71. Todo es vanidad

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-¿Ya has vuelto?-preguntó María desde el sofá, sin moverse medio centímetro, cuando escuchó la puerta de casa-. Pues no te estábamos echando de menos, ¿verdad, Fígaro?

Le extrañó cuando no escuchó una respuesta por parte de la fotógrafa, así que ahora sí apartó la vista de la tele y estiró el cuello para buscarla con la mirada, sin esperarse que lo que se fuera a encontrar pudiera ser la Natalia que vio, con nariz roja y ojos hinchados. No le hizo falta más para saber lo que había pasado, no después de aquella conversación que había tenido con la pediatra unas semanas antes, así que se incorporó de golpe y abrió los brazos en su dirección.

-Ay, Natinat-suspiró cuando la fotógrafa se rompió al aferrarse a ella-. ¿Quieres hablar?
-No sé-murmuró.
-Bueno, pues llora y pa' fuera todo, ¿vale? Y cuando te apetezca me cuentas.

Natalia asintió, medio escondida en el hueco del cuello de María, y ella le dio un beso en la cabeza y la sujetó con fuerza. Le dolía ver así de rota a su amiga, y le dolía sobre todo porque en ese mismo sofá le había animado a que se saliera de los límites que ella misma se ponía y se atreviese a hablar con la pediatra, y ahora estaba teniendo que consolarle porque se había acabado. La había visto crecer tanto en esos meses, y la había visto tan feliz en esos meses, que casi le dolía tanto como a ella que todo lo que habían sido hubiera llegado a su fin. Natalia se aferró al cuerpo de María como si eso fuera a mantener el suyo entero, como si ese abrazo fuera a sujetar todos los pedacitos de Natalia que sentía que era su cuerpo en ese momento.

-Se ha ido, Mari-dijo entre sollozos-. Se ha ido a tomar el sol y yo... yo estoy en el mar, y me ha pedido que me vaya a tomar el sol también.
-Eso suena a que solo te ha pedido un tiempo, ¿no?-intentó animarla, aunque en realidad no entendía las metáforas que estaba usando su amiga ni por qué coño hablaba de playas ahora.
-Le estaba ahogando-explicó Natalia-. Dice que... que le estaba ahogando, Mari, que la asfixiaba.
-Es que venís arrastrando lo de estar mal mucho tiempo, cariño.
-Pero es feo eso-se le rompió la voz-. No puede decirme eso porque es feo.
-Estoy segura de que no te lo ha dicho para hacerte daño, Nati, que la enana te quiere mucho.
-Pues no puede sentir eso-respondió enfurruñada-. Es una mierda que lo sienta.
-Es una tremenda mierda-coincidió la rubia.

De toda la conversación con Alba, aquello había sido probablemente lo que más le había dolido. Que la asfixiaba. ¿Cómo tenía que sentirse para decirle que se estaba ahogando con ella? Se le encogía el corazón cada vez que lo pensaba, porque ella pensaba en Alba y pensaba en las risas y en lo feliz que se sentía su pecho cuando estaban juntas, y no podía ser que la pediatra pensara en ella y sintiera asfixia. Se echó a llorar con más fuerza y María la acogió, sabiendo que el arándano pequeñito que tenía por corazón estaba aplastado y que lo que más necesitaba en ese momento era precisamente que la sostuvieran. Ya tendría tiempo de darle su opinión, de intentar explicarle cómo veía ella las cosas, pero ahora lo que Natalia necesitaba era un abrazo de los que duran horas, de los de no moverse hasta que se duermen los brazos.

Fígaro las observó desde el suelo, saltó al sofá y le olisqueó la cara a Natalia, sin entender nada de lo que pasaba, y después se hizo una bola justo a su lado, con la cabeza apoyada en su pierna, como si también hubiera comprendido que necesitaba sujeción y se la intentara proporcionar con un hocico aplastado contra su muslo. No sabía el pobre gato que aquel gesto iba a recordarle a Natalia que acababa de despedirse de Luisa y de Queen, que no sabía si iba a volver a despertarse con cosquillas en la nariz porque la mayor fuera a pedirle mimos, y que Alba no había tenido ocasión de despedirse de Fígaro; y acordarse de todo eso hizo que volviera a ponerse a llorar.

Había dado muchísimo, la fotógrafa, muchísimo. Había corrido para acercarse al ritmo de Alba, y lo había hecho inconscientemente, lo había hecho porque su cuerpo buscaba ese acompasarse sin pensar en nada, y había acabado entregándose más de lo que pensaba que se podía entregar a alguien en su vida. Habían bajado muros juntas con canciones y sin ellas; había aprendido a hablar, en realidad; se había dado toda ella como si fuera una especie de caja de mudanza llena de vajilla, con la palabra "frágil" escrita bien grande en rotulador y un montón de papel de embalaje y plástico con burbujas dentro, pero se había entregado. En realidad, había acompañado a Alba hasta la última de sus capas, y ahora la vajilla estaba rota y la caja hecha trizas y Natalia se sentía más frágil que nunca porque no sabía si se arrepentía de haber acompañado a la pediatra a llegar hasta ella, hasta su ella más puro.

La casa del árbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora