¿PODEMOS HACERLO DISTINTO?

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JULIE DASH

Esa tarde, terminé uno de mis exámenes en la Universidad para volver temprano a casa. Tenía el día libre en el hospital y quería pasar tiempo con Sophia, y poder conocer su galería.

—Hola —saludé a Ksenya que estaba almorzando—. Buen provecho.

Ella pasó de mí, odiosa, pero le hice señas con las manos porque tenía los airpods puestos.

—¿Has visto a Sophia? —le pregunté.

—Lleva desde la mañana en la galería, está obsesionada, nunca he visto a nadie pintar tanto como ella. Ha hecho un cuadro tras otro, y ahora ni siquiera me deja verlos, toda una diva. —Giró los ojos y se metió otra cucharada de sopa en la boca—. ¿Tienes hambre? Pedí comida para las dos.

—¿Te acordaste de que existo? —No sé por qué dije eso, pero las palabras salieron solas y enseguida me arrepentí.

—Es imposible olvidar a una niñata que estudia de madrugada y sale todos los días a mi hora de entrenar. ¿Si sabes que no dormir te envejece y quema tus neuronas?

—Lo dice la que más duerme, además, ¿desde cuando te preocupa mi salud?

—Claro que debo preocuparme —soltó de pronto—. ¿Sabes lo pesada que se pone Sophia cuando está despechada? Imagínate ser su payaso cuando te mueras por sobrecargar tu cerebro de tanta mierda.

—¿Y qué propones?

—Qué se yo, ve videos de Youtube de cómo abrir cuerpos de mierda y mantenerlos con vida —respondió rápido y tuve que reprimir una sonrisa.

—Serás idiota.

—¿"Las princesitas" solo saben decir ese tipo de groserías?

—¿Y cómo quieres que te llame? A veces eres muy rara.

—¿Vas a comer o no "mamagueva"? —preguntó y entendí a qué tipo de groserías se estaba refiriendo.

Escupí el agua que estaba tomándome, en un ataque de risa y cayó sobre su plato de sopa. Su cara de asco solo me motivó a reírme más, no podía parar. ¿Ella toda elegante y creída diciendo eso?

—Ahora te quedaste sin sopa por coño e' tu pepa —agregó molesta y lanzó el plato que había escupido por el lavandero.

Yo no podía dejar de reírme, su pronunciación toda rara diciendo groserías me provocó un gran ataque de risa. No podía contenerme. ¿Quién le había enseñado eso?

—Qué vaina, ¿y entonces? —repitió y eso solo aumentó mi risa hasta que por fin traté de contenerme—. Me escupiste mi comida y ahora te quedarás tú sin comer, por inmadura.

Me volteó los ojos, pero noté que estaba suprimiendo una sonrisa mientras calentaba la sopa. Una vez que la calentó, se sentó de nuevo en su sitio, ignorándome magistralmente, pero cuando iba a comérsela, extendió el plato hacia mí.

—Estás muy flaca, mejor cométela tú —Se levantó de la silla y fue hacia la nevera, cogió un redbull y lo destapó frente a mí. Luego, sirvió un vaso de jugo y lo puso en mi lado de la mesa—: buen provecho, mojigata.

El capricho de amarteWhere stories live. Discover now