Un nuevo comienzo

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Sophia Pierce - Presente

Me desperté después de la última siesta, y encontré a la rusa en el mismo sitio, observándome. Llevábamos dos días en la clínica. Me hicieron varios exámenes para saber el daño que había producido el golpe. Sin embargo, la doctora resaltó que estaba bien, que era normal el dolor de cabeza, o que en ocasiones perdiera la noción del tiempo. Dijo que no fue nada grave, que en cuestión de días me sentiría mejor. También me regañó como doscientas veces, haciendo énfasis en lo peligroso que pudo haber sido, y la suerte que tuve de encontrarme bien.

Los periodistas se encargaron de regar la noticia. El golpe que le di lo pusieron en cámara lenta, y hasta había memes rodando por internet. Me había convertido en una especie de heroína para muchos. Otros decían que solo fui una impulsiva. Él seguía preso y limitaron sus comentarios en Instagram. La gente estaba destruyéndolo. La cantidad de casos de bailarinas, futbolistas, gimnastas, nadadoras, patinadoras en hielo, entre muchas otras áreas, que comenzaron a hablar, a exponer el abuso que habían sufrido y callado del mismo modo en el que Ksenya iba a hacerlo, fue abrumador. Tres tenistas más aparte de la rusa denunciaron al mismo masajista, que ahora tendría que enfrentarse a un juicio donde cada día se sumaban nuevas testigos.

Mi video había recorrido TikTok, Facebook e Instagram en tiempo récord. Me estaban viendo desde todos los países, en un montón de lugares. Me sentía abrumada, pero debo confesar que me gustó que la rusa se tomara tantas molestias, como utilizar su avión privado para buscar a mis hermanos. Que ellos no llegaran solos, sino con su madre, la hermanita y las niñeras, solo para verificar que yo estaba a salvo, o al menos, eso pensé.

Era mi última tarde en el hospital, sobre las seis iban a darme el alta. Tuvieron que coserme la oreja porque me abofeteó por donde tenía mis aros de zarcillos, y terminó de abrirse la hendidura de mi oreja izquierda. Me golpeó tan duro que ahora no podría ponerme argolla o cualquier zarcillo por un tiempo. Lo bueno es que yo tenía tres orificios abiertos en la parte superior del cartílago, y cuatro en la parte baja, dos de ellos se rasgaron y tuvieron que reconstruirme el lóbulo de la oreja, pero mejoraría.

El dolor de cabeza persistió durante las primeras veinticuatro horas. En mi vida había sentido tanto dolor. Era como si la cabeza me pesara a tal punto que, de haber podido, la habría arrancado. La rusa se quedó a dormir en una cama individual de la clínica, que cabe destacar que ni siquiera estaba allí, sino que mandó a ponerla, explicando que ella vivía de su cuerpo y que ahora no tenía masajista, que no podía darse el gusto de dormir en esa silla incómoda. Era gracioso verla pelear bajito, como una niña grande que hace un berrinche casi en susurro porque no quiere aumentarme la migraña. Lo agradecí y me reí cuando pasó a hurtadillas la comida de su chef, diciéndole una y otra vez a la doctora que respetaría mi dieta, que eso era solo para ella. Aunque luego de que rechacé la comida mil veces, me dio a probar de la suya cerrando rápidamente la puerta.

-Solo prueba, está mejor que la basura de enfermos que te dan aquí -me dijo, con el tenedor ya casi pegado a mi boca, y yo la tenía cerrada con los labios hacia dentro. Porque no tenía ni una pizca de hambre-. Es langosta a la sal, con salsa holandesa. No le dices que no a algo así. Prueba -volvió a insistir.

Le recibí el bocado porque detrás de ella la doctora venía hacia nosotras. Me llevé el pedazo completo de comida a la boca y la empujé lejos de la cama, casi al tiempo en que la doctora entró. Ksenya abrió los ojos como platos, y se metió un trozo gigante de langosta en la boca, como si eso fuera a salvarle de ser descubierta. Me tapé la cara con la cobija, para que no viera que estaba masticando un trozo casi más grande que mi boca.

-Imagino que estás comiendo la comida saludable que te hemos traído, ¿verdad? -preguntó la doctora con su mirada acusadora. Asentí, todavía cubriéndome con la cobija y ella comenzó a dar vueltas por la habitación-. Pensándolo bien, debería examinar tus amígdalas, abre la boca -fue lo que dijo disimulando una risa.

El capricho de amarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora