Al carajo el futuro

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Antes de que llegara Sophia, mi frase favorita era «prefiero estar sola». Mi vida se resumía en pensar en el futuro y en sueños lejanos. Mi primera operación. Conocer nuevas personas. Salir del encierro de mi casa, el instituto, las cenas con mis padres, y lo mismo multiplicado al diez mil. Sólo anhelaba una vida que no era mía. La vida de la próxima persona en la que me convertiría.

Para los que se preguntan dónde vivo, o dónde vivía... la ciudad es Caracas, el país es incierto. Mi instituto de lujo y mi posición más que acomodada. La gente piensa que vivir en Venezuela es igual a muerte, y sí. Algunos mueren de hambre, otros de amor, otros de tristeza, y otros otorgando su vida para un nuevo mañana. Yo no soy ninguno de los anteriores. No me muero por nada. Jamás he manifestado. Me parecen absurdos los que entregan su vida luego de ver muertes y muertes injustificadas. Sophia, por supuesto, pensaba distinto. Nunca coincidíamos. Y en mi caso, vivir en mi país se resumía a una casa grande, con vistas preciosas, una piscina y profesores privados (que siempre rechacé). Sí, hay muchos que se mueren por ser de todo. En mi caso; a duras penas puedo ser yo misma.

La razón por la que no nos hemos ido del país es mi miedo a los cambios. Prefiero que me molesten las mismas personas a vivir la pesadilla estadounidense en otra preparatoria. Les pedí tanto a mis padres no separarme de Benjamin y de Paula que al final, aceptaron. Tampoco podían negarse (he hecho todo lo que me han pedido desde que nací), era lo único que les había pedido a ellos.

Pero ya basta de hablar de mí, tampoco soy tan interesante. O al menos, mi vida no lo era hasta que llegó Sophia.

—Se te quedó la tarea —le digo cuando la veo sentarse a mi lado y quitarse la chaqueta.

Ni siquiera entiendo cómo la aceptaron.
No tiene el estilo ni los requisitos que piden en el Ángel. (Y menos mal que es así).

—¿Cómo amaneciste? —me pregunta con cara de dormida.

—Me duele un poco la cabeza —contesté, pasándole las guías de cálculo.

—Esto aliviará el dolor —Sophia me dio una pastilla y le quitó un termo de agua a Danilo, un compañero de clase-: tómatela —ordenó.

—¿No te han enseñado a pedir permiso?

—No, pero por ti puedo intentarlo —sonríe—: chico de camisa rosada, ¿me das de tu agua? —preguntó con antipatía y por supuesto, Danilo embobado con sus encantos contestó que sí—:Bien, Julie, ya ha dicho que sí, ahora tómate la pastilla.

Obedecí sin más y le devolví el termo a Danilo, dándole las gracias.

—Cierto, Julie, tampoco sé agradecer, pero mi mal educado carácter puede variar por ti —dijo Sophia y me dio uno de sus rápidos besos en la mejilla—: Gracias por hacerme la tarea —Se amarró el cabello sin dejar de mirarme—: no quiero que pienses que fui contigo por interés.

—No es lo que pienso —respondí y me apresuré a abrir el cuaderno. Sí. Todavía seguía poniéndome nerviosa y el cuaderno era una excusa para no engancharme a sus ojos.

—Siempre haces lo mismo. ¡Me ignoras! —Me quitó el cuaderno.

—¡Hey! —reclamé.

—Me voy a sentar al otro extremo de la clase a ver si yéndome, valoras mi compañía —Me sacó la lengua.

—Ni se te ocurra, es mejor ver tus dibujos a escuchar a esta profesora.

—Mi alumna estrella odia una clase, oh, eso es nuevo —contestó, aparentemente satisfecha y nuestra conversación se dio por terminada cuando entró la señorita Belén.

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now