Concéntrate en mí 😏

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  No importaba cómo me sentía. Lo único que estaba en primer plano era lo que para ellos no debí haber hecho. Mis padres arremetían contra mí hablándome de decepciones, cuando en sus ojos ya estaba plasmada.

La noche estaba tan triste como mi ánimo. Mi madre quería coger un poco de aire, por lo que nuestra reunión fue en uno de los jardines. El viento arropaba el aire descortés con el que ellos se dirigían a Sergio. Su molestia no parecía acabarse, sino que aumentaba.

—¿Estás escuchando lo que te digo? —la pregunta de mi padre tenía por respuesta un rotundo no, pero volví mi mirada a él y asentí.

—¡Pudiste haber muerto! ¿Imaginas lo que sentimos?  A tu madre casi le da un infarto.

—No hay nada que pueda hacer para cambiar el pasado —no era la respuesta que ellos esperaban, pero era mi verdad y no me refería a mi "ida a la marcha" sino a un montón de cosas que abordaban mi mente y que no entenderían.

—Sergio, estás despedido.

—Pero, mamá, ¿te has vuelto loca? ¡No fue culpa de él!

—No me faltes el respeto —dijo ofendida levantándose del recibidor—: Su trabajo es cuidarte. Lo tenemos de escolta y de chofer precisamente para atender tu capricho de seguir en Venezuela. ¿Crees que nos sentimos seguros dejándote con él?

—Tenemos que considerarlo, cariño —mi padre, intentando calmarla, pero sin carácter suficiente siguió en su misión—: tiene quince años trabajando con nosotros y en este país no conseguiremos a nadie tan leal y honesto. Entiendo que estés decepcionada, pero tenemos que considerarlo —volvió a decirle.

Claudia era como otra hija para mi madre, por lo que se había salvado del despido. Pero por nada del mundo permitiría que Sergio se fuera por mi culpa. Mi padre lo quería lo suficiente como para hacerla entrar en razón.

—La única culpable soy yo. Es una manía el querer responsabilizar a alguien por mí cuando ya voy a cumplir dieciocho años. Cuando eso pase ¿a quién culparán? Desde que llegaron sólo se han quejado de mí y...

—Baja la voz, Julie, ni siquiera tienes derecho a expresarte. No eres la misma que dejé hace unas semanas. No lo entiendo.

—Déjame hablar, mamá, ¿cómo es eso que no tengo derecho a expresarme?

Mi padre se levantó a agarrar del brazo a su amada esposa. Que es increíble y amo, pero que no estaba siendo justa.

—Si la comunicación hará que lleguemos a saber cómo te sientes... háblanos, Julie. Dinos qué te motivó a desobedecer y a poner en riesgo tu vida.

—Primera vez que me preguntan cómo me siento y no me siento bien. Siento que he estado encerrada, que me han privado de conocer lo que realmente está pasando y no entiendo cómo si tenemos tanto dinero, y si ustedes aman tanto la medicina... ¡no se han puesto al servicio de Venezuela! —fui aumentando considerablemente mi voz sin llegar a gritar, sólo quería expresarme con lo que sentía—: estamos bien mientras nuestro alrededor arde. No estoy segura de estar feliz con mis valores ni con los de mi familia. No, no te atrevas a interrumpirme de nuevo, mamá, por favor. Por una vez en la vida dejen que mis propios pensamientos salgan a relucir.

—¿Entonces te obligamos a pensar?

—No lo sé... ya ni siquiera sé nada. Estoy aturdida. Vi cómo moría gente y estoy viva... ¡estoy viva! Pero no me siento así.

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now