JULIE DASH - TORPEZA

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Desde que llegué a Boston mi vida dio un giro. En cuestión de días hice tantas cosas que me parecieron años. Dormía una o dos horas diarias y eso como máximo. Estaba concentrada en salvar mi beca y mi amor por la medicina había regresado. Volví a la rutina de llamar a mis padres e involucrarlos en mi carrera. Habíamos hecho cuestionarios desde que era una bebé, ¿por qué abandoné eso desde que empecé la carrera? Al principio sus amenazas para presionarme me parecieron absurdas, pero luego entendí que era su mecanismo para hacerme reaccionar y que yo había hecho algo similar con Sophia condicionándola para la terapia. Así que decidí volver a llamarlos y aceptar su ayuda, en vez de buscar a Britanny.

La primera noche que llegué a la ciudad después de mi viaje infructuoso a Australia, decidí llamarlos y pedirles volver a estudiar juntos, además de decirles la noticia del empleo que me había conseguido Andrew.

Ellos me dijeron que apartarían el poco tiempo libre entre sus operaciones para hacer video conferencias conmigo y así ayudarme con anatomía, fisiología, microbiología, neurociencias y psiquiatría. Estaban emocionados de volver a estudiar conmigo, y no paraban de repetirme que sería la mejor cardióloga. Que cuando empezaran mis clases prácticas nadie sería mejor que yo, que podría demostrar las horas de enseñanza que ellos me habían dado.

Sin previo aviso decidí interrumpirlos y decirles sobre mi nuevo reto personal.

«Conseguí un trabajo como camarera en un bar nocturno y empiezo mañana», solté sin anestesia. «Necesito dinero para existir y no volveré a aceptarles ni un dólar», repetí y del otro lado de la pantalla ambos se miraron. Mi madre tenía la boca abierta, y parecía sorprendida.

«Julie, la última vez que te quedaste conmigo, te pedí un vaso de leche y te caíste vaciándotelo encima», me recordó y sí, entendía su punto, pero era el único trabajo disponible. «Aprenderé, mamá. No puedo ser torpe toda la vida», intenté engañarme a mí misma, y mi padre no pudo aguantar la risa, ni por educación.

«Cariño, que dejes de ser torpe es que dejes de ser tú. Es algo con lo que naciste», lo escuché decir y mi mamá comenzó a reírse. De pronto la conversación eran ellos recordando anécdotas de mis torpezas ignorando que yo estaba allí. «¿Recuerdas la vez que nos llamaron de su escuela cuando tenía cinco años porque se pegó las manos a la mesa cuando intentaba hacernos un regalo de navidad en el salón de clases?», seguían ignorando mi presencia. «¿Y aquella vez cuando la enseñaste a pescar y se pescó a sí misma?» se burló mi madre terminando en una carcajada. «¿Terminaron?», intervine y cuando vi que tenían muchas más anécdotas decidí colgar la llamada, molesta por su irrespeto y también porque deberían apoyarme y no decirme todo lo que ya sé de mí.

Pensé que tal vez un baño en la tina relajaría los nervios que me infundieron mis queridos y siempre honestos padres. Joder.

Me llevé el libro y seguí leyendo al tiempo que me relajaba. Sus palabras y risas seguían repitiéndose. ¿De verdad era así tan torpe?

Me sumergí tratando de acallar mis pensamientos. Sophia nunca me decía que era torpe, solo decía que tenía «mi propio estilo de moverme por la vida». Siempre me besaba cuando me pasaba algún incidente y es cierto, era ella quien llevaba las bandejas de comida hacia el cuarto, o la que cortaba la cebolla o lo que sea, cuando estábamos cocinando. «Tus dedos son muy importantes para mí, princesa. Debo cuidar de ellos más que nada en el mundo», me repetía dándome pequeños besos por las manos y enseguida le daba el cuchillo. No había manera de que peleáramos. Y si me pongo a pensar, nunca llegó a gritarme. Cuando discutíamos era por mi afán de que recibiera ayuda, o porque necesitaba que se tomara en serio algo, pero ella solo me decía: «lo arreglaré por ti, princesa. Lo arreglaremos juntas».

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now