principios del siglo XIX, pero aquel terreno era ya una suma tal de culturas y acontecimientos históricos que a Alba le ponía la piel de gallina tan solo pensar en eso. No sólo estaba todo lo que se había construido en la época en la que la duquesa vivió allí, como el propio palacio o el monumento a Baco, o una pequeña ermita sin ningún símbolo religioso; sino también todo lo que vino después. Bajo el parque había, ahora visitable, un búnker que sirvió de protección para el bando republicano durante la guerra; y en 1946 un avión tuvo que hacer un aterrizaje forzoso sobre el laberinto de aquellos jardines, dejándolo destrozado. Era tanto lo que escondía ese sitio tan desconocido para la mayoría de la gente que a Alba le fascinaba incluso más, teniéndole hasta cariño, como si fuese en cierta medida algo suyo. Y es que en parte lo era, si se tenía en cuenta la cantidad de horas que había pasado dibujando el puente de hierro que cruzaba un pequeño lago dentro del parque, o las esfinges que rodeaban el busto de la duquesa, o a la gente que descansaba en el césped sobre toallas y pareos.

Alba se quitó los auriculares para darle un poco de descanso a sus tímpanos, y estiró los brazos hacia arriba, con el cuerpo agarrotado de tanto tiempo que llevaba ahí sentada. Había dejado la libreta de lado hacía ya un rato, pero se había quedado observando ensimismada a la gente que paseaba por los jardines que había frente a la fachada del palacio, a lo lejos, y a los pájaros que daban saltitos a poca distancia de sus pies. Con el templete a su espalda y los auriculares puestos todo ese tiempo, no se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo entre aquellas columnas de mármol hasta que escuchó un grito de "¡Vamos, hostia, que ya queda poco!". Giró el cuello con curiosidad, para buscar el origen de aquel vocerío, y se encontró con algo tan fuera de lugar en aquel parque que le hizo fruncir el ceño. Al lado del templete circular había una burra con ropa colgada, y junto a ella, un montón de focos y trípodes con reflectores. Se fijó también en tres mujeres que señalaban, de espaldas a ella, la escultura de mármol. Vio junto a ellas una mochila negra, y un poco más allá dos modelos a las que les retocaban el maquillaje sentadas en los escalones del monumento. Volvió a fruncir el ceño, extrañada de ver una sesión fotográfica en su parque favorito de Madrid, sobre todo al ser uno tan poco conocido. Estaban justo al lado del Juan Carlos I, cosa que estaba casi segura de que hacía que el del capricho pasara más desapercibido aún, y sin embargo ahí estaban.

Se sumó, sin moverse de donde estaba, a los curiosos que observaban qué estaba ocurriendo allí, aunque más que por cotillear lo hizo porque disfrutaba ver cómo funcionaba un trabajo así, y cómo los técnicos obedecían a las órdenes de las que parecían las jefas allí para mover los reflectores y bajar o subir los focos. Le llamó la atención que fueran precisamente tres mujeres las que parecían estar al mando de aquello, y sonrió internamente al pensarlo, pues sabía que no era algo muy habitual que ocurriese. Observó a la más alta de las tres moverse alrededor de las modelos, con la cara completamente tapada por esa cámara tan grande, rodeando a las modelos según cambiaban de pose. "No está mal la fotógrafa", se descubrió pensando con la vista fija en los pantalones de ciclista negros y el top del mismo color que dejaba al aire parte de su abdomen y espalda, ambas prendas tan ceñidas al cuerpo que no le extrañaba que hubiese captado su atención. Trató de no observarla demasiado a ella, pues eso de cosificar el cuerpo de cualquier persona era algo que siempre le había parecido mal, pero de vez en cuando su propio cuerpo traicionaba a su razón y buscaba ver cómo se marcaba la musculatura de aquella chica bajo la tela. Se dio cuenta unos minutos después de que lo que realmente le atrapaba no era tanto el cuerpo de aquella chica, sino la forma en la que se movía detrás de la cámara, agachándose y levantándose casi como si estuviera bailando, con unos movimientos tan seguros que la estaban hipnotizado. Se preguntó si los padres de sus pacientes la verían como ella estaba viendo a aquella fotógrafa, moviéndose con tanta firmeza que parecía que llevaba toda una vida haciendo lo mismo, si desprendería trabajando la misma seguridad que desprendía esa chica. "Pues ojalá".

La casa del árbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora