64. Como un arándano chiquitito

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Llevaban siete días sin cruzar palabra alguna, ni directa ni indirectamente. Alba le había preguntado a Vicky por la fotógrafa a mitad de semana, porque el silencio absoluto le estaba ahogando un poco demasiado, pero después de la respuesta de Natalia al tweet que había puesto el viernes anterior medio borracha, entendió que no le quedaba otra. Lo había intentado de esa manera tan de ellas, con una canción, pero la morena había sido demasiado firme en su postura. "Si quieres que vuelva a quedarme en silencio, destruye este whatsapp después de leerlo", decía la canción, y básicamente le había dicho que lo destruía. Así que le tocó asumir, por muy difícil que fuera, que la única opción que tenía era el silencio absoluto, que aquello del espacio era en serio, y solo podía esperar que no durase demasiado.

Había pasado una semana de aquello, el mes de mayo acababa de empezar y el calor hacía más insoportable su estado de ánimo, o su estado de ánimo hacía más insoportable el calor, no lo tenía nada claro. Se levantó tarde ese día la pediatra, aunque llevara despierta desde bien temprano, porque no tenía ganas de empezar un sábado en el que lo único que le esperaba era hacer limpieza y cocinar para toda la semana en el silencio de su piso. Pero tuvo que acabar levantándose y puso su playlist de tontipop en un intento de que le levantara el ánimo que se quedó en eso, en un intento; se recogió el pelo y se puso manos a la obra con las tareas de casa antes incluso de desayunar.

-Luisa, tía, estoy intentando hacer la cama-se quejó tras la quinta vez que se acomodó la gata encima de las sábanas antes de que pudiera siquiera estirarlas, y volvió a cogerla para dejarla en el suelo-. Así no me ayudas nada.

No le dio tiempo a volver a quejarse de que saltara una vez más sobre el colchón, porque justo en ese momento sonó el timbre y tuvo que ir a abrir, intentando recordar en qué momento había pedido algún paquete que le tuvieran que entregar.

-¿Sí?-preguntó al descolgar el telefonillo.
-Alba-un carraspeo-, soy yo. ¿Puedo... puedo subir?

"Soy yo" es una respuesta universal para que te abran la puerta, es un soy yo que podría ser cualquier persona porque todo el mundo responde igual, pero incluso con la distorsión de voz de aquel telefonillo antiguo Alba supo quién era ese "soy yo" y estuvo a punto de darle un infarto cuando lo reconoció. Abrió sin contestar siquiera y se miró al espejo que tenía junto a la puerta como si Natalia no le hubiera visto mil veces recién levantada y con las pintas más de estar por casa posibles, y dejó la puerta entornada porque esperar a verla subir las escaleras se le hacía un poco demasiado.





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Cuando el miércoles Vicky le contó que la pediatra le había escrito para preguntarle por ella Natalia sintió un pinchazo en el pecho y una ganas enormes de ir y darle un abrazo. Un abrazo que necesitaba, en realidad, desde hacía ya casi dos semanas. Llevaba un par de días con la decisión tomada de que iría a hablar con ella ese finde, porque dos semanas desde la discusión le habían bastado para prepararse para tener la conversación. Había meditado y vuelto a meditar sobre lo ocurrido, pero sobre todo había digerido aquello que le dijo, y ahora que llevaba tantos días conviviendo con esas palabras en su cabeza, asumiendo todas las posibles explicaciones que podría darle y procesando el daño que le había hecho con ellas, por fin se veía lista para ir a hablar con ella.

Pero estar lista no era sinónimo de poder enfrentarlo con calma, claro, y pasó el trayecto en metro sintiendo que se le iba a salir el corazón del pecho con semejante bombardeo. Le costó también lo suyo decidirse a llamar al telefonillo, pero al final se armó de valor y pulsó el botón porque las ganas de verla pudieron más que el miedo, y porque se había puesto las botas mágicas por si le hacían falta.

La casa del árbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora