3. Pediatra canosa y con gafas

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-Tía, pero si Vicky deja a la cría con la niñera, también la puedes dejar tú-se quejaba María.
-También puedo estar tres semanas sin salir. Ya llevo una y estoy sobreviviendo.
-Joder, si sé que puedes sobrevivir, pero yo qué sé, por liberarte un poco, salir con tus amigos...
-Que no, Mari-se rió ante las insistencias de su amiga-. Además, no podría avisar a la chiquilla con una hora de antelación.
-Pues la dejas con tus padres, que a ellos no les importa.
-Eres una cabezona. Otro día, ¿vale? Si quieres mañana quedamos para desayunar o algo.
-¿Pero cómo que para desayunar? ¿Tú me has visto a mí cara de tener sesenta años y quedar para desayunar?
-Ale, cariño, toma el último trozo... ¡Muy bien!-celebró con los brazos en alto que la niña hubiese terminado de cenar, gesto que la pequeña imitó-. Pues yo qué sé, María, igual en algún momento de tu vida podías madurar como hace la gente.
-Una cosa es madurar y otra madrugar-hizo énfasis en la diferencia gramatical de ambas palabras-. Y lo segundo pues no va conmigo, qué quieres que te diga. Y menos si hoy salgo, que parece que no nos conocemos.
-La verdad es que te estaba pidiendo demasiado-volvió a reírse Natalia mientras desabrochaba las correas de la trona para coger en brazos a Alejandra-. Oye, le voy a dar el bibe y la duermo, así que te voy a dejar. Diles a estos que sean capaces de perdonarme.
-Vale, anda, pásalo bien. ¿Te viene bien que coma mañana con vosotras?
-Nos viene perfecto. Pedid muchos chupitos en mi honor-se despidió la morena, negando con la cabeza.

Ya llevaba una semana entera con la pequeña, y la verdad es que ahora que le estaba cogiendo el ritmo no le estaba costando tanto como creía. No necesitó consultarle nada a la pediatra porque enseguida le bajó la fiebre y se le pasó la diarrea, y aunque estuvo tentada un par de veces de escribirle para darle las gracias por los remedios que le había propuesto para el dolor de encías, luego le daba demasiada vergüenza y acababa por no hacerlo. Preparó el biberón de su ahijada con una mano y la niña en brazos, orgullosa de las habilidades que estaba adquiriendo, y se lo dio en la misma cocina, meciendo con movimientos lentos a una rubia diminuta a la que ya casi se le caía la cabeza del cansancio. Mientras Ale se bebía su leche, Natalia observaba los nueve números y cuatro letras que había anotado la pediatra en aquella hoja ahora arrugada de tanto haberla doblado y desdoblado, pegada a la puerta del frigo junto a la foto de Vicky con una Alejandra de apenas un mes. "Pues tiene una letra bonita para ser pediatra", pensó, aunque luego se preguntó si los pediatras padecían también ese extraño síndrome de tener letras ininteligibles o si eso solo ocurría con el resto de médicos. Era la primera pediatra con la que trataba en su vida adulta, así que decidió que, hasta que alguien le demostrara lo contrario, los pediatras se quedarían fuera de aquello. Alejandra apoyó su cabecita por completo en el hombro de Natalia, que ya sabía que eso era una señal de que estaba a punto de caer, así que paseó por el salón con lentitud, hasta llegar a la habitación. Allí solo tuvo que mecerla unos cinco minutos más para que terminase de dormirse, así que a las nueve y media de la noche ya estaba libre de niña.

Se preparó una ensalada para cenar, y mientras lo hacía volvió a invadirle la tentación de escribir a Alba. No sabía qué significaba aquel impulso, por qué sentía que tenía que darle las gracias, pero de nuevo, no se atrevió a hacerlo. Probablemente le habría escrito si Vicky no hubiese insinuado lo que insinuó, porque de ser así aún seguiría viéndolo como algo completamente inocente. Estaba segura de que Alba también lo vería como algo inocente, segurísima, convencida. Que su amiga le dijese eso solo había hecho que le diera demasiadas vueltas al hecho de escribirle, pero se mantenía firme en que no había ninguna intención por parte de la pediatra más allá que querer ayudarla, porque la había visto agobiada. Vicky tenía esa tendencia a pensar que todas las personas que eran amables con Natalia querían ligar con ella, pero la morena sabía que no era así, que simplemente eran amables. Cuando se dio cuenta de que llevaba diez minutos dándole vueltas a lo mismo, sacudió la cabeza y bufó, molesta consigo misma por ser así. "Si solo es un mensaje", pensó. Cogió su móvil y volvió a plantarse delante del frigo, pero en el último momento se arrepintió. "Bueno, pero lo guardo en la agenda por si me pilla alguna urgencia fuera de casa".

La casa del árbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora