77. I hope your days are filled with happiness

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Natalia cerró la aplicación de instagram con una sonrisa triste en la cara y una sensación extraña en el pecho. Era sábado y Alba había salido con Sergio y África la noche anterior, y entre los stories de los tres había vídeos de sobra para verles gritar, con una borrachera cada vez mayor a medida que avanzaba la noche, sus canciones favoritas mientras daban saltos en medio de una discoteca petada de gente. Intentó evitarlo, pero sus ojos se fueron solos en busca de la rubia cada vez que el plano cambiaba, y su estómago se revolvió al verla en una foto borrosa con los ojos convertidos en dos rayas negras y la mejilla aplastada contra la de África. Se revolvió porque siempre lo hacía cuando la veía sonreír así, desde el principio, y se revolvió porque llevaba el pelo liso y medio engominado había atrás y estaba guapísima, y se revolvió también porque se la veía feliz. Igual era la borrachera o la euforia de llevar tres horas cantando a gritos y bailando como si el mundo fuera a desaparecer al día siguiente y nada importase más que la música que estaba sonando, porque así era como ella solía bailar; pero fuera por lo que fuese al menos se la veía feliz.

A Natalia siendo le quedaban cinco días en Barcelona, y aún no comprendía la manera tan rápida en la que habían pasado esos dos meses, casi sin darse cuenta. Cuando María le propuso lo del rodaje la última semana de julio, por un momento le pareció una locura y estuvo incluso a punto de negarse, porque dos meses era demasiado tiempo alejada de todo, y de Alba, y no tenía ninguna intención de que el tiempo que se habían dado fuese a ser un tiempo tan largo en realidad. Pero al final accedió y los días empezaron siendo lentos y largos, y acabaron pasándose en un abrir y cerrar de ojos entre comidas con el equipo y fotografías continuas a la ayudante de vestuario colocando la camisa a un actor, a los eléctricos montando focos, al chico de maquillaje quitando brillos a una de las actrices, y todo el larguísimo etcétera de cosas que hay por fotografiar en un día de rodaje. Los días pasaron de ser lentos y pesados a casi no darse cuenta de que pasaban, y de pronto estaban a 26 de septiembre y ella llevaba más de un mes sin hablar con Alba.

En realidad habían hablado otra vez, un lunes hacía cosa de una semana, pero la conversación fue tan corta y distante que la fotógrafa ni siquiera la contaba como una conversación. Se había armado de valor para preguntarle a Alba cómo iba todo por Madrid, y la rubia había respondido de la manera más cordial pero quizás también la más fría posible. A Natalia al principio le dolió, le dolió bastante, pero luego lo entendió, en realidad: había tardado casi un mes en hablarle después de que la pediatra aceptara darle el espacio que necesitase para pensar qué quería. Y en más de un mes era normal que, por mucho espacio que le quisiera dar, se hubiese cansado de esperar. Era lo más lógico, en realidad, que hubiese tomado la decisión de dejar de esperarle, porque bastante lo había hecho ya. Le había esperado al principio, hacía ya un año, cuando ella necesitó tiempo para avanzar hacia una relación; y le había esperado hacía unos meses, cuando discutieron y ella cogió distancia durante un par de semanas; y le había esperado ahora, cuando habían decidido darse algo de tiempo y ella se había marchado a Barcelona. En realidad, cuanto más analizaba lo mal que había hecho las cosas durante todo ese tiempo, más comprendía que Alba se hubiese cansado de esperarla, y más comprendía esas cuatro respuestas cortas que le dio una semana atrás. No era nadie para pedir una paciencia infinita, y la pediatra había tenido demasiada ya, había tenido tanta que la había agotado, así que ahora no le quedaba otra que aceptar que la había cagado tanto que había perdido, por culpa de sus miedos, a la única persona en su vida con la que estaba segura de haber conocido el amor. No cualquier amor, porque en realidad el amor ya lo conocía con su familia, con Ale y con Vicky y María; pero sí el amor de enamorarse, el sano, el amor que era un mar abierto y que, en esa ocasión, la había arrastrado hacia dentro para luego devolverla a la orilla con una ola enorme y piedras chocando contra su cuerpo, mientras ella intentaba sacar la cabeza en busca de oxígeno cuando el agua la revolcaba con fuerza.

La casa del árbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora