JULIE DASH - LA ELIGIÓ A ELLA

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Mi mente fue en cámara lenta cuando escuché el disparo. Sophia se atravesó en la trayectoria de la bala para cubrir a Ksenya, y vi en primer plano cómo la bala la atravesó. Traté de movilizarme e ir por ella cuando una avalancha de gente chocó conmigo. Otros disparos se escucharon y caí al suelo. Dos personas pasaban sobre mí huyendo, hasta que vi un cuerpo sin vida a mi lado. Por instinto me arrastré hacia él soportando que otros me pasaran por encima. Le medí los signos vitales, era solo un adolescente, no parecía tener más de quince años y tenía en sus manos el disco de Sophia. Él estaba muerto. Saqué fuerzas de donde no tenía y aguanté que me pisaran mientras llamaba al 911 para pedir ayuda.

Traté de levantarme y me puse como pude la maleta de primeros auxilios. La habían herido y en mi mente solo estaba la idea de parar la hemorragia si es que acaso tenía una. No podía movilizarme. Cuando trataba de salir una oleada de personas me llevaban hacia el otro extremo. Ni siquiera sé cómo lo hice, pero no me rendí. Luché con la anarquía de todas las personas y seguí adelante hasta que el rostro de Mateo se encontró con el mío y me ayudó a subir hacia ellos.

«Por favor, sálvala» me repetí a mí misma aunque todavía no soy doctora. Mis padres solían jugar conmigo y no precisamente a la casita feliz. «Imagina que estoy muerta, acaban de dispararme» era lo que hacía Helena y dejaba un chorro de sangre falso para que consiguiera la trayectoria de la bala. Desde los cuatro años nuestros juegos se basaban en simular situaciones extremas. Querían que fuera la mejor. Querían que nadie hubiese visto a una doctora con mi habilidad. «Si practicas con tu madre podrás operar siempre, porque sabrás controlar las emociones. Imagínate que estoy muriendo. ¿Qué harías? Estoy ahogándome. Mis pulmones no sirven» recordé esa navidad cuando tenía nueve años y mis padres decidieron hacer prácticas.

Cuando vi a Sophia ya venía mentalmente preparada. Corté su camisa y abrí la maleta con ayuda de Mateo. Él estaba siendo útil y mis nervios estaban latentes, pero mi objetivo era uno: que ella sobreviviera mientras la ambulancia llegaba.

Cuando comenzó a toser ya había visto el impacto de la bala. Es un mito que debes sacarla para que el paciente sobreviva y, aunque hubiese querido, no tenía lo necesario y podía ser peor. Mi instinto se activó y recordé millones de conceptos en microsegundos. Ella estaba ahogándose y debía ser rápida. Debo admitir que una parte de mí quería abrazarla y repetirle una y otra vez que la amaba. Una parte quería abrazarla y no soltarla hasta que llegaran los médicos, pero si lo hacía, Sophia iba a morir.

Estaba ahogándose y tuve que poner mis emociones en tercer plano. Necesitaba ser rápida. Su vida se estaba apagando frente a mis ojos.

Sin pensarlo identifiqué el espacio intercostal adecuado y apliqué fuerza controlada para clavar la aguja en el hemitórax izquierdo. Al hacerlo logré crear una vía de escape para el aire acumulado en el espacio pleural y pude aliviar la compresión sobre el pulmón. Era una descompresión torácica con aguja, y era sencillo, pero para mí había sido la prueba más grande de mi vida. Nunca había sentido tanto miedo como en ese momento teniendo a Sophia dependiendo de mi siguiente acción para seguir viva.

Los médicos llegaron dos minutos después y rápidamente les expliqué lo que sucedía, para concentrarme en Sophia y liberar el miedo y el dolor que había tenido pausado por la presión de salvarla.

Por primera vez pude llorar libremente y mi cuerpo, que había estado tratando de ser valiente, comenzó a temblar envuelto en un manojo de nervios. Tenía pánico y corrí persiguiendo la camilla mientras le gritaba que fuera fuerte, que iba a estar bien, que no me dejara. Hablaba con Sophia como si pudiese escucharme y cuando subimos a la ambulancia dejé besos por su rostro, por su nariz repitiéndole que la amaba. Quería recordárselo y se sentía como si no se lo hubiese dicho tanto. Como si ella no lo supiera.

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now