12. Si no saltas, no vuelas

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Con el café recién hecho y sus tostadas con aceite y azúcar en una bandeja apoyada sobre el brazo del sofá, Natalia encendió su portátil y colocó la tarjeta de memoria que había traído consigo el día anterior del estudio, dispuesta a pasarse toda la mañana revisando fotografías para decidir cuáles usarían para el calendario, y editando las seleccionadas. Sabía que la tarea iba a ser larga, porque había hecho muchísimas fotos, así que quiso desayunar bien para no necesitar parar en medio de la tarea. Puso su playlist de chill y revisó instagram mientras comía, haciendo un esfuerzo por aguantar lo que tardase en tomar esas tostadas sin coger el ordenador. Tenía ganas de revisar las fotos, en realidad, porque había disfrutado mucho haciéndolas y los gatos eran monísimos, pero apreciaba demasiado su portátil como para arriesgarse a llenarlo de migas. Ya había sufrido aquello una vez en su adolescencia, y no se le iba a olvidar nunca la imagen de las hormigas entrando y saliendo bajo las teclas al interior del ordenador. Le dio un escalofrío solo de recordarlo.

Dejó su bandeja a un lado al terminar de desayunar, ya la recogería cuando se tomara un descanso, y abrió la carpeta de fotos. Las primeras eran más caóticas, la verdad, muchas movidas porque en el momento de hacerla el gato había decidido moverse; algunas con la iluminación desastrosa porque, al no usar focos y no tener una luz fija, cambiaba demasiado entre un punto y otro del estudio... Con su libreta al lado, iba apuntando el nombre de archivo de las que más le estaban gustando. María muchas veces quería matarla al verla trabajar así, porque apuntar el nombre en vez de copiar directamente la imagen en una carpeta nueva suponía una pérdida de tiempo increíble cuando las volviera a buscar. Pero la verdad es que a Natalia le gustaba, y aprovechaba para hacer una nueva revisión a todas las fotografías para asegurarse de que no estaba dejando una buena detrás; por eso había madrugado, se conocía a sí misma y a sus ritmos pausados. Pero no le importaba tardar más tiempo, no le importaba estar diez minutos comparando el encuadre y la luz de dos fotos muy parecidas entre las que tenía dudas, ni verlas mil veces si hacía falta. Con la música sonando a través de sus auriculares todo parecía más bonito, aunque cuando llegó a la mitad de la carpeta más o menos, su pantalla le mostró una foto que estaba segura de que no le parecía más bonita por obra de la canción que estaba escuchando.

Levantó la mano del teclado, temerosa de golpearlo sin querer y perder aquella foto en la que la pediatra tenía la mejilla aplastada sobre la cabeza de su gatita, y sonreía con ojos achinados. Se le había olvidado, su cabeza había omitido completamente que había estado haciéndole fotos a ella, pero entonces sus neuronas hicieron un click, casi pudo notar la descarga de la sinapsis pasando información de una neurona a otra, y estuvo a punto de dar un salto. ¡Le había hecho fotos! Joder, ¿cómo no había caído antes? Le había hecho fotos a ella y podía hablarle para pasárselas. Le diría que no las usarían para el calendario pero que había pensado que igual las quería, así que había aprovechado que tenía su número. Menudo plan maestro, menuda mente cósmica la suya. Quiso darse un beso a sí misma, felicitarse por la ocurrencia, y al mismo tiempo darse una colleja por lo rayada que había arrastrado la tarde anterior teniendo una solución tan sencilla delante de sus narices. Quiso también ir corriendo a contárselo a María, orgullosa de su plan, pero aunque ya fueran más de las diez de la mañana, su amiga aún seguía dormida y no se atrevía a interrumpir su sueño.

Observó las siguientes quince fotos con mucho más detenimiento, aunque sintiéndose algo culpable por deleitarse así con las imágenes sin que la pediatra supiera que lo estaba haciendo. Sentía que estaba abusando de algún modo de ella, pero al mismo tiempo le costaba mucho no pararse a observar la boca entreabierta y los ojos melosos muy abiertos y mirando directamente al objetivo. "Joder, es que es guapa la cabrona". Sonrió con ternura en las que interactuaba más con la gata, y se le secó la garganta en una donde la había pillado riéndose con la cabeza hacia atrás, y los músculos del cuello se le marcaban con fuerza bajo los lunares. Otra vez esos lunares, otra vez las salpicaduras de pintura sobre la delicadeza de un lienzo en blanco. "Qué cuello más bonito", pensó.

La casa del árbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora