Caos en mi interior

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Cruzamos el pasillo para tomar el elevador y bajar hacia las camionetas. Sus guardaespaldas intentaban ayudarla, pero ella negó con la cabeza insinuando que podía. Aun así, me mantuve a su lado. La rusa había tomado más que yo y al parecer no solía hacerlo. Ella se encontró de frente con el DJ, que al verla se puso rojo y agachó la mirada caminando hacia el mirador para recoger sus equipos. Se había quedado afuera todo ese tiempo esperando a que nosotras termináramos.

—Quiero ver mi cuadro —ordenó, intentando quitarme el lienzo.

—No lo vas a ver hasta que termine —respondí, entregándole el cuadro a Mateo, su escolta de treinta y tres años y con el que mejor me llevaba de su equipo de seguridad.

—El trato era que lo hicieras hoy.

—Si no me hubieses hecho una escena porno tal vez hubiese podido terminarlo.

—¿Tanto te desconcentró lo que viste? Fue una escena sencilla, casi insípida, al parecer tienes mucho que aprender.

—Soy humana y estabas follando frente a mí —le dije, entrando después de ella en el elevador.

—Para mí no fue nada —soltó y tuve que agarrarme de la baranda del ascensor.

Llevaba un año y medio sin probar alcohol y tomarlo de golpe me había descompensado. Aun así mantuve la compostura y cerré los ojos durante todo el trayecto hasta que el ascensor llegó al sótano.

—Quiero tequila, necesito tequila —le exigió al señor Ulises, el jefe de seguridad y el mayor de todos. Tendría unos sesenta y cinco años.

—No es prudente, ya debería dormir —sentenció el señor.

—Dos tequilas y me dormiré más feliz.

—No deberías.

—Por favor —le suplicó haciéndole pucheros.

Estaba un poco impertinente, pero no pesada, más bien desinhibida, graciosa, tierna. Normalmente era distante, objetiva, todo bajo su control, pero sin acercamientos. Después de tres botellas de vino, hasta estaba siendo amable con el señor que más se preocupaba por ella, con su jefe de seguridad. Aquel que la cuidaba de todas las groserías que le hacía la prensa, el que la defendía y lograba con sus estrategias que ningún fanático o periodista lograra acceder a ella.

—Quiero mi botella, ¿cuál es el problema? —se quejó por enésima vez, cuando ya estábamos en el carro.

Ulises estaba de copiloto. El chofer manejaba concentrado. Atrás nos escoltaban dos camionetas más y la rusa estaba sentada hacia el medio del piloto y copiloto, como una niña pequeña que necesita la complazcan en lo que quiere. Se veía feliz. Sin una gota de vergüenza por lo que acabábamos de vivir. Se veía reluciente, con su cabello sedoso y los ojos más azules que nunca. Su mirada se tornaba distinta a todas las veces anteriores. Sus pómulos estaban rojos y la boca la tenía hinchada por el mordisco. Todavía sangraba.

—Que ya tomamos demasiado, ven para curarte la boca.

—Tú no decides cuándo es demasiado —contraatacó—. Además mi cuerpo me lo pide, no soy yo, y deja de intentar curarme que la doctora es tu ex.

—Yo también me burlaré cuando te salgan chancros en la boca.

—¡Mi cuerpo quiere tequila! ¡Tequila! Y es de vida o muerte.

—Dramática.

—Dramático es que tenga veintidós años, sea la campeona del mundo y esta sea la primera vez que me embriago, la primera vez que bebo vino, maldita sea. ¡No es posible que todavía no sepa a qué sabe el puto tequila. —Negó con la cabeza y se cruzó de brazos—. Además, están abusando de mí. ¡Soy su jefa! —exclamó como si acabara de hacer un gran descubrimiento.

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now